Con el paso atroz del huracán Nargisha quedado en evidencia, una vez más, que el de Birmania (Myanmar lo bautizaron los militares) es uno de los regímenes más execrables de la tierra. Como recordará el amable lector, el año pasado fue reprimida de manera por demás salvaje la denominada “revolución de azafrán” de los monjes budistas pero ¡claro! como en Birmania no hay petróleo ni Estados Unidos ni sus aliados se preocuparon mayormente en presionar, de veras, a los ínfimos gorilas que mantienen el poder en este infortunadísimo país, el cual mantiene el apoyo incondicional de su aliada de siempre, la muy olímpica China comunista.
Birmania es una más de esas hecatombes que se han perpetrado en nombre del socialismo. En 1962 llegó al poder el infame fundador de la satrapía, un tal Ne Win, mediante un golpe de Estado, y se mantuvo en el (des)gobierno veintiséis. Ne Win y su partido único, el omnipresente BSPP (Partido Birmano del Programa Socialista) convirtieron a uno de los países más ricos y prósperos de Asia en uno de los más pobres del mundo. La insostenible situación económica fue el detonante de las protestas que en marzo de 1998 empezaron a brotar de las universidades y obligaron a este déspota a ceder el poder a otro de su calaña, el general Than Shwe, quien era el máximo responsable del aparato represivo. Las actuaciones del Ejército para aplastar la rebelión dejaron una fecha dramática para la Historia: el 8 de agosto de 1988 cuando centenares de estudiantes murieron víctimas de de una matanza en las calles de Rangún. Tanto alboroto impelió a los militares celebrar unas elecciones en las que salió claramente derrotada. Pese a ello el gorilato tomó la “patriótica” decisión de aferrarse al poder y se negaron a transferir el gobierno hasta que se redactara una nueva Constitución, cuya redacción dejaron para las calendas griegas.
El resto del mundo empezó a tomar relativa conciencia de lo que ocurría en Birmania cuando Aung San Suu Kyi recibió, en 1991, el premio Nobel de la Paz. Para entonces, la hija del general Aung San, popular héroe de la independencia birmana, llevaba dos años bajo un arresto domiciliario que aún duraría hasta julio de 1995. Vigilada siempre de cerca por el régimen, que durante años ha intentado forzar su exilio voluntario, volvería a estar detenida entre septiembre de 2000 y junio de 2002. Entonces, al igual que tras su primera liberación, surgieron nuevas esperanzas de avanzar en el diálogo para la reconciliación nacional. Pero la realidad es que nada ha cambiado en Birmania. La única manera efectiva de lograr cambios sería una estricta presión internacional, pero mientras China contempla complaciente lo que sucede, las naciones del Sudeste Asiático lejos de denunciar a este ominoso, se permitieron aceptarlo como miembro de pleno derecho de la ASEAN y Occidente, bueno, va de nuevo, no hay petróleo. A ver si la indignación que ha despertado en la opinión pública el aplastamiento de la Revolución de Azafrán de 2007 y el nauseabundo manejo que perpetraron los milicos a raíz del desastre del huracán ayudan a los medrosos e hipócritas gobiernos de las potencias del G8 a hacer algo (vaya, Bush Jr. al menos debería ir a ver la última película de Rambo, digo, a ver si así toma conciencia) .
Birmania forma, junto a Laos y Tailandia el llamado “triángulo de oro” del cultivo mundial de opio y fabricación de heroína blanca. Es también escenario de la violación sistemática de los derechos de grupos étnicos minoritario, miles de civiles son reclutados de manera forzosa por el Ejército para realizar trabajos extenuantes en plantaciones, en la construcción de carreteras o para servir de porteadores o mensajeros (según denunció desde hace varios años la Organización Internacional del Trabajo). Precisamente aprovechando los “trabajos voluntarios” tan propios del socialismo real es que estos brutos lograron la “hazaña” de construir su nueva capital, Naypyidaw, la más surrealista y megalómana capital del mundo (aunque Astana, la capital de Kazajistán –remember Borat- construida por el sátrapa Nursultan Narasayev le compita). Este bodrio pseudo urbano ha sido la última locura del dictador Than Shwe, mezcla de “parque de atracciones del despotismo” -como lo bautizo un reportero español-, búnker militar para tranquilidad de la paranoia oficial y lindo escaparate del botín atracado descaradamente al pueblo sufrido pueblo birmanés . Un complejo antasmagórico pese a los 150,000 habitantes que -se supone- ya viven en ella y que se convertirán, se vaticina, en tres millones para 2020. Su nombre hace referencia a los palacios en los que solían residir los monarcas del país. Significa, literalmente, "la Ciudad de los Reyes", y los dictadores viven ahí, ¡claro! como reyes. A este respecto, recomiendo ampliamente la fantástica novela El palacio de Cristal de Amitav Gosh, narración en la que se da cuenta del derrocamiento del último rey de Birmania, entre otras muchas cosas.
