miércoles, 9 de julio de 2008

Bush the Liar


“La forma de mentira más peligrosa es aquella con la que el falsario se engaña a si mismo, la mentira que engaña a los demás es relativamente inocua”
Nietzsche

La mentira ha sido consustancial a la política desde épocas bíblicas. Por eso, no debería sorprendernos tanto que en la actualidad siga siendo moneda corriente escuchar a los gobernantes mentir más o menos descaradamente. Los gobernados lo saben y lo aprueban en la medida en que tanta mentira no afecte directamente sus intereses, o hasta que la mentiras sean tan obvias y perversas que la posición del político mentiroso ya no se sostenga, como sucedió a Nixon ó a Collor de Mello. Después de todo ¿quién no ha dicho alguna vez alguna “mentirilla”?

Fue Bergan Evans quien acuñó aquella famosa y precisa frase “La mentira es indispensable para hacer la vida tolerable”. Pero en el arte de manipular la verdad y retorcerla hasta extremos inimaginables, la administración del actual presidente Bush Jr. ha sido portentosa, teniendo como gran maestro a ese mago de la impostura que es Karl Rove, secundado por el par de embusteros profesionales Dick Cheney y Don Rumsfeld (éste, sin embargo, primera víctima de un exceso de mitomanía que ya es clamoroso), tolerado de buen grado por una miríada de funcionarios arribistas inspirados en la condescendiente Condoleezza y ejecutado todos los días por un ejército de “expertos comunicadores”. La Administración de Bush Jr. es incluso mucho más falaz e insidiosa que la encabezada por el inolvidable Richard Nixon, y sus falsedades tendrán repercusiones globales que mucho tardarán en dejar de influir en el planeta.

En efecto, todos los políticos manipulan la verdad, pero George W. Bush ha convertido la falta de honestidad en una especie de “nuevo sistema político” (¿la mitocracia, Daniel?) cuyo pilar fundamental es una amplia estrategia de comunicación. Día tras día, sistemáticamente, el presidente y sus asesores utilizan las técnicas mas cínicamente engañosas de relaciones públicas para persuadir y engañar a los norteamericanos: el fiasco de las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak, los informes censurados sobre el cambio climático, los encubrimientos y complicidades en los casos Enron y Halliburton, las insolentes y ruines maniobras de descalificación aplicadas contra los adversarios, etc. Lo peor de todo es que durante años los intentos de desmontar la realidad fabricada para mayor gloria de George W. Bush fracasaron estrepitosamente (por lo menos, hasta antes de las elecciones de término medio), devorados por esa trituradora de la verdad que haría revolverse de envidia en la tumba al propio Goebbels, aquél dirigente nazi experto en propaganda que acuñara la célebre frase “una mentira dicha mil veces se convierte en verdad”

Mientras más grande la mentira, mayor la probabilidad de que sea creída.
Con toda seguridad, el evento que pasará a la historia como el gran legado de las falsificaciones de Bush Jr. será la inicua guerra de Irak. Tras los atentados del 11 de septiembre, al presidente le urgía consolidar su “buena causa” de la lucha antiterrorista, misma que, él sabía, le iba a retribuir grandes dividendos políticos. Por eso decidió no escatimar recursos ni tiempo en “trabajar” a la opinión pública. Inició una campaña monumental en la que prometió contarnos «nada más que la verdad» acerca del ingente e inminente peligro que representaba el tirano de Bagdad. La Casa Blanca y su equipo de comunicación se dedicaron a bombardear constantemente a la opinión pública con datos y noticias (sin importar si eran verdaderas o falsas), sobre el dictador iraquí, quien, de acuerdo a la versión oficial, casi “estaba a punto” de bombardear con sus misiles armas de destrucción masiva a buena parte del mundo libre. Fue en estos tiempos que a Sadam se le acusó de tratar de enriquecer uranio importado ilegalmente de Níger, de elaborar armas químicas en transportes móviles, de financiar y proteger a Al Qaeda, de esconder misiles de largo alcance prácticamente debajo de su cama, etc.

