viernes, 27 de septiembre de 2019

La Personalización del Poder










Fue el célebre constitucionalista francés Georges Burdeau quien definió como “personalización del poder” a la concentración excesiva de la autoridad en manos de un gobernante sin alterar, aparentemente, el marco institucional de una nación pretendidamente democrática. 


Los gobiernos dictatoriales son tan añejos como las sociedades humanas,  pero con el advenimiento de la democracia nació la idea de una forma de gobierno menos dependiente de la autoridad carismática (como la bautizó Max Weber) y más de un entramado de instituciones estables. Pero, paulatinamente, dentro de la democracia surgió un fenómeno de “personalización de la política”, provocado en muy buena medida por el incremento de la influencia de los medios masivos de comunicación, la comercialización de las campañas electorales y el consiguiente excesivo incremento de las expectativas creadas por los candidatos a base de ofrecer promesas falaces, tan seductoras como inasequibles cuando no, de plano, quiméricas.  


Las campañas electorales comenzaron a centrar sus afanes en “vender” las cualidades de las personas como si se tratase de un producto comercial. Importan los individuos y no las ideas ni los programas de gobierno. En la personalización un líder, por sus supuestas cualidades intrínsecas y casi como por arte de magia, es en sí mismo la solución para todos los problemas nacionales. 


De la “personalización de la política” se transitó a la “personalización del poder”. Paradójicamente, la comercialización electoral y el no cumplimiento de promesas electorales ayudó a deslegitimar a las instituciones democráticas, pero reforzó la imagen del “líder providencial” capaz de comunicarse directamente con el pueblo sin la necesidad de recurrir a partidos o parlamentos.


Hoy tenemos un apogeo de los liderazgos personalistas autoritarios, pero, ¡cuidado! No llenar las expectativas de la gente de ninguna manera es privativo de los sistemas democráticos. Los ciudadanos saben hartarse también de los líderes personalistas cuando estos fallan en cumplir con las ilusiones creadas. Varios regímenes autoritarios ya enfrentan una oposición creciente. Venezuela y Nicaragua tiene años de amarga lucha por retornar a la democracia. Más recientes son los indicios del surgimiento de movimientos democratizadores en Egipto e incluso Rusia y Turquía, y todo apunta a una ampliación de esta lista en los próximos meses y años. 


Aunque, eso sí, deshacerse de los déspotas no es tan fácil, aunque no imposible. La instauración de una autocracia parecería un camino sin retorno, sobre todo cuando es capaz de controlar instituciones y contrapesos clave como el Poder Judicial o la autoridad electoral. Sin embargo, a fin de cuentas la legitimidad de los dictadores depende también de su eficiencia en el gobierno y, llegados al extremo, las dictaduras han sido, históricamente, notablemente vulnerables a los desafíos democráticos. Su último recurso es la represión, por eso los caminos para restaurar la democracia son muy largos y sinuosos.


Pedro Arturo Aguirre
publicaado en la columna Hombres Fuertes
25 de septiembre de 2019

Netanyahu, el Gran Provocador




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Los hombres fuertes de hoy son provocadores y lenguaraces. Han hecho de la guerra contra a corrección política una de sus banderas esenciales. Incitar al odio, insultar a los adversarios, descalificar a los críticos, proclamar su pretendida “superioridad moral” y estigmatizar todo forma de oposición son ingredientes esenciales en sus estrategias de llegar al poder y eternizarse en él

Benjamin Netanyahu es uno de estos maestros en el arte de la provocación y el agravio. En abril pasado ganó por los pelos las elecciones generales, gracias a lo cual se convirtió en el jefe del gobierno más longevo en la historia de Israel, pero fracasó en la tarea de formar un gobierno de coalición y ayer debieron repetirse los comicios.

La nueva campaña de Netanyahu se basó, como siempre, en la provocación, con el aliciente adicional de un rijoso primer ministro desesperado ante la perspectiva, de ahora sí, perder las elecciones y verse sometido a juicos por corrupción, los cuales podrían llevarlo a la cárcel.

Las invectivas de Netanyahu llegaron al grado de preocupar a dirigentes importantes de su propio partido, el Likud.  En una grabación de una reunión privada emitida por una emisora israelí se puede escuchar al presidente de la Knéset (nombre del Parlamento unicameral israelí), Yuli Edelstein, criticar duramente los canallescos insultos del primer ministro contra la oposición y los medios de comunicación críticos.

