De verdad que la democracia mexicana languidece. Con un grupito de candidatos presidenciales que da pena, unos partidos inoperantes y torpes, frágil y débil, incapaz de lograr acuerdos que le permitieran hacer frente a las amenazas que la
acechan, nuestra democracia transita por uno de los momentos más peligrosos de
su existencia.
Las causas de esta agonía son múltiples, aunque las más significativas son las
siguientes:
1. La incertidumbre que impera en el país. Los canales a través
de los cuales los actores políticos pueden acceder de manera genuina a los
roles de gobierno; los medios que legítimamente pueden emplear en sus
conflictos recíprocos; los procedimientos que deben aplicar en la toma de
decisiones; y los criterios que pueden usar para excluir a otros, no han podido
ser todavía definidos ni aceptados de común acuerdo. Y el entramado
institucional y normativo que permitiera sustentar el nuevo régimen no ha sido
construido. Y el partido que está en el gobierno está más interesado en conservar el poder a toda costa antes que en lograr los amplios consensos que las tan cacareadas "reformas estructurales" necesitan para salir adelante.
La pluralidad que conlleva la democracia no debería derivar en
parálisis. Por el contrario, debería promover el avance, evitando silenciar las
opiniones de la minoría, la cual, siempre ha de tener derecho a exponer sus
argumentos, con objeto de que, después de haber oído a todas las partes, la
población pueda decidir por sí misma cuál de ellas tiene la razón. Es frecuente
que ambas partes tengan ideas acertadas, que pueden conjugarse de manera
creativa. Pero ante el lance electoral de 2012 somos testigos de como el gobierno exacerba su enfrentamiento con el PRI y lo lleva a todos los terrenos judiciales y polpítricos imaginables. ¿Cómo esperar una relación constructiva entre los partidos dentro del Congreso de la Unión cuando se esta llegando a estos niveles de encono y crispación?
2. El estado de derecho, base de la democracia, ha sido incapaz de proteger las
vidas, las libertades y el patrimonio de los ciudadanos, además de que sigue
siendo aplicado y vulnerado de acuerdo con los intereses del momento, lo cual
ha generado caos y desconfianza por parte de aquellos.
La democracias mexicana no ha sido capaz de generar un mejor marco jurídico ni un mayor
acceso a la justicia, ni una mejor práctica legal, ni ha podido impedir la
arbitrariedad ni el uso de la ley y de la justicia con fines políticos y
personales.
3. La participación ciudadana sigue siendo pobre, pávida, inapropiada. La
democracia en México se ha limitado al plano representativo, al ejercicio del
derecho del voto; incluso en muchos casos ni siquiera a ello. Para muestra
basta ver los altos índices de abstencionismo que se registran en el país. Sin
embargo, en una verdadera democracia el ciudadano no debe ser un mero sujeto, sino
un participante activo en la política. La democracia la configuran ciudadanos
que se organizan para gobernarse a sí mismos. Ciudadanos con una amplia
conciencia nacional, conscientes de sus intereses, de sus derechos y de sus
responsabilidades políticas y sociales, y capaces de desarrollar fórmulas
adecuadas de diálogo y concertación con otros agentes sociales (gobierno,
partidos políticos, etcétera) sustentadas en la confianza mutua.
De ahí que la democracia sólo funcione cuando todos los grupos de una sociedad
sienten que pertenecen a ella y que, a su vez, ella les pertenece.
4. Y finalmente nuestro experimento democrático tampoco ha sido capaz de
generar ciertas condiciones socioeconómicas mínimas (crecimiento, empleo,
combate a la pobreza y a la desigualdad, etcétera) que promuevan la adhesión y
aceptación de la ciudadanía de la democracia como el mejor sistema político y
el mejor medio para solucionar los problemas con justicia y con el más alto
grado de consenso político.
Los planteamientos deben dejar de ser huecos, timoratos, parciales, sobre todo
considerando la oportunidad histórica que representa, esperamos como ciudadanos
que el decálogo antirrecesivo del Gobierno federal presentado en días pasados
funcione y allane un poco el camino en este rubro.
Pero la superficialidad desde hace nueve años, vuelve a primar. Por ahí se
escuchan algunas propuestas vagas y desarticuladas en torno de los
"qué", mas no de los "cómo". Planteamientos mercadológicos
que poco o nada nos dicen en torno de cómo consolidar nuestra democracia; de
cómo asegurar la disponibilidad de un conjunto de procesos políticos que
garanticen el intercambio, la aceptación de las reglas del juego democráticas y
la expansión de la participación política; y de cómo lograr un acuerdo sobre
los fines últimos del Estado.
No hay que olvidar que aunque hoy la democracia es reconocida como el mejor
sistema de gobierno, este régimen es el más débil, confuso y complejo de todos
los existentes, dado que se trata de un sistema de gobierno en el que decide la
mayoría, pero sujeto constantemente a una tensión con los derechos de las
minorías y de los individuos, en un equilibrio frágil y dinámico.
De ahí que no se trate de un ideal que se realice de una vez, para siempre y
para todos. Es un proceso inestable, impreciso e impredecible que adopta
diferentes ritmos. Una vía, una ruta, un camino; mas no un destino, por lo que
su desarrollo y supervivencia dependen de que el conjunto de los actores y las
instituciones que le dan vida encajen y se guíen por los valores que la
alientan, los valores democráticos; y que disponga en su funcionamiento
cotidiano de condiciones que promuevan y faciliten su expresión y desarrollo,
puesto que la ausencia de elementos del conjunto democrático o su anomalía
puede conducir a desequilibrios importantes o incluso a su destrucción.
En este sentido, la democracia es maduración. Aunque con políticos y partidos
inmaduros y con propuestas tibias parece muy difícil que podamos avanzar mucho
en este proceso.