En el Pentágono, por su parte, asumió el mando de una unidad secreta de Inteligencia con la misión de fabricar las pruebas sobre las armas de destrucción masiva en Irak y sobre los vínculos de Sadam con Osama. Fue de esta forma que una supuesta unidad de Inteligencia, pagada por los impuestos de los ciudadanos, se convirtió en una oficina de propaganda al servicio político del presidente. Tomaban una información de aquí, otra de allá, las aderezaban con algunas mentirillas y exageraciones, y hacían que sonara como algo excitante y amenazante. Funcionaba como una maquinaria muy organizada, con una misión concreta: justificar una guerra que era rechazada por la inmensa mayoría de la opinión pública mundial.

Bush Jr., ese cristiano renacido tan influido por los neoconservadores y cuyo gobierno ha sido el que más tintes religiosos ha exhibido en la historia contemporánea de Estados Unidos, no dudo ni un momento en desatar su cascada de especulaciones, exageraciones y mentiras:
“La Inteligencia reunida por éste y otros gobiernos no deja duda de que el régimen de Irak posee y oculta las armas más letales jamás concebidas”. “Sadam ha intentado adquirir uranio en Africa para su programa nuclear”. “Sadam es una amenaza porque está tratando con Al Qaeda”. “El régimen iraquí ha demostrado su continua hostilidad y la voluntad de atacar Estados Unidos”.


“No sé qué más evidencia necesitamos”...
“This is bullshit!”, se dice que fueron las palabras de Colin Powell cuando le presentaron la “evidencia” reunida por la CIA y manipulada por el Pentágono para justificar la guerra en su histórica comparecencia en Naciones Unidas. Como sea, el pobre general tuvo que hacer el papelazo mundial de presentar sus “irrefutables pruebas” ante el Consejo de Seguridad en una tristemente célebre reunión. Nada impidió entonces a Bush Jr. emprender con tozudez extraordinaria su “guerra santa”: ni la oposición de las principales potencias del mundo (salvo la dócil Gran Bretaña), ni las advertencia de Hans Blix y Kofi Annan, ni las manifestaciones monstruo que millones de ciudadanos de a pie realizaron en todo el mundo contra la guerra.
Pero el colmo llegó cuando se demostró que las armas de destrucción masiva no existían y que el gobierno de Bush Jr, había mentido al mundo impúdicamente. La maquinaria no se arredró ante tan simple detalle. A falta de evidencia, la propaganda presidencial consiguió darle la vuelta a la gran mentira: “Sadam era el arma de destrucción masiva”. “Es una bendición que ese malvado esté más en el poder”. Ganó la democracia”. “Estamos orgullos”. Todo esto, mientras presentaba a los críticos como antipatriotas y pro terroristas. Maniobra magnífica, que le permitió al falaz presidente tener los suficientes argumentos para ganar su reelección, a pesar de todo.

El Doble Lenguaje Orwelliano
“Sí los americanos son capaces de comprender el mensaje del presidente en no mas de 60 segundos, entonces hemos cumplido nuestra misión”. Ese es, precisamente, uno de las grandes claves del presidente “Top Gun”: los mensajes cortos y contundentes. Frases sencillas fruto de una lógica elemental de “buenos y malos”, Simplificaciones, mentiras y verdades a medias que se dicen como slogans, siempre pensando en las ocho columnas. El poder del lenguaje del antilenguaje. La guerra contra el terror, los ejes del mal y los ejércitos de la compasión son triunfos lingüísticos del presidente Bush Jr. en su perpetua batalla con el idioma inglés. Guiones con frases directas como misiles y efectos hipnóticos sobre el oyente, tal como lo hacen los exitosos predicadores tele evangélicos.

Pasará a la historia como Bushspeak esa manera tan peculiar de hablar que tiene el presidente, que consiste en un idioma a la medida de Bush Jr. que hace recordar al newspeak de George Orwell y al “sistema de mentiras organizadas que es la base de nuestra sociedad” descrito en la novela 1984. Primera regla: simplificar al máximo el mensaje. Segunda: repetirlo constantemente.

Contrario a lo que pudiera pensarse, a Bush Jr. no le costó aprender la lección. Siempre le gustaron las frases cortas, las fórmulas mecánicas que no le obligan a pensar más de la cuenta, ni tampoco a sus oyentes. Su lapidario es tan previsible que sus fieles se lo saben de memoria y lo recitan, casi como si fuera una letanía. Pero pese a su aparente simplicidad, sus discursos tienen trampa. Ahí reside la magia y el cinismo del “doble lenguaje” (otro préstamo orwelliano). Bush Jr. tiene mucho de ese Big Brother que invoca la guerra sin fin y el odio a muerte al enemigo.

