Es verdad que durante todo el tiempo que duran las primarias, los candidatos están expuestos a un desgaste considerable. Las cosas empeoran cuando uno de los aspirantes es el presidente en funciones en busca de la reelección, ya que entonces buena parte del quehacer gubernamental se ve determinado por las necesidades electorales. Hacia el 2008 este proceso de primarias ha sido particularmente desgastante, en virtud que, por primera vez desde 1924, no está involucrado en la carrera ni el presidente ni el vicepresidente en funciones, lo que hace de esta competencia una de las más abiertas y reñidas de la historia, tanto en el campo republicano como en el demócrata.
El problema central en el sistema electoral norteamericano es que legalmente no existe un "electorado nacional", como sucede en el resto del mundo. Todas las diposiciones electorales dependen exclusivamnte de la voluntad de las legislaturas de cada uno de los 50 estados, lo que ha dado lugar al enorme desorden y las grandes irregularidades que caracterizan a las elecciones de la que presume mser la democracia más importante del mundo (remember el desastre del 2000 en Florida).
Lo cierto es que en las primarias rara vez sale nominado el mejor candidato, ya que se ven beneficiados considerablemente por dicho procedimiento políticos "populistas" capaces de atraer el voto de los ciudadanos "comunes" con promesas vanas y con campañas superficiales, pero efectivas; mientras que políticos experimentados se ven expuestos a los fáciles ataques de demagogos. Fue con campañas de este tipo como personajes radicales, populistas o inexpertos como Barry Goldwater, George Mc Govern y James Carter pudieron salir victoriosos sobre personalidades de mucha mayor experiencia y capacidad como Nelson Rockefeller, Edmund Muskie y Frank Church. Esto podría suceder en el 2008 si el predicador Huckabee y/o el popular Obama se hacen de las candidaturas de sus partidos pese a la enorme inexperiencia que padecen.
Hay quienes proponen la desaparición de las primarias y su sustitución por un procedimiento donde sólo intervengan los "notables" de los partidos. Sin embargo, dada la popularidad actual de las primarias, esta idea ha sido rechazada contundentemente, sobre todo considerando que el enorme nivel de descentralización de los partidos estadounidenses haría poco viable una decisión vertical. Otros opinan que debería de celebrarse una única elección primaria a nivel nacional en una sola jornada electoral, o por lo menos disminuir al máximo el período en el que estos comicios se celebran, con el propósito de evitar el desgaste de los aspirantes, pero eso sólo sucedería el día que se establezca en Estados Unidos el concepto de "Electorado Nacional" y los estados no lo peemitirán nunca.
En 1984, buscando impedir en la medida de lo posible la designación de un candidato demasiado inexperto o radical, los demócratas cambiaron sus disposiciones internas. Desde entonces, sí ningún candidato logra ganar en las primarias el número necesario para garantizar su nominación en la convención (ambos partidos exigen que el candidato presidencial cuente con la mayoría absoluta de los delegados), la decisión final recaerá en unos "superdelegados", que representan aproximadamente el 14% de los votos en la convención. Estos "superdelegados" por lo general son "notables" del partido (senadores, representantes, gobernadores, etc.) que no están sujetos a ninguna forma de elección frente al electorado. Fueron estos superdelegados los que otorgaron la nominación presidencial a Walter Mondale sobre Gary Hart en la convención de 1984.
Por otra parte, los defensores de las primarias en Estados Unidos señalan que dadas las características tan sui generis que presenta el sistema de partidos de ese país, las elecciones primarias no sólo son el mecanismo más conveniente, sino en realidad el único viable para determinar las candidaturas presidenciales. Los dos grandes partidos de Estados Unidos, a diferencia de lo que sucede con la mayor parte de los partidos en el mundo, son instituciones sumamente descentralizadas y completamente desideologizadas, que cuentan con una estructura horizontal, donde son las instancias locales, y no la dirigencia nacional, las que tienen mayor influencia en el proceso de toma de decisiones. Además, los partidos no son capaces de imponer a sus legisladores una disciplina de voto rígida ni en la Cámara de Senadores, ni en la de Cámara de Representantes.