Ahora que recordábamos, una vez más, al gran satirista HL Mencken me vino a la memoria su genial de demagogo como " aquella persona que predica doctrinas que él sabe que son falsas, a personas que él sabe que son tontas" Esto vuene a cuento para restregarle una vez más sus verdades a López Obrados, a la miasma esa que es Camacho Solís, al borrachín de Porfirio y a toda la recua de populistas que han surgido últimamente en nuestra castigada América Latina. Por qué demagogia y populismo son dos jinetes hermanos del Apocalipsis político del siglo XXI en el subcontinente. Los dos se basan en la mentira y el engaño a sabiendas; son dos lacras que golpean implacables en las sociedades, las manipulan, las corrompen y transforman en enfermos terminales a las democracias y a los sistemas republicanos de gobierno.
La demagogia no es un fenómeno propio o exclusivo de nuestra época. Se hunde en las raíces de los tiempos. Los antiguos griegos la conocían y le temían, al punto de que la consideraban la derivación bastarda de la democracia, una de las formas de la tiranía. El populismo, en cambio, puede ser una versión más moderna, pero su etos es el mismo.
La demagogia tiene más bien una naturaleza básicamente verbal. Mediante argumentos engañosos busca mostrar como cierto algo que no lo es y para ello apela a los defectos propios de la naturaleza humana como la credulidad, la ambición, la disposición al menor esfuerzo para obtener logros y la debilidad ante la lisonja. El populismo utiliza la demagogia pero apunta a obtener el poder, usando sobre todo las "masas marginales disponibles", fácil presa de la seducción "reivindicativa". El líder populista es una deformación del viejo caudillismo, porque busca lograr el ascenso y el reconocimiento popular, aunque no a través de su valía, sino por el embuste: les hace creer que ejerce el poder en beneficio del pueblo, aunque la verdad sea que actúa imbuido de una feroz megalomanía y una desmedida ambición de absolutismo.
El populista es un producto de la democracia, pero no cree en ella sino que lo irrita y la desprecia. No cree que el Estado está al servicio del hombre; piensa que el hombre está al servicio del Estado y el Estado es él. Que los derechos que reconocen las democracias como propios del ser humano, solo se aplican a los que piensan como él, jamás a quienes lo critican. Que la separación de poderes es útil, siempre que todos canten a coro al compás de la música y con la letra que él ha compuesto.
Hay un manual no escrito -y que puede ir dándose en etapas- para la acción de los líderes populistas que alcanzan el gobierno, si pretenden estirar el engaño y que no los boten a las primeras de cambio:
- Sostener que la historia del país comienza con el Régimen. Antes no hubo nada. Sólo injusticia, caos y corrupción hasta que llegaron los elegidos.
- Inventarse un enemigo muy fuerte, superpoderoso (como la chicas). Su "amenazante" presencia opera como fenómeno de unidad popular. Si puede ser nada menos que los Estados Unidos, mejor: el imperio es antipático. Pero también pueden incluirse las transnacionales, las elites económicas, financieras, empresariales o agropecuarias, sin olvidar que siempre pueden estar latentes las conspiraciones de "nostálgicos".
- Abolir el republicano principio de la Separación de Poderes. Limitar al Poder Legislativo y concentrar facultades en el Presidente; limitar la independencia del Poder Judicial con la injerencia directa en sus designaciones.
- Alto déficit gubernamental financiado con deuda y emisión de dinero, haciendo gastos sin mayor análisis ni sustento pero con beneficios inmediatos. Este rubro se le conoce como clientelismo o asistencialismo, es decir, la billetera generosa con dinero ajeno.
- Promover el enfrentamiento entre sectores o grupos. El clásico ejemplo son los capitalistas (oligarcas) que "sangran" el país y que "obligan" a la expropiación de sus bienes.
- Maniqueísmo absoluto. Muy ligado al anterior. Todos los que no están con el régimen son enemigos y como tales hay que tratarlos. No se admiten juicios u opiniones intermedias y mucho menos contrarias.
- Manejo de números con intención de engañar. Los índices de precios o la inflación es la que fija el gobierno y no el mercado. Siempre se ha operado una mejora en el poder adquisitivo de los sueldos. Y si el bolsillo desmiente al gobierno, está equivocado o es por la "avaricia" de los comerciantes.
- Restringir libertades de prensa y expresión como primer paso. Y luego las libertades políticas de los opositores. Siempre se puede encontrar un motivo para hacerlo y justificarlo a los ojos de la opinión pública.
Por último, el líder populista debe invocar permanentemente que se vive en democracia. Así se va a ir minando poco a poco la fe del pueblo en su eficacia y sus virtudes, quebrando sus valores morales, debilitando el imperativo de los deberes patrióticos en un lento proceso de desintegración que prostituye, postra e insensibiliza.