Birmania es una más de esas hecatombes que se han perpetrado en nombre del socialismo. En 1962 llegó al poder el infame fundador de la satrapía, un tal Ne Win, mediante un golpe de Estado, y se mantuvo en el (des)gobierno veintiséis. Ne Win y su partido único, el omnipresente BSPP (Partido Birmano del Programa Socialista) convirtieron a uno de los países más ricos y prósperos de Asia en uno de los más pobres del mundo. La insostenible situación económica fue el detonante de las protestas que en marzo de 1998 empezaron a brotar de las universidades y obligaron a este déspota a ceder el poder a otro de su calaña, el general Than Shwe, quien era el máximo responsable del aparato represivo. Las actuaciones del Ejército para aplastar la rebelión dejaron una fecha dramática para la Historia: el 8 de agosto de 1988 cuando centenares de estudiantes murieron víctimas de de una matanza en las calles de Rangún. Tanto alboroto impelió a los militares celebrar unas elecciones en las que salió claramente derrotada. Pese a ello el gorilato tomó la “patriótica” decisión de aferrarse al poder y se negaron a transferir el gobierno hasta que se redactara una nueva Constitución, cuya redacción dejaron para las calendas griegas.
El resto del mundo empezó a tomar relativa conciencia de lo que ocurría en Birmania cuando Aung San Suu Kyi recibió, en 1991, el premio Nobel de la Paz. Para entonces, la hija del general Aung San, popular héroe de la independencia birmana, llevaba dos años bajo un arresto domiciliario que aún duraría hasta julio de 1995. Vigilada siempre de cerca por el régimen, que durante años ha intentado forzar su exilio voluntario, volvería a estar detenida entre septiembre de 2000 y junio de 2002. Entonces, al igual que tras su primera liberación, surgieron nuevas esperanzas de avanzar en el diálogo para la reconciliación nacional. Pero la realidad es que nada ha cambiado en Birmania. La única manera efectiva de lograr cambios sería una estricta presión internacional, pero mientras China contempla complaciente lo que sucede, las naciones del Sudeste Asiático lejos de denunciar a este ominoso, se permitieron aceptarlo como miembro de pleno derecho de la ASEAN y Occidente, bueno, va de nuevo, no hay petróleo. A ver si la indignación que ha despertado en la opinión pública el aplastamiento de la Revolución de Azafrán de 2007 y el nauseabundo manejo que perpetraron los milicos a raíz del desastre del huracán ayudan a los medrosos e hipócritas gobiernos de las potencias del G8 a hacer algo (vaya, Bush Jr. al menos debería ir a ver la última película de Rambo, digo, a ver si así toma conciencia) .
