Hace apenas dos años, el presidente chino Xi Jinping parecía imparable. Ya era, en ese momento, el líder chino con más poder acumulado desde la era de Mao Zedong, y su permanencia parecía garantizada cuando el XIX Congreso del Partido Comunista Chino eliminó de la Constitución los límites a la posibilidad de reelección.
Sin embargo, desde entonces se han acumulado los problemas: las protestas en Hong Kong, la ralentización económica, las críticas al colosal proyecto de Nueva Ruta de la Seda y la guerra comercial con Estados Unidos.
Ahora, a todos estos retos debemos añadir el la epidemia del coronavirus, quizá el potencialmente más peligroso para la estabilidad des régimen totalitario chino.
La expansión del virus fue favorecida por la estricta censura de medios, la incapacidad de autoridades locales y el miedo de funcionarios menores a informar a sus superiores sobre las verdaderas dimensiones del peligro.
El tratamiento dado por la policía al doctor Li Wenliang, quien fue el primero en alertar sobre el coronavirus, y su posterior muerte, han provocado una inusitada avalancha de comentarios indignados en las redes sociales chinas, una explosión de rabia acumulada pocas veces vista en este país en su historia reciente.
La policía buscó a Li, pero no para obtener más información del virus, sino para intimidarlo por difundir “falsos rumores” y pretender, con ello, “dañar al orden social”. Le advirtieron, “seriamente”, contra su “obstinación e impertinencia”, lo amenazaron con la cárcel si persistía con esa “actividad ilegal” y lo obligaron a firmar una carta de arrepentimiento.
Con su muerte, Li se convirtió en un mártir de la represión del régimen. “Recuerden su cara. Es la de un médico caído, un ciudadano diciendo no a las mentiras. Si su muerte no despierta a la nación, no merecemos vivir en este planeta”, así reza uno de los iracundos comentarios subidos en Weibo, la principal red social en China, junto con millones de acusaciones contra las autoridades por su opacidad en la información y lentitud de reacción.
Muchos internautas chinos incluso llegan a describir la epidemia del coronavirus como “el Chernobyl chino”. Por ello podría convertirse en el mayor desafío para el sistema totalitario desde Tienanmen.
Y no solo en la política, los efectos en la economía son incalculables. Hay quienes de la posibilidad de un crecimiento menor al 5 por ciento del PIB chino para este año. Obviamente, ello tendría repercusiones globales muy negativas.
Todo esto daña la imagen de Xi Jinping, justamente porque al concentrar tanto poder en sus manos le resulta muy difícil señalar a otros responsables.
Es prematuro hablar del fin de Xi, quien ha afianzado un sólido control sobre el gobierno y eliminado a sus potenciales adversarios. Pero con su prestigio manchado, su hegemonía se resquebraja.
Pedro
Arturo Aguirre