La farsa de “Consulta Ciudadana” que pretende organizar el gobierno de Marcelo Ebrard en el DF para tratar el tema de la llamada “reforma petrolera” tiene que ser denunciada como lo que es: una vulgar charada, como lo fueron los sainetes similares organizados en las negras épocas del gobierno de López Obrador. Pero no por ello debemos desechar la idea de luchar por que se implante en México la figura del referéndum. Hace bien Jorge G. Castañeda en insistirle a Calderón para que recobre algo de iniciativa política enarbolando la bandera del referéndum, pero el pobre presidente que tenemos no tiene ni la estatura histórica ni la visión de largo plazo para tomar una decisión de esa envergadura. Por otra partre, negar que la democracia representativa está en crisis equivale a pretender tapar el sol con un dedo. Oponerse a estabecer métodos que permitan a la gente, en circunstancias excepcionales, tener la capacidad última de decisión es asumir posturas sumamnte conservadoras.
Muchos dudan de que en México, un país de tan incipiente cultura democrática, funciones la figura del referéndum. Quienes critican este mecanismo sostienen que éste ha sido, muchas veces, instrumento de gobiernos autoritarios útil sólo para dar un barniz de legitimidad a decisiones cupulares. Pero, por otro lado, es innegable que los referéndums han sido muy útiles en el perfeccionamiento de la vida política de muchas naciones democráticas, y que en América Latina han coadyuvado, a veces decisivamente, en los procesos de transición hacia la democracia.
Los partidarios del referéndum sostienen que éste es un instrumento eficaz para fomentar la participación de los ciudadanos en el proceso de toma de decisiones políticas de un país, si se le concibe como un complemento de la democracia representativa. Y, ciertamente, si repasamos el papel que ha desempeñado el referéndum en la mayor pare de las democracias del mundo occidental nos damos cuenta que éste ha contribuido, incuestionablemente, a encontrar salidas a problemas políticos demasiado importantes como para ser considerados únicamente a nivel parlamentario. En México una de esas cuestiones axiales, lo queramos o no, es el petróleo.
Debemos reconocer, además, que la dinámica de las sociedades contemporáneas se ha acelerado, provocando que los partidos políticos, los parlamentos, las corporaciones y otros métodos de representación tradicionales aparezcan, muchas veces, obsoletos y limitados. Evidentemente, aún no se ha logrado (y se está todavía lejos de hacerlo) encontrar los nuevos mecanismos que logren sustituir a los partidos, razón que hace de éstos instituciones aún imprescindibles para la buena marcha de un régimen democrático. Sin embargo, conscientes de las limitaciones que padecen los mecanismos tradicionales de representación política, métodos de democracia directa deben ser consideradas para complementar el desarrollo político de una sociedad.
En la actualidad, se observa a escala internacional un aumento en el uso de los referéndums en prácticamente todo el mundo. En Europa, donde ha sido una práctica común (en algunas naciones, desde el siglo pasado), la celebración de referéndums se ha multiplicado, e incluso se considera su introducción en sistemas políticos sumamente tradicionales, hasta la fecha reacios en reconocer cualquier forma de democracia directa, como es el caso del británico. Por su parte, en Estados Unidos, país en el que nunca en la historia se ha celebrado un referéndum a nivel nacional, las consultas directas a los electores se han vuelto moneda corriente en casi la totalidad de los estados de la unión para definir asuntos locales. En América Latina y en otras regiones de democratización reciente también se recurre cada vez más al referéndum, a pesar de que fue esta una costumbre poco extendida en nuestros países (con la excepción de Uruguay) hasta principios de los años ochenta. Por ahí el lector podrá consultar en este mismo blog un cuadro comparado donde se explican los diversos métodos de referénum adoptados en América Latina.