Birmania forma, junto a Laos y Tailandia el llamado “triángulo de oro” del cultivo mundial de opio y fabricación de heroína blanca. Es también escenario de la violación sistemática de los derechos de grupos étnicos minoritario, miles de civiles son reclutados de manera forzosa por el Ejército para realizar trabajos extenuantes en plantaciones, en la construcción de carreteras o para servir de porteadores o mensajeros (según denunció desde hace varios años la Organización Internacional del Trabajo). Precisamente aprovechando los “trabajos voluntarios” tan propios del socialismo real es que estos brutos lograron la “hazaña” de construir su nueva capital, Naypyidaw, la más surrealista y megalómana capital del mundo (aunque Astana, la capital de Kazajistán –remember Borat- construida por el sátrapa Nursultan Narasayev le compita). Este bodrio pseudo urbano ha sido la última locura del dictador Than Shwe, mezcla de “parque de atracciones del despotismo” -como lo bautizo un reportero español-, búnker militar para tranquilidad de la paranoia oficial y lindo escaparate del botín atracado descaradamente al pueblo sufrido pueblo birmanés . Un complejo antasmagórico pese a los 150,000 habitantes que -se supone- ya viven en ella y que se convertirán, se vaticina, en tres millones para 2020. Su nombre hace referencia a los palacios en los que solían residir los monarcas del país. Significa, literalmente, "la Ciudad de los Reyes", y los dictadores viven ahí, ¡claro! como reyes. A este respecto, recomiendo ampliamente la fantástica novela El palacio de Cristal de Amitav Gosh, narración en la que se da cuenta del derrocamiento del último rey de Birmania, entre otras muchas cosas.
Than Shwe, ignorante y supersticioso a la vez que ladrón y asesino, reunió a un consejo de astrólogos para que le indicaran la fecha y el lugar más propicios para levantar su proyecto (¡Ahí está!, ¿No que los dictadores nunca consultan nada?), y dócil a las sugerencias de los adivinos fue que construyó su bunker, toda una ciudad subterránea para enfrentar con éxito la inevitable (los astros así lo auguran) invasión extranjera. Como habíamos dicho, el gorilato ha aprovechado su experiencia en promover el “trabajo revolucionario voluntario” para obligar a miles de personas a colaborar en la gloria de tener una nueva capital, labor que se hace bajo el inclemente le sopor tropical, mujeres, e incluso niños incluidos. La capital presume como su joya a la nueva pagoda de Shwedagon, una obra faraónica que pretende igualar en grandeza al monumento más venerado por los budistas birmanos y cuya figura inacabada comienza a dibujarse en el horizonte.
El temido general Than Shwe, de 75 años y con cáncer en el páncreas, un día que llegó a supervisar las obras de su delirio t habló a los presentes frente con las estatuas de los monarcas birmanos de fondo: "Como hijos del pueblo, debemos considerar a los ciudadanos como a nuestros propios padres. Protegerlos, defenderlos y servirlos", Al levantar Naypyidaw, empleando en su capricho los recursos de una de las 10 naciones más pobres del mundo, este ‘jo de pu’ emula a los monarcas birmanos de otrora que solían trasladar la capital del reino con cada cambio de dinastía. A la histórica Pagan le sucedió Ava en el siglo XIV y después las capitales de Taungoo, Pegu, Mandalay y Rangún, la última en ser reemplazada. ¡Otra joya para nuestra interminable e inabarcable historia mundial de la megalomanía! Salvo porque estos sátrapas locos no se han entregado al frenesí del culto a la personalidad.
El último informe de Transparency International, la organización que analiza la corrupción en el mundo, sitúa a los dictadores birmanos como los más corruptos en un ranking de 180 países. La nueva capital se ha convertido, como todo lo que toca el Ejército, en un gran negocio. Los milicos no se cansan de explotar con saña las ingentes riquezas naturales del país. De hecho, una nota de Der Spiegel comenta que según científicos la excesiva tala de bosques tropicales (de donde se obtiene la valiosísima madera de teca) y la deforestación subsecuente ha sido una de las principales causas de la magnitud del desastre que ha representado Nargisha
Como modesta concesión tras la revolución de azafrán, el régimen había anunciado para mayo (para este fin de semana, de hecho) un referéndum sobre la dichosa nueva Constitución que ha tardado más de 15 años en redactar y que sólo reafirma el control del ejército sobre el gobierno. El desastre natural no fue óbice para que esta amañada consulta se realizara, pese a que millón y medio de birmanos han sido desplazados de sus hogares y se calculan las muertes podrían llegar a 100,000, sin olvidar los enormes riesgos de epidemias inminentes.
Y en Palacio Arpinati:
Los Cuartetos de Prokofiev
Anatomía de la Melancolía
La Pena de Bélgica
Richard Francis Burton