Los dirigentes chinos son uno de los principales problemas que deberá enfrentar el mundo en el siglo XXI. La dictadura del PCCH mantiene una obsoleta visión de realpolitik basada en esquemas y ópticas cortoplazistas y “westfalianas” (soberanista a ultranza) que deberá ser rebasada si el siglo XXI pretende ser aunque sea un poco menos violento que la pasada centuria. Esto no quiere decir que Estados Unidos, Europa y, sobre todo, Rusia, no pequen (en mayor o menor medida) de mantener visiones realistas en sus relaciones internacionales, pero las democracias liberales en alguna medida han logrado matizar las ambiciones demasiado desmedidas o egocéntricas de sus gobiernos, mientras que la dictadura China no tiene absolutamente ningún contrapeso que ayude a moderar los atentados que constantemente perpetran contra el orden internacional
Fue Bismarck quien inauguró el concepto de Realpolitik siguiendo principios acuñados por Metternich tras las guerras napoleónicas: una política exterior fundada exclusivamente en el interés nacional, en desmedro de cualquier actitud de solidaridad con otros pueblos y alejada de los principios de generales de ética. Claro que a Bismarck, igual que a muchos de sus antecesores y sucesores en las aventuras de la política internacional, le funcionó la receta de la Realpolitik en la lucha por hacer más grande a sus Estado, pero el problema qué tenemos hoy consiste en que el planeta ya no da para soportar que las naciones resuelvan sus disputas mediante la ley del más fuerte o del más astuto. Los recursos se acaban, el medio ambiente declina y las armas nucleares hacen inviable la resolución de disputas entre las potencias mediante conflictos armados, como sucedía en las gloriosas épocas de Alejandro, Napoleón o Julio César.
Sólo el establecimiento de sistemas en los que las naciones puedan a arribar a consensos sobre sus conflictos de interés y en los que se responsabilicen mutuamente a sacar adelante los acuciantes temas. Ahora que mi amigo Rodolfo Santos trabajo en un libro la historia, panorama actual y perspectivas del G8/20 nos damos cuenta que pese a sus limitaciones esta instancia tuvo la posibilidad de generar acuerdos trascendentales en materia de política exterior entre las principales democracias en el mundo. Quizá en su momento no se notó y las cumbres parecían ser solo photo ops irrelevantes, pero decisiones clave en política económica y comercial, así como en los terrenos de la paz y seguridad internacional, se adoptaron en este ámbito de negociación. Pero la unilateralidad del gobierno de Bush y ahora las reticencias de China a aceptar someterse a unas reglas del juego mundiales que la obligarían a renunciar al cortoplacismo y al hiperrealismo hacen que el futuro del ahora g 20 sea demasiado prometedor. Sencillamente se ha roto el consenso sobre cuáles son las formas para tratar de resolver los grandes temas mundiales, y las autoridades chinas son las principales (si bien no las únicas) responsables.
Fue Bismarck quien inauguró el concepto de Realpolitik siguiendo principios acuñados por Metternich tras las guerras napoleónicas: una política exterior fundada exclusivamente en el interés nacional, en desmedro de cualquier actitud de solidaridad con otros pueblos y alejada de los principios de generales de ética. Claro que a Bismarck, igual que a muchos de sus antecesores y sucesores en las aventuras de la política internacional, le funcionó la receta de la Realpolitik en la lucha por hacer más grande a sus Estado, pero el problema qué tenemos hoy consiste en que el planeta ya no da para soportar que las naciones resuelvan sus disputas mediante la ley del más fuerte o del más astuto. Los recursos se acaban, el medio ambiente declina y las armas nucleares hacen inviable la resolución de disputas entre las potencias mediante conflictos armados, como sucedía en las gloriosas épocas de Alejandro, Napoleón o Julio César.
Sólo el establecimiento de sistemas en los que las naciones puedan a arribar a consensos sobre sus conflictos de interés y en los que se responsabilicen mutuamente a sacar adelante los acuciantes temas. Ahora que mi amigo Rodolfo Santos trabajo en un libro la historia, panorama actual y perspectivas del G8/20 nos damos cuenta que pese a sus limitaciones esta instancia tuvo la posibilidad de generar acuerdos trascendentales en materia de política exterior entre las principales democracias en el mundo. Quizá en su momento no se notó y las cumbres parecían ser solo photo ops irrelevantes, pero decisiones clave en política económica y comercial, así como en los terrenos de la paz y seguridad internacional, se adoptaron en este ámbito de negociación. Pero la unilateralidad del gobierno de Bush y ahora las reticencias de China a aceptar someterse a unas reglas del juego mundiales que la obligarían a renunciar al cortoplacismo y al hiperrealismo hacen que el futuro del ahora g 20 sea demasiado prometedor. Sencillamente se ha roto el consenso sobre cuáles son las formas para tratar de resolver los grandes temas mundiales, y las autoridades chinas son las principales (si bien no las únicas) responsables.
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