Por primera vez en muchos meses los sondeos electorales en Gran Bretaña indican la posibilidad de que los laboristas británicos conserven el poder en las elecciones previstas para el 6 de mayo. Según esas encuestas, el partido del primer ministro Gordon Brown obtendría 35% de los votos, contra 37% para los conservadores, pero por las pecularidades del sistema electoral británico,esa frágil diferencia podría traducirse en 317 bancas para el laborismo contra sólo 236 para los tories . Brown debería, en ese caso, gobernar apoyándose en una coalición con los demócratas-liberales (LibDem), el tercer partido en importancia en el escenario británico.
Tras una terrible travesía del desierto, esta recuperación representa casi un milagro para el primer ministro británico. La crisis financiera, la recesión, el escándalo de los gastos de representación de sus parlamentarios, el pantano afgano, las luchas intestinas del laborismo y sus repetidas gaffes habían terminado por cansar a los británicos. Y pensar que hasta hace pocas semanas, David Cameron, líder de los conservadores desde 2005, parecía seguro de la victoria.
¿Qué pasó?, ¿Cómo es posible que un gobernante comprobadamente ineficaz y impopular aspire, de repente y contra todo pronóstico, a salvar la chamba? ¿Cómo es posible que los tories haya perdido la abismal ventaja que tenían hasta hace poco. Pues señores, es que en política el estilo y el buen porte no basta (o no debería bastar). Los británicos no sólo esperan de él estilo, sino también contenidos que justifiquen el relevo en Downing Street. David Cameron, antiguo ejecutivo de Relaciones Públicas, ha sabido crearse la imagen de líder próximo y carismático, pero le han faltado ideas de cómo resolver los problemas económicos del país. El estilo sin contenido no sirve de nada.
Cameron es el líder del partido conservador (los “Tories”) desde hace tres años. Llegó a este cargo con 39 años, siendo un auténtico desconocido pra la mayoría de l opinión pública. Poco a poco, su equipo fue “desvelando” detalles sobre él: hijo de un stockbrocker, creció en una casa de campo, se educó en el elitista Eton (donde también fueron los príncipes Guillermo y Enrique) y se graduó en la no menos presitigiosa Oxford. Su mujer está emparentada con la realeza y tuvo un hijo que nació con parálisis cerebral (ya murió). Guapo y de porte aristocrático, trabajó como Director de Comunicación en una gran empresa de la City (Carlton Communication), donde aprendió a manejar su propia imagen ante los medios y reposicionar a su partido. Llegó a hacerlo tan bien, que la prensa internacional llegó a decir que Cameron había conseguido “make Conservatives cool again”. Sin embargo, las dudas sobre su capacidad de gestión planean desde el principio. Gordon Brown lo ha etiquetado como el “do-nothing conservative” y aprovecha cualquier oportunidad para llamarlo “novato”.
Y es que Cameron ha tenido momentos en los que no ha sabido dar respuesta a problemas del país. Como en septiembre del año pasado: cuestionado por la quiebra del Lehman Brothers apareció dubitativo, no supo decir si estaba a favor o en contra de apoyar a los bancos con dinera público. Ahora carga con el sambenito de “insustancial” que le han endilgado los labroristas, que está calando entre el electorado.Quizá sea demasiado tarde para salvar al pobre de Gordon Brown, pero toda esta caída tan inesperada y de último momento de Cameron demuestran que el británico es un electorado relativamente más refinado que algunos otros que se conforman con un buen copete y una historia de telenovela.
¿Verdad, Enrique Peña Nieto?
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