Prensa limitada (y limítrofe)
Bush Jr., que tanto desdén ha mostrado durante su mandato por la prensa (hasta el punto de jactarse de que no lee los periódicos), ha sabido, sin embargo, usar los medios como dócil caja de resonancia. La derechista cadena Fox marcó la pauta. Con ella, el presunto dominio tradicional de “los medios liberales” empezó a ceder para dejar un lugar cada vez más grande a medios rabiosamente conservadores. El diario The Washington Times, el National Review, el New York Post y demás correas de transmisión de los neoconservadores, que también tomaron las páginas de opinión del Wall Street Journal. Evidentemente, Los medios más a la izquierda, como la CBS o el New Yorker (que revelaron las fotos de Abu Ghraib), se ganaron el estigma de «antipatrióticos».

Bush Jr. y Shakespeare
Sin embargo, a seis años del inicio de la catastrófica presidencia de Baby Bush, los neoconservadores se encuentran en crisis y rumbo al fracaso. La esencia de este fiasco reside en que el presidente y sus aliados han caído en el error ineluctable en el que, tarde o temprano, caen todos los mitómanos: creerse sus propias mentiras y acabar por ser víctimas de ellas. El desastre de Irak se ha vuelto insostenible incluso para las eficientes y falaces estrategias de comunicación republicanas. Por fin, sale radiante la verdad que durante todo este tiempo nos han querido ocultar: el mundo está lleno de matices e incertidumbres y los gobernantes se destruyen cuando son demasiado rígidos y excesivamente seguros de sí mismos, están ebrios de radiante limpidez moral y basan su poder únicamente en el (a fin de cuentas) frágil imperio de las mentiras. Si el presidente de Estados Unidos tuviera más respecto por el lenguaje, pensara menos en sus mensajes cifrados y se tomara la molestia de leer a Shakespeare, quizá fuera más prudente. Enrique V dice a sus soldados en célebre arenga:"Pero, de no ser una buena causa, el mismo rey tendrá que rendir pesadas cuentas cuando, en el día del juicio, todos esos brazos, piernas y cabezas cortados en una batalla se reúnan y griten a coro: ¡Nosotros morimos en tal o cual lugar!, algunos, entre maldiciones; otros, clamando por un cirujano; otros, llorando por sus esposas, a quienes dejaron en la miseria, por sus deudas pendientes o por sus pequeños hijos desamparados. Me temo que entre los caídos en el campo de batalla, pocos han tenido una buena muerte”. Y en la escena inicial de Enrique IV. Primera parte, Shakespeare se vale del Rumor para demostrar cómo los reyes se meten en aprietos por confiar en verdades a medias o en las lisonjas de los impostores. Muchos de los personajes shakespearianos adolecen de una soberbia desmesurada, igual que Bush Jr, y están rodados de aduladores, yes men (o woman, como Condoleezza) y sicofantes. La única persona que parece aconsejar con buen tino a su amo es el bufón del Rey Lear. No pueden castigarlo por decir verdades desagradables, porque ése es su trabajo. Shakespeare nos previene contra las imprudencias temerarias fundadas en una mala información. Hay quienes ven en Hamlet una condena del indeciso, pero su monólogo "Ser o no ser..." constituye un análisis meticuloso de las ventajas y desventajas de la acción inmediata, un enfoque prudente que Bush Jr, podría haber imitado antes de iniciar la guerra en Irak en lugar de enbelezarse con el maniqueísmo de su antilenguaje. El mismo Lear, tras su ominosa caída, se lamenta: “Consigue ojos de vidrio para que, como un facineroso político, aparentes ver lo que no está ahí”Bush Jr. es, en buena medida, un ser aristocrático muy a la Shakespeare: se hizo del poder casi por herencia y gracias a alguna simpatía personal, pero con su conducta inflexible y desaforada, rigidez, frivolidad y arrogancia desencadena la tragedia sobre sí mismo y sobre su país.

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