Por su parte, la red social Facebook suspendió temporalmente el perfil de Netanyahu por violar sus normas sobre discursos de odio, al publicar una aviesa advertencia: “los árabes  nos quieren aniquilar a todos, a nuestras mujeres, hombres y niños”.

Otras osadas iniciativas del primer ministro fueron también repudiadas en días pasados. La Knéset rechazó un proyecto de ley para autorizar la grabación con cámaras de los votantes en los colegios electorales y se multiplicaron las denuncias de quienes reprueban los intentos de Netanyahu de aprobar leyes para garantizar su inmunidad ante la ley y limitar el poder del Tribunal Supremo.

En el plano internacional, Netanyahu anunció la anexión del Valle del Jordán si conseguía ganar, iniciativa inmediatamente rechazada por la mayor parte de las naciones europeas y por el mundo árabe por suponer una violación grave al derecho internacional.

La oposición israelí se presentó a las elecciones una heterodoxa coalición unida únicamente por la figura su candidato, el centrista Benny Gantz, exjefe militar con buena imagen como garante de la seguridad del país, pero sin el carisma de un populista como Netanyahu: es demasiado “serio”

Los resultados fueron, otra vez, muy reñidos. Serán los partidos pequeños quienes definan el resultado definitivo, sobre todo el dirigido por el exministro de Defensa Avigdor Lieberman -por cierto, otro fiero populista-, aunque también puede resultar decisivo el ascenso electoral de los partidos árabes.
Pedro Arturo Aguirre
Publicada en la columna Hombres Fuertes
18 de septiembre de 2019

Las Sombras de Mussolini y Stalin




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En estos tiempos sombríos son frecuentes las “añoranzas autoritarias” en países donde funcionaron dictaduras en algún período durante el tumultuoso siglo XX. Vemos, entre varios ejemplos, al inefable Bolsonaro halagar constantemente al régimen militar brasileño, a Duterte exaltar a Ferdinand Marcos, a los ultras españoles de Vox evocar nostálgicos al régimen franquista y a varios países árabes sacudidos por la “primavera árabe” extrañar a personajes como Hosni Mubarak o, incluso, Muammar Gadafi. Y ni hablar de la sempiterna obsesión peronista, poderosa en el imaginario político argentino. 


Dentro de esta ola de añoranza autoritaria, quizá los casos más grotescos los ofrece la revaloración de las figuras históricas de dos de los grandes monstruos de la pasada centuria: Mussolini y Stalin.   

En Italia, la revaluación de Benito Mussolini no es precisamente nueva. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial han existido grupos extremistas dedicados  a glorificar la figura del Duce. Pero con el ascenso del populismo xenófobo de Matteo Salvini esta devoción se ha acentuado considerablemente.  


Abundan los sitios en internet dedicados a “limpiar” el recuerdo de Mussolini y cada vez son más los libros dedicados al tema. El caso más polémico es el de la novela de Antonio Scurati "M. El hijo del siglo", una suerte de autobiografía imaginaria convertida en el best seller del año.

Para los populistas de derecha, Mussolini “era un patriota” quien hizo cosas muy buenas como importantes carreteras, un sistema ferroviario puntual y el saneamiento de zonas pantanosas.

Todo ello, claro, son mitos o verdades a medias, y en todo caso las presuntas virtudes empalidecen ante crímenes como la utilización de armas químicas en la guerra de Etiopía, la aprobación de leyes raciales o las infamias fascistas perpetradas de mano de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

En Rusia, una nueva narrativa sobre Stalin es alentada por Vladimir Putin, ello pese al pavoroso compendio de terror y sangre herencia del sátrapa georgiano. 


Durante el Gran Terror (1936-1938), la máquina de represión estalinista liquidó a aproximadamente 715 mil personas, la inmensa mayoría de ellas del todo inocentes pero tachadas, repentinamente, como “enemigos del pueblo”. La gran hambruna provocada en Ucrania por las políticas de colectivización de Stalin (Holodomor) causó entre 6 y 8 millones 


No obstante, según una encuesta reciente un 58 por ciento de los encuestados consideraban  “bueno o muy bueno” a Stalin, mientras tan solo un 22 por ciento dijeron lo mismo de Gorbachov.

Los hombres fuertes de hoy promueven la nostalgia de una época presuntamente “esplendorosa y triunfal” gracias a la voluntad de un líder enérgico o a la hegemonía autoritaria de un solo partido. Tergiversan la historia para tratar de encubrir los legados siniestros de dictadores sanguinarios. Y en ello se hacen eco del “inconsciente colectivo”. 


