domingo, 19 de febrero de 2012

La inoperante democracia mexicana



De verdad que la democracia mexicana languidece. Con un grupito de candidatos presidenciales que da pena, unos partidos inoperantes y torpes, frágil y débil, incapaz de lograr acuerdos que le permitieran hacer frente a las amenazas que la acechan, nuestra democracia transita por uno de los momentos más peligrosos de su existencia.

Las causas de esta agonía son múltiples, aunque las más significativas son las siguientes:

1. La incertidumbre que impera en el país. Los canales a través de los cuales los actores políticos pueden acceder de manera genuina a los roles de gobierno; los medios que legítimamente pueden emplear en sus conflictos recíprocos; los procedimientos que deben aplicar en la toma de decisiones; y los criterios que pueden usar para excluir a otros, no han podido ser todavía definidos ni aceptados de común acuerdo. Y el entramado institucional y normativo que permitiera sustentar el nuevo régimen no ha sido construido. Y el partido que está en el gobierno está más interesado en conservar el poder a toda costa antes que en lograr los amplios consensos que las tan cacareadas "reformas estructurales" necesitan para salir adelante.

La pluralidad que conlleva la democracia no debería derivar en parálisis. Por el contrario, debería promover el avance, evitando silenciar las opiniones de la minoría, la cual, siempre ha de tener derecho a exponer sus argumentos, con objeto de que, después de haber oído a todas las partes, la población pueda decidir por sí misma cuál de ellas tiene la razón. Es frecuente que ambas partes tengan ideas acertadas, que pueden conjugarse de manera creativa. Pero ante el lance electoral de 2012 somos testigos de como el gobierno exacerba su enfrentamiento con el PRI y lo lleva a todos los terrenos judiciales y polpítricos imaginables. ¿Cómo esperar una relación constructiva entre los partidos dentro del Congreso de la Unión cuando se esta llegando a estos niveles de encono y crispación?

2. El estado de derecho, base de la democracia, ha sido incapaz de proteger las vidas, las libertades y el patrimonio de los ciudadanos, además de que sigue siendo aplicado y vulnerado de acuerdo con los intereses del momento, lo cual ha generado caos y desconfianza por parte de aquellos.

La democracias mexicana no ha sido capaz de generar un mejor marco jurídico ni un mayor acceso a la justicia, ni una mejor práctica legal, ni ha podido impedir la arbitrariedad ni el uso de la ley y de la justicia con fines políticos y personales.

3. La participación ciudadana sigue siendo pobre, pávida, inapropiada. La democracia en México se ha limitado al plano representativo, al ejercicio del derecho del voto; incluso en muchos casos ni siquiera a ello. Para muestra basta ver los altos índices de abstencionismo que se registran en el país. Sin embargo, en una verdadera democracia el ciudadano no debe ser un mero sujeto, sino un participante activo en la política. La democracia la configuran ciudadanos que se organizan para gobernarse a sí mismos. Ciudadanos con una amplia conciencia nacional, conscientes de sus intereses, de sus derechos y de sus responsabilidades políticas y sociales, y capaces de desarrollar fórmulas adecuadas de diálogo y concertación con otros agentes sociales (gobierno, partidos políticos, etcétera) sustentadas en la confianza mutua.

De ahí que la democracia sólo funcione cuando todos los grupos de una sociedad sienten que pertenecen a ella y que, a su vez, ella les pertenece.

4. Y finalmente nuestro experimento democrático tampoco ha sido capaz de generar ciertas condiciones socioeconómicas mínimas (crecimiento, empleo, combate a la pobreza y a la desigualdad, etcétera) que promuevan la adhesión y aceptación de la ciudadanía de la democracia como el mejor sistema político y el mejor medio para solucionar los problemas con justicia y con el más alto grado de consenso político.

Los planteamientos deben dejar de ser huecos, timoratos, parciales, sobre todo considerando la oportunidad histórica que representa, esperamos como ciudadanos que el decálogo antirrecesivo del Gobierno federal presentado en días pasados funcione y allane un poco el camino en este rubro.

Pero la superficialidad desde hace nueve años, vuelve a primar. Por ahí se escuchan algunas propuestas vagas y desarticuladas en torno de los "qué", mas no de los "cómo". Planteamientos mercadológicos que poco o nada nos dicen en torno de cómo consolidar nuestra democracia; de cómo asegurar la disponibilidad de un conjunto de procesos políticos que garanticen el intercambio, la aceptación de las reglas del juego democráticas y la expansión de la participación política; y de cómo lograr un acuerdo sobre los fines últimos del Estado.

No hay que olvidar que aunque hoy la democracia es reconocida como el mejor sistema de gobierno, este régimen es el más débil, confuso y complejo de todos los existentes, dado que se trata de un sistema de gobierno en el que decide la mayoría, pero sujeto constantemente a una tensión con los derechos de las minorías y de los individuos, en un equilibrio frágil y dinámico.

De ahí que no se trate de un ideal que se realice de una vez, para siempre y para todos. Es un proceso inestable, impreciso e impredecible que adopta diferentes ritmos. Una vía, una ruta, un camino; mas no un destino, por lo que su desarrollo y supervivencia dependen de que el conjunto de los actores y las instituciones que le dan vida encajen y se guíen por los valores que la alientan, los valores democráticos; y que disponga en su funcionamiento cotidiano de condiciones que promuevan y faciliten su expresión y desarrollo, puesto que la ausencia de elementos del conjunto democrático o su anomalía puede conducir a desequilibrios importantes o incluso a su destrucción.

En este sentido, la democracia es maduración. Aunque con políticos y partidos inmaduros y con propuestas tibias parece muy difícil que podamos avanzar mucho en este proceso. 

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