lunes, 27 de febrero de 2012
Los ridículos costos de la desconfianza
Distinguidos y muy queridos analistas, de esos que viven en una bella torre de cristal (¡ y que envidia!) se burlan del ridículo que hacemos en México al negarle al presidente de la República, por obviedad un político nato, intervenir con actos y opiniones que parezcan parciales en los procesos electorales.
En teoría puede ser que estos queridos analistas tengan razón, pero creo que se comete un craso error al omitir tan alegremente en el análisis cualquier referencia a la experiencia concreta mexicana, tan ominosa en cuanto a una larga y reprobable tradición de flagrantes intervenciones de la maquinaria estatal en los procesos electorales en favor del partido gobernante. Recuérdese que tuvimos siete decadas de "Partido de Estado", donde la equidad en la competencia no existía, los órganos electorales eran parciales y la maquinaria estatal beneficiaba a un solo partido. Borrar de un solo plumazo este pesado historial no es fácil, ni recomendable. Para colmo, las intromisiones del presidente Fox en el proceso electoral de 2006, primer gobierno de alternancia dieron lugar, como se sabe, a un problema de legitimidad con el que la actual administración ha debido cargar desde el primer día.
En resumen, no creo que se puedan sacar asépticas conclusiones basadas en la teoría pura o en casos de otros sistemas presidenciales sin tomar en cuenta la experiencia concreta histórica del muy particular caso del sistema político mexicano. ¿Remember el ornitorrinco, nombre al que le dio el estupendo analista Jesús Silva Herzog Márquez al muy original caso del sistema político mexicano en un magnífico y premiado ensayo.
Obvio que debemos evolucionar, pero debemos hacerlo de forma gradual. Sí, a México le urge superar las absurdas desconfianzas que en materia electoral aún prevalecen y que, por cierto, nos salen tan caras, pero no lo haremos nunca si no tenemos un período de adaptación en el que logremos consolidar una democracia incuestionable. En esto mucho cuenta que la actitud del jefe del Ejecutivo esté libre de toda sospecha. Ya sé, suena ridículo, cursi incluso, pero en el caso mexicano es necesario, por lo menos mientras el ornitorrinco silvaherzogiano aún mueva la colita.
Que en México se le pida al presidente imparcialidad en juicios y actos en lo concerniente al proceso electoral no es, por tanto, del todo descabellado. Esta demanda no es un capricho, sino una consecuencia de la historia. Aparece excesivo a la luz de como funciona una democracia moderna, es cierto, pero es acorde a los muy particulares antecedentes políticos que tenemos en México. Cada sistema político tiene sus características que responden a los antecedentes que los van conformando. Insisto en que olvidar tan pronto los 70 años de intervención estatal en favor del PRI y la experiencia de 2006 no pueden ni deben ser borrados de un plumazo. Hacerlo contribuye a seguir extendiendo el exceso de desconfianza, que es raíz de muchas de las deficiencias de nuestra frágil democracia. Es necesario resignarse a un período de adaptación, que esperemos sea breve.
Ahora bien, quizá lo ideal sea separar las funciones de Jefe de Estado y Jefe de gobierno, como sucede en los regímenes parlamentarios. Punto a favor de quienes como el sabio Giorgio Romero han sugerido tal alternativa.
Estimados amigos, todos en esta chabacana vida tenemos que pagar algún ridículo, y lo mismo pasa con los sistemas políticos.
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