Alguna vez Bruno Kreisky* escribió “lo que caracteriza
a la tecnocracia es su tendencia a suplantar el poder político en vez de
limitarse a asesorarle… Al eliminar la división entre la política como reino de
los fines y la técnica como el terreno de los medios un gobierno cae en el error
de abandonarse a un mecanismo de toma de decisiones fundado exclusivamente en
términos meramente cuantitativos. El mundo de lo irracional y de todo aquello
que no sea técnicamente cuantificable queda desterrado del juicio del
gobernante tecnocrático que no ha sabido complementar su formación con
criterios humanistas... por eso opino que no hay peor ignorancia que la del
tecnócrata mediocre, ya que es la ignorancia del que no entiende que no entiende.”**.
Y, por cierto, esto del “no entiende que no entiende” lo retomó hace poco la
revista The Economist en un artículo titulado “El Pantano Mexicano” precisamente
para describir la forma como toma decisiones el dueto Peña Nieto-Videgaray.
Es justo en este tipo de “ignorancia tecnocrática” que
podemos ubicar el origen del colosal error histórico que cometió el gobierno
mexicano al invitar a los Pinos a Donald Trump. Ya no es un secreto que la idea
vino del gabinete económico, preocupado por “la volatilidad que implicaría un
eventual triunfo del republicano para los mercados”. Tranquilizar a los
mercados y mostrar una relación llevadera con el señor Trump, esa era la insigne
intención del gobierno mexicano. El fracaso fue estrepitoso y evidenció que no
basta con la súper especialización tecnocrática para merecer el nombre de “estadista”.
Alrededor del mundo no han sido pocos los altos funcionarios que han mostrado
expedientes académicos brillantes, sobre todo en el manejo de las finanzas
públicas, pero carentes casi por completo de cultura humanista, conocimiento de
la historia, sensibilidad social y pericia política. Claro, no quiero decir con
esto que quienes gobiernen deban despreciar alegremente a la opinión de los
expertos, pero confiar demasiado en la técnica sin sopesar otros factores más
allá de los técnicos lleva al desastre.
Un análisis, aunque fuese superficial, de esta insólita
campaña electoral norteamericana lleva al observador más desentendido a sacar
la conclusión de que el candidato republicano día a día demuestra su falta de
consistencia intelectual e incluso emocional. A leguas puede verse en Trump a
un demagogo incoherente cuyas principales armas son la mentira y el vituperio. De
manera notable se caracteriza también por su carácter irascible, su
intolerancia y su volubilidad, pero también es un histrión muy hábil en el
manejo de medios. ¿No era entonces previsible que pasaría lo que pasó? Gran
payaso mediático, se comió el escenario para hacer del encuentro un acto de
campaña. ¿De verdad pensaron Videgaray y compañía que un ególatra monumental
como lo es este iba a pedir disculpas aquí y decir a su regreso a Estados
Unidos que los mexicanos somos buenos y maravillosos?
La mayoría de nuestros tecnócratas estudian en Estados
Unidos, pero no por eso tienen la curiosidad o interés intelectual de tratar de
entender cómo es que funciona política en ese país. Ya lo habían demostrado cuando
se negoció el TLC y los funcionarios del gobierno de Salinas apostaban por una
reelección de Bush padre sin entender que el tratado tenía que ser aprobado por
un Congreso con mayoría demócrata. Hoy lanzaron esta “audaz iniciativa” y el
resultado es que en lugar de mandar un mensaje positivo para los mercados humillaron
al país, ofendieron a sus gobernados, aniquilaron lo poco que les quedaba de
popularidad, agraviaron a la candidata demócrata y, para colmo, acabaron
enfrentados con el locazo de Trump al ensartarse en una guerra de twitts.
Ah, y lo peor: todavía no entienden que no entienden