domingo, 16 de febrero de 2020

La Decadencia del Senado Norteamericano




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Cada vez en más naciones se consolidan en el poder dirigentes de claro cariz autoritario y pavorosa inopia intelectual. Y una fauna aún más espeluznante encontramos en la lista de legisladores de cualquiera de los países donde la democracia peligra.

Cierto, ningún tipo de régimen se salvaba de gobernantes y legisladores pedestres. Siempre la política ha sido modus vivendi de muchos mediocres. Pero en los regímenes personalistas este fenómeno se agudiza. En ellos es aún más palmaria la necesidad de los líderes de contar más con fidelidad y menos con capacidad, honestidad o experiencia. No se busca calidad en los correligionarios, sino absoluta lealtad.

Evidentemente, no basta con ser culto o contar con antecedentes académicos relevantes para ser buen gobernante o legislador. Muchos elementos juegan para forjar a un estadista genuino: sensibilidad, intuición, paciencia, aplomo, carácter. Pero, parafraseando a Carlos Fuentes, una sólida formación intelectual otorga una mayor y más amplia visión del mundo, de la historia, de los pueblos y de la vida.

La devaluación de la calidad de los políticos se ha hecho notoria en la otrora asamblea legislativa más importante del mundo: el Senado de Estados Unidos, síntoma neurálgico del declive democrático norteamericano.

El Senado nunca ha sido perfecto, pero por ahí han pasado muchos de los más destacados, carismáticos e inteligentes políticos en la historia norteamericana y, con  altibajos, por más de doscientos años sirvió como bastión del republicanismo constitucional.

Sin embargo, a partir de la creciente polarización de la política, el Senado se ha convertido, paulatinamente, en una parodia disfuncional de la labor como equilibrador político para el cual fue concebido, y sus integrantes son, cada vez con mayor frecuencia, personajes de baja estofa.

Con el juicio de impeachment a Donald Trump el Senado ha alcanzado su nivel más bajo. Desde el principio del proceso, los senadores republicanos dejaron clara su intención de no sancionar los evidentes abusos de poder e ilegalidades perpetradas por el presidente y rechazaron, de tajo, citar testigos y solicitar documentos al gobierno.

Monumentales son su hipocresía, cinismo y mala fe, sobre todo habida cuenta de cómo se comportaron en el impeachment de Clinton, cuando demandaron a los demócratas “ser imparciales, hacer justicia y poner los intereses del país por encima de los partidistas”.

Esta denodada y obscena defensa de Trump destruye la reputación del Senado y perjudica fatalmente a la democracia norteamericana.

Y asomarse por las cámaras legislativas de los países con gobiernos cada vez más personalistas nos da lecciones similares de abyección y vergüenza.

Hace muchos años, Porfirio Muñoz Ledo (con quien trabajé en el Senado) me comentó tras observar la envilecimiento de los legisladores del, en aquel momento, partido dominante: “No hay democracia que sobreviva Congresos llenos de serviles ignorantes y ociosos”. Tiene razón.

Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
29 de enero de 2020



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