No hay que olvidar que, aunque no lo sepa, y si lo sabe no lo dice, este engendro de la política piensa igual que Goebbels: "Si la democracia es tan estúpida que subsidia nuestra labor carnicera, allá ella... venimos como lobos que asaltan el rebaño".
La demagogia no es un fenómeno propio o exclusivo de nuestra época. Se hunde en las raíces de los tiempos. Los antiguos griegos la conocían y le temían, al punto de que la consideraban la derivación bastarda de la democracia, una de las formas de la tiranía. El populismo, en cambio, puede ser una versión más moderna, pero su etos es el mismo.
La demagogia tiene más bien una naturaleza básicamente verbal. Mediante argumentos engañosos busca mostrar como cierto algo que no lo es y para ello apela a los defectos propios de la naturaleza humana como la credulidad, la ambición, la disposición al menor esfuerzo para obtener logros y la debilidad ante la lisonja. El populismo utiliza la demagogia pero apunta a obtener el poder, usando sobre todo las "masas marginales disponibles", fácil presa de la seducción "reivindicativa". El líder populista es una deformación del viejo caudillismo, porque busca lograr el ascenso y el reconocimiento popular, aunque no a través de su valía, sino por el embuste: les hace creer que ejerce el poder en beneficio del pueblo, aunque la verdad sea que actúa imbuido de una feroz megalomanía y una desmedida ambición de absolutismo.
El populista es un producto de la democracia, pero no cree en ella sino que lo irrita y la desprecia. No cree que el Estado está al servicio del hombre; piensa que el hombre está al servicio del Estado y el Estado es él. Que los derechos que reconocen las democracias como propios del ser humano, solo se aplican a los que piensan como él, jamás a quienes lo critican. Que la separación de poderes es útil, siempre que todos canten a coro al compás de la música y con la letra que él ha compuesto.
Hay un manual no escrito -y que puede ir dándose en etapas- para la acción de los líderes populistas que alcanzan el gobierno, si pretenden estirar el engaño y que no los boten a las primeras de cambio:
- Sostener que la historia del país comienza con el Régimen. Antes no hubo nada. Sólo injusticia, caos y corrupción hasta que llegaron los elegidos.
- Inventarse un enemigo muy fuerte, superpoderoso (como la chicas). Su "amenazante" presencia opera como fenómeno de unidad popular. Si puede ser nada menos que los Estados Unidos, mejor: el imperio es antipático. Pero también pueden incluirse las transnacionales, las elites económicas, financieras, empresariales o agropecuarias, sin olvidar que siempre pueden estar latentes las conspiraciones de "nostálgicos".
- Abolir el republicano principio de la Separación de Poderes. Limitar al Poder Legislativo y concentrar facultades en el Presidente; limitar la independencia del Poder Judicial con la injerencia directa en sus designaciones.
- Alto déficit gubernamental financiado con deuda y emisión de dinero, haciendo gastos sin mayor análisis ni sustento pero con beneficios inmediatos. Este rubro se le conoce como clientelismo o asistencialismo, es decir, la billetera generosa con dinero ajeno.
- Promover el enfrentamiento entre sectores o grupos. El clásico ejemplo son los capitalistas (oligarcas) que "sangran" el país y que "obligan" a la expropiación de sus bienes.
- Maniqueísmo absoluto. Muy ligado al anterior. Todos los que no están con el régimen son enemigos y como tales hay que tratarlos. No se admiten juicios u opiniones intermedias y mucho menos contrarias.
- Manejo de números con intención de engañar. Los índices de precios o la inflación es la que fija el gobierno y no el mercado. Siempre se ha operado una mejora en el poder adquisitivo de los sueldos. Y si el bolsillo desmiente al gobierno, está equivocado o es por la "avaricia" de los comerciantes.
- Restringir libertades de prensa y expresión como primer paso. Y luego las libertades políticas de los opositores. Siempre se puede encontrar un motivo para hacerlo y justificarlo a los ojos de la opinión pública.
Por último, el líder populista debe invocar permanentemente que se vive en democracia. Así se va a ir minando poco a poco la fe del pueblo en su eficacia y sus virtudes, quebrando sus valores morales, debilitando el imperativo de los deberes patrióticos en un lento proceso de desintegración que prostituye, postra e insensibiliza.
No hay que olvidar que, aunque no lo sepa, y si lo sabe no lo dice, este engendro de la política piensa igual que Goebbels: "Si la democracia es tan estúpida que subsidia nuestra labor carnicera, allá ella... venimos como lobos que asaltan el rebaño".
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