miércoles, 5 de diciembre de 2007

Vampiro, putonsón o putín, pero Putin Rules.


¡Si serás bestia, Putíííín! ¡Renuncia, Putíííín! ¡Vete al carajo, Putíííín! Así se imaginaba Brozo en su noticiero del 40 -cuando todavía era chistoso- la reacción de los familiares de las víctimas del submarino Kursk frente al presidente ruso durante el funeral de Estado que se efectuó para despedir a los pobres marineros muertos por culpa de la incompetencia de sus comandantes. El accidente parecía ser el reflejó arquetípico de la irremediable decadencia de una ex súper potencia. Vladimir Putin llevaba apenas unos cuantos meses como presidente. Había heredado una compleja situación política y económica de manos de su antecesor, Boris Yeltsin. Sobraban entonces los analistas que comparaban la hiper inestable situación de Rusia con la de la Alemania de Weimar, con su multipartidismo exacerbado, aguda inestabilidad política, crisis económica crónica, comunistas al acecho y extremistas de derecha cada vez más pujantes.

Ocho años más tarde, tras dos administraciones de Putin, la situación es radicalmente distinta. Rusia es una de las economías “en despegue” más destacadas del orbe, junto con China, la India y Brasil (los BRICs, ya les dicen los tecnócratas), y el país está en paz. Claro, es la paz de los panteones, pero en paz a fin de cuentas. Ya nadie habla de una restauración comunista y se desvaneció el temor de ver entronizado al frente de la que, a fin de cuentas, sigue siendo una potencia nuclear a un “Hitler ruso” en la frenética personita de Vladimir Zirinovski. ¿Se acuerdan de él?

El siempre demacrado e inexpresivo Putin (hay quienes aseguran que es un vampiro chupasangre) ha consolidado su poder y aunque no vaya a reelegirse en las elecciones presidenciales del año entrante, nadie duda que seguirá siendo el mero, mero mandamás y señor de señores. ¡Eso! Que nadie dude que el otrora menospreciado Vladimir Putin convertirá la aplastante victoria de su partido Rusia Unida en las elecciones parlamentarias del domingo en un mandato para liderar el país más allá del fin de su período presidencial. Desde luego, las numerosas denuncias de fraude e intimidación de los observadores internacionales lo tienen definitivamente sin cuidado. El es popular en Rusia, un país, por otro lado, yermo en lo que se refiere a antecedentes, tradiciones y credenciales democráticas. Porque la convulsa historia rusa (esa que protagonizaron, entre otros querubines, Iván el Terrible, Boris Godunov, Pedro el Grande, Catalina y Stalin) está poblada de intrigas, asesinatos, traiciones, absolutismo, autoritarismo totalitarismo, pero en ningún lugar logran verse urnas, a me nos que estén debidamente “embarazadas” (los lectores mexicanos me entienden). Ahora, el principal problema para Rusia es qué cargo específico asumirá Putin para conservar el control..., ah y a que pelele elegirá como candidato a la presidencia de su PRI particular. El Oso Bruno apuesta por que Putin se hará nombrar primer ministro y que la balanza del poder en este muy particular sistema semipresidencial pasará a manos del jefe de gobierno.La realidad es que la inmensa mayoría de los rusos le dan a Putin el crédito de haber sacado al país del salvajismo y el caos social y político reinante en la década del 90, cuando la caída del poder soviético provocó la desintegración de la sociedad rusa. Es por eso que Putin, la verdad, pues muchos, que digamos, muchos incentivos para renunciar al poder pues…no tiene. Y menos ahora, país que florece con los ingresos procedentes del petróleo (casi a 100 dólares el barril, usted dirá) y la industria del gas.
Por otra parte, las elecciones del domingo determinaron la salida del Parlamento de todos los opositores liberales de Putin. Asimismo, una legislación más severa eliminó las candidaturas individuales, que antes permitían que los candidatos independientes pudieran ganar una banca. Y esta es precisamente uno de los aspectos que más llaman la atención de estas amañadas elecciones: el encono con el que los medios oficiales (todos) atacaron a los pobres liberales del bloque Yabloko, quienes no representaban absolutamente ningún peligro para Rusia Unida (tuvieron menos del 2% de los votos) pero, aún así, les pegaron con tuvo. Y es que así es de amargo el recuerdo que tienen los rusos los años del “capitalismo salvaje” de Yeltsin y sus tecnócratas. Toda la campaña de Rusia Unida estuvo enfocada a destacar las diferencias entre el caos de los “deleznables” (para los rusos) años noventa y la felicidad que ahora reina en la arcadia de Putin.
Desde luego, a uno como liberal no deja de preocuparle y desconcertarle tanto odio a las tan bonitas tradiciones liberales, pero también el verdadero liberal sabe alejarse de los fundamentalismos y hacer la crítica al propio liberalismo. En Rusia esto no funciona, y no funcionará váyase a saber por cuanto tiempo (¿Pasa lo mismo en América Latina? Es pregunta.).

Hay que decir en descargo de Putin que Rusia no es un Estado totalitario y la actual ruptura con Occidente no es todavía una nueva guerra fría. Eso sí, bajo su gobierno el Kremlin se ha apoderado del control de las industrias cruciales; ha extendido su control a las provincias más remotas de Rusia; instituciones nominalmente independientes, como las cortes judiciales, los medios de comunicación y el Parlamento, han perdido gran parte de su libertad. Putin también ha desafiado las políticas de Occidente y a acusado a Washington de autoritarismo en su política exterior, lo cual le acerrado mucha popularidad en los sectores la población añorantes de los días enj los que la URSS rivalizaba con Estados Unidos.
Ese es el punto. El buen resultado electoral obtenido por Putin sugiere que el pueblo ruso lo premió claramente en lo que se ha considerado un plebiscito sobre su popularidad. La gente parece estar satisfecha con la gestión, sobre todo por haber devuelto al pueblo ruso la autoestima que perdió tras la crisis de los noventa, además de que desde 1999, la economía rusa, empujada por el fuerte aumento de los precios de los hidrocarburos, creció un 70 por ciento en términos reales. Lo hizo con la ayuda de ingresos extraordinarios provenientes de las exportaciones de hidrocarburos que, en ese período, generaron unos 750 mil millones de dólares. En el exterior, si bien se reconoce que Putin ordenó a su manera a la antes desquiciada Rusia, existe una inocultable preocupación por el aumento del autoritarismo bajo su mandato, reflejado en una inusual acumulación de poder en torno del Ejecutivo, que está en manos de la llamada chekisti (agentes a las órdenes de los servicios de inteligencia), a la cual Putin no es ajeno por haber pertenecido a la extinta KGB (Comité para la Seguridad del Estado). Bastante incompetentes y burdos, por cierto, los servicios de seguridad, que han ahogado a sangre y fuego (sobre todo de los rehenes) los secuestros de centenas de personas en aquel teatro ruso y en aquella escuela en el Cáucaso, que asesinaron de manera vil salvaje en la que asesinaron a la periodista Anna Politkovskaya o en el asesinato tosco hasta la comicidad del disidente Alexander Litvinenko quien, en una operación digna del Súper Agente 86, fue radiado con Polonio 210 por un agente que dejó rastros radiactivos por todo Londres. Será putón, putonsón o putín, pero este presidente ruso, que además es medio bizco y tiene un aspecto patibulario, ha logrado iniciar una época que con toda seguridad será conocida por los historiadores como "la era del Putin".

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