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes 
11 de septiembre de 2019

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cínicos y Tramposos



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El intento de Boris Johnson de suspender el periodo de sesiones del Parlamento durante cinco semanas con el propósito de facilitar un Brexit “duro” ha sido una triquiñuela legal insólita para un país con las tradiciones democráticas y parlamentarias del Reino Unido y es un ejemplo más de la forma como dirigentes populistas deforman la ley y las instituciones con el propósito de cumplir sus metas sin mediar escrúpulo alguno.

El Brexit ha sido un desastre y será mucho peor cuando se aprecien en todo su rigor en el Reino Unido las consecuencias de una salida sin acuerdo, la cual, desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los analistas internacionales perjudicará, sobre todo, a los ciudadanos británicos.

Gran Bretaña corre el peligro de devaluar su democracia ante el mundo a manos de un gobernante fanfarrón y narcisista. Una nación cuyo ejemplar régimen constitucional consuetudinario había logrado sobrevivir a siglos de avatares históricos gracias a su flexibilidad, a la prudencia de sus dirigentes y a la vigencia de sólidas convenciones democráticas fundamentales las cuales ninguno de los gobernantes modernos de la Gran Bretaña se había atrevido a adulterar o desfigurar.

Hoy un líder inescrupuloso deshonra estas tradiciones y rebaja al Reino Unido casi al nivel de una república bananera, un ejemplo más de la forma como demagogos con perfil autoritario recurren a argucias legaloides para consolidar su poder.
La artimaña de Johnson es parte de la tendencia global presente en cada vez más países del planeta con  regímenes de tendencia crecientemente autoritaria. "El plan de Johnson es legal, pero fuerza al límite las convenciones sobre las que se basa la Constitución británica. Su estratagema no es más que un ejemplo del cinismo que carcome a las democracias occidentales", publicó en una editorial la revista The Economist.

Ejemplos de estas tergiversaciones a la ley y a las instituciones democráticas abundan en el pasado reciente. Los “Hombres Fuertes” de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Rusia, Turquía, Hungría y tantas naciones más estiran y tuercen al límite a la ley, la abusan, la reforman “a modo” y así desvirtúan y/o desmantelan instituciones a nombre de la “verdadera democracia” y “del pueblo”. Se proponen minar los contrapesos implícitos en la división de poderes, reducir los márgenes de la libertad de expresión, acortar los mecanismos de rendición de cuentas y ampliar, arbitrariamente, los mandatos de los gobernantes.

La jugarreta de Johnson provocó una airada reacción de los demócratas británicos. El Parlamento, con las cruciales votaciones de ayer y hoy, podría frenar semejante despropósito.

Esa es precisamente la actitud a asumir frente a los embates de los autoritarios: denuncia y protesta activa. Porque si los ciudadanos no defienden la democracia a tiempo, el proceso de deterioro se vuelve considerablemente difícil de revertir.

Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna


Hombres Fuertes, 4 de septiembre de 2019


Los Siete ya no tan Fuertes



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El G-7 es una institución atípica. Fue fundada en el ya muy lejano año de 1975 como  un esfuerzo para tratar de otorgar liderazgo político colectivo del más alto nivel al bloque capitalista en el mundo de la Guerra Fría mediante la reunión anual de los líderes de las, a la sazón, siete naciones más industrializadas.

Su tarea fue servir como instancia informal creada con el propósito de evitar los grandes e ineficaces encuentros multilaterales los cuales, la mayor parte de las veces, concluían en atrofia y burocratismo. Se pretendía agilizar las relaciones entre “los verdaderamente importantes” mediante un mecanismo de diálogo directo y espontáneo.

Hoy, muchos ven en el G-7 una obsolescencia del siglo XX. Los  integrantes de este grupo hace tiempo dejaron de ser las únicas y verdaderas potencias económicas del planeta. En los años setenta los siete acumulaban poco más del 70 por ciento del PIB mundial, pero hoy representan poco menos del 40 por ciento.

Peor aún, hoy en un mundo contaminado por el auge de populismos, nacionalismos y nuevos autoritarismos, los siete ya no defienden con  el mismo ahincó del principio sus pretendidos  valores comunes: democracia, libre mercado, derechos humanos y vigencia del derecho internacional.
Dos de sus miembros más conspicuos, Donald Trump y Boris Johnson, son políticos poco afectos al multilateralismo y a los compromisos globales.
A ello debe sumarse la debilidad actual de tres gobernantes: Italia tiene un gobierno de transición (y la amenaza demagógica de Salvini), Trudeau enfrentará pronto una difícil elección y Merkel va de salida.

