Casi todos los caudillos populistas surgidos en esta época aciaga han lidereado partidos “a modo”, sumamente personalistas y con muy débiles o nulos antecedentes históricos y estructuras institucionales. Ha sido el caso de los populistas latinoamericanos y de casi todos los líderes autoritarios surgidos en Europa del Este y Asía.
Putin, Evo, Chávez, Duterte, Correa forman parte de esta pléyade políticos capaces de legar al poder explotando su imagen personal y a la cabeza de partidos creados ad hoc, cuya principal bandera no es una ideología o un programa, sino la fidelidad incondicional al jefe.
Pero no es el caso de Donald Trump, electo bajo la patrocinio del histórico Partido Republicano, una sólida e imprescindible institución del sistema democrático de Estados Unidos. Hablamos del partido de Lincoln, Teddy Roosevelt, Eisenhower y Reagan, entre otros.
El pasado, cuando un presidente de origen republicano, Richard Nixon, infringió las reglas constitucionales, los republicanos no dudaron en retirarle su apoyo y colocar primero al país y después al partido.
Hoy asistimos, perplejos, al patético espectáculo de un partido entregado sin escrúpulo alguno a un ostensible violador de la Constitución. Según encuestas recientes, el 90 porciento de los ciudadanos norteamericanos reconocidos como “ republicanos” aprueban la gestión del protervo presidente, e incluso un 53 por ciento lo consideran el mejor presidente republicano de la historia, por encima de Lincoln.
Donald Trump no se ha cansado de exhibir todos los defectos atribuidos al “Ugly American”: racista, vulgar, materialista, ignorante (y orgulloso de serlo) egocéntrico, sin empatía por los débiles y mitómano. La semana pasado reafirmó su carácter de hazmerreir durante la cumbre de la OTAN, donde el resto de los líderes del “mundo libre” se burlaron de él.
Aun así, sus correligionarios lo aman. Muy rápido el establishment del Partido Republicano se acomodó a un candidato, y luego a un presidente, inadecuado moral, política y temperamentalmente para ocupar el cargo.
Sin duda lo hizo porque favorece puntos centrales de su agenda, como la reducción de los impuestos a los ricos y la promoción del fundamentalismo cristiano. Pero sobre todo existe una atroz realidad: una porción ingente de norteamericanos ven el señor Trump su espejo. Se identifican, quieren ser como él, coinciden con su forma de “pensar”.
Seguramente la Cámara Baja del Congreso norteamericano aprobará el impeachment contra Trump, pero lo hará prácticamente sin ningún voto a favor de republicanos, y en el senado la mayoría de ese partido lo rechazará
Uno de los principales partidos norteamericanos, el autoproclamado más “nacionalista”, ya no cree en los valores tradicionales de honorabilidad, respeto a la ley y defensa de la democracia. Está entregado a un sátrapa quien, para colmo, tiene una buena oportunidad de reelegirse. Todo ha cambiado, para mal.
Pedro
Arturo Aguirre
Publicado en la columna "Hombres Fuertes"
11 de diciembre de 2019