Los líderes con tendencias autoritarias de todos los tiempos siempre se han servido para consolidarse en el poder de guerras o de graves crisis a la seguridad nacional, ya sean reales, ficticias o (como suele suceder) provocadas por ellos mismos.
Quizá el ejemplo más clásico es el famoso incendio del Reichstag de 1933, el cual sirvió de pretexto para el establecimiento definitivo de la dictadura hitleriana en Alemania.
Casos más recientes lo dan dictadores de todos colores y sabores. Dos los ofrecen Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan.
El mandatario ruso ganó la presidencia gracias a la forma como enfrentó la crisis Chechena cuando era primer ministro y ha logrado mantener y, en su caso, recuperar altos niveles de popularidad en virtud a la fiebre nacionalista desatada en su país como consecuencia de las intervenciones militares en Georgia y Ucrania.
La anexión de la península de Crimea instigó una ola de patriotismo en Rusia la cual impulsó la popularidad de Putin hasta máximos históricos. El año previo las cosas se habían puesto difíciles a causa, sobre todo, de la crisis económica y el aumento de la edad de jubilación.
Otro caso reciente de crisis provocada fue el pseudo intento de golpe de Estado acontecido en Turquía en 2016. Hace poco apareció la traducción al español del estupendo ensayo “Cómo Perder un País”, de Ece Temelkuran, columnista muy crítica del gobierno autoritario de turco. Este libro describe la forma como se perpetró un grotesco montaje de crisis nacional para dar la puntilla a las libertades políticas . Al final, la autora hace a sus lectores de todo el mundo, pero sobre todo a quienes viven bajo regímenes populistas, una lúgubre advertencia “lo sucedido en Turquía también les amenaza a ustedes. Es una locura global”.
Donald Trump recurrió a este viejo truco al provocar una crisis internacional con el asesinato del segundo hombre más poderoso de Irán, Qassem Suleimani. Este crimen violó todas las prácticas y normas del derecho internacional. También provocó una severa condena por parte de un sector de la opinión pública mundial e incluso nacional en Estados Unidos. Pero, a decir verdad, sorprende al no haber sido más extensiva. Después de todo se trató del asesinato de un oficial de gobierno, no de un terrorista común, y la acción se efectuó bajo acusaciones no sustentadas con pruebas fehacientes.
Por encima de consideraciones éticas o del derecho internacional (por otro lado, al parecer cada vez más relativas) Trump tomó la decisión con las elecciones presidenciales de este año en mente. La popularidad del presidente es estable, pero relativamente baja. Una operación militar puede ser muy oportuna para ganar puntos en las encuestas, reducir las críticas y, eventualmente, justificar prácticas personalistas y autoritarias.
Pedro
Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
15 de enero de 2020
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