Fue el anfitrión de la pasada cumbre en Biarritz, Emmanuel Macron, el único más o menos capaz de echarse al hombro la agenda global. Algo logró en la cuestiones de seguridad mundial en los casos de Irán y Libia. Pero con la principal potencia mundial gobernada por el proteccionista y nacionalista Trump es imposible avanzar demasiado en el renglón  de la liberalización de mercados, así como en la protección del ambiente y la promoción mundial de la democracia y los derechos humanos.

¿Puede hacer algo el G-7 para renovarse? Durante la crisis financiera de 2008 surgió el G-20 con un formato más representativo, pero el cual pronto demostró sus limitaciones y su falta de capacidad para arribar a decisiones de envergadura.

Una propuesta de realpolitik consiste en incluir en el G-7 a India y China, readmitir a Rusia (expulsada tras la invasión de Crimea) y convertirlo en un foro de diálogo periódico dedicado primordialmente a los temas de seguridad global como el desarme, la lucha contra el terrorismo y las amenazas contra la paz, para dejar -en general- el resto de los asuntos a otras instancias. Una triste y limitada opción, pero quizá la única viable en este momento.


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna

Hombres Fuertes, 28 de agosto de 2019

¡Muera la Inteligencia!



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Los “hombres fuertes” se presentan como defensores de la gente común contra los elitismos políticos y académicos. Desconfían del razonamiento, la ciencia y la técnica. Depositan toda la fe en los bondadosos instintos del pueblo y en su infalible “sentido común”.

La irracionalidad ayuda al fortalecimiento del Caudillo y su “conexión especial con el pueblo”. Por eso jamás enumeran entre sus virtudes la capacidad técnica, sino más bien su maravillosa “sensibilidad”.
Por eso en sus discursos los llamamientos emocionales dominan siempre sobre los planteamientos racionales. “La razón paraliza, la acción moviliza”, decía Mussolini. No se trata de hacer pensar a los seguidores, sino de movilizarlos.

Frente a las sofisticaciones intelectuales y complejidades de la existencia humana contraponen una cosmovisión maniquea la cual procura simplificar todo y reducirlo al sencillo contraste blanco/negro.

El antiintelectualismo tiene una larga tradición en los Estados Unidos. Según Richard Hofstadter tuvo sus orígenes en características estadounidenses anteriores a la fundación de la nación: la desconfianza ante la modernización laica, la preferencia por soluciones prácticas a los problemas y la influencia devastadora del evangelismo protestante en la vida cotidiana.

Trump es reflejo de esto. Sabe emocionar a sus auditorios, los cuales se sienten asediados por las minorías, marginados por el establishment de Washington y perciben a sus valores conservadores menospreciados por las elites políticas e intelectuales.

Pero no solo en Estados Unidos. En todos los populismos de izquierda y de derecha y en las mendaces demagogias al alza hoy en los cinco continentes siempre se encuentra un acendrado odio a la inteligencia.

Acorde a esta tendencia, el internet se ha convertido en el imperio de la antiinteligencia y los “hechos alternativos”. Es el paraíso donde cualquier insensatez puede encontrar eco así sea de lo más disparatada, peligrosa o falsa.

Este fenómeno debe mover a la reflexión a quienes defendemos un orden político liberal porque evidencia la dificultad creciente de lograr consensos racionales para unir a las sociedades, significa una discordia entre la libre deliberación democrática y el conocimiento experto y contrapone a las distintas formas de construir certezas sobre el mundo.
Ciencia frente a pensamiento mágico. Hechos contra posverdad. Lo complejo versus lo simple.

Estas tensiones son los rasgos primordiales de un conflicto cultural, el cual implica, entre otras cosas, el rechazo a ciertos cambios económicos y tecnológicos muchas veces causantes de exclusión social. Por eso comprenderlo en toda su amplitud es axial para poder superar la actual crisis de la democracia.

La reacción antiintelectual debe ser concebida como una oportunidad. La mejor forma de enfrentarla es entender, con cierta humildad, las limitaciones del saber experto. Es fundamental, sí, gobernar de acuerdo a los dictados de la racionalidad, pero es inaceptable hacerlo con una actitud displicente ante las tradiciones culturales y las necesidades sociales.


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna 

Hombres Fuertes, 21 de agosto de 2019