Algunos adictos radicales al referéndum lo describen como una de las formas más puras de democracia, ya que permite que las decisiones sean tomadas directamente por los ciudadanos. La idea sería, por lo tanto, alcanzar una "democracia total", sin intermediarios que "siempre distorsionan a su conveniencia" la voluntad de los representados, ni partidos caducos que "nada son capaces de ofrecer a los buenos ciudadanos". Para este sector de la opinión pública, a más referéndums mejor. Bajo esta óptica, el referéndum debería tender no a ser un "complemento útil" de la democracia representativa, sino que debe procurar sustituir completamente a las formas corrientes de representación a la brevedad posible. De hecho, algunos "futurólogos" prevén que con el vertiginoso desarrollo de la computación y de nuevas tecnologías de comunicación, la democracia representativa podría, eventualmente, desaparecer para dar lugar a una nueva forma de democracia directa, la cual funcionaría a base de "referéndums permanentes" en la que cada elector contaría en su casa con una terminal donde cotidianamente se manifestaría a favor o en contra de las propuestas puestas a su consideración. Obviamente, esta ¿aterradora? posibilidad esta aún muy lejana.
Por otra parte, y como decíamos, los críticos del referéndum lo señalan como una práctica llena de trampas, la cual ha sido utilizado por innumerables dictadores para, como ya se ha apuntado, dar un barniz de legitimidad a decisiones cupulares. Disfrazados bajo el argumento de que los partidos sólo sirven para dividir a los "buenos ciudadanos" y para corromperlo todo, tanto la derecha como la izquierda radical han apelado a la celebración de referéndums para que sean los ciudadanos quienes directamente se pronuncien a favor de las iniciativas que les presenta el gobierno. Esta costumbre, conocida por algunos como "democracia plebiscitaria", fue inaugurada por Napoleón Bonaparte en 1800, año en el que fue aprobado en Francia su nombramiento como primer cónsul. Desde entonces, los referéndums celebrados bajo la férula de gobiernos autoritarios y totalitarios arrojan casi siempre resultados contundentes en favor de las propuestas presentadas por las autoridades, aunque existen notables excepciones a esta regla.
Los enemigos del referéndum afirman que al sustituirse los mecanismos de representación política, los gobiernos autoritarios desarticulan toda posibilidad de oposición organizada. Asimismo, alegan que las campañas rumbo a un referéndum se prestan mucho más para la demagogia y la manipulación que en el caso de las elecciones normales, ya que en muchos casos ciudadanos ordinarios no tienen la capacidad (por una razón o por otra) para decidir apropiadamente o de forma responsable sobre los temas que están a discusión. También se afirma que los plebiscitos dan lugar a una "tiranía de la mayoría" que margina de toda posibilidad de representación política a los grupos minoritarios.
Incluso en varias naciones de inobjetable tradición democrática, la práctica eventual del referéndum ha sido impugnada por quienes la conciben como una forma de la que se vale un Poder Ejecutivo poderoso para relegar a un segundo plano la importancia del parlamento. El ejemplo típico es Francia, donde con el advenimiento de la V República, tras el ascenso al poder de Charles de Gaulle, se instituyó a nivel constitucional el referéndum como una forma de reforzar los poderes del presidente frente al parlamento, ya que en determinadas cuestiones clave al jefe de Estado siempre le queda el recurso de convocar a un referéndum ante un Poder Legislativo demasiado obstinado. Cabe aclarar que a la sazón a Francia le urgía salir de la caótica situación a la que la había orillado el parlamentarismo exacerbado de la IV República, y para ello nuevas fórmulas constitucionales (entre ellas el referéndum) cumplieron a cabalidad la tarea de garantizar la gobernabilidad del sistema político en momentos críticos para el país.
Sin embargo, a pesar de todos los argumentos en su contra, el referéndum mucho ha aportado a los regímenes democráticos en los que funciona y, de hecho, para algunas dictaduras ha resultado ser una arma de dos filos. Por ejemplo, fueron sendos referéndums organizados por las autoridades los que determinaron el fin de las dictaduras militares en Uruguay (1980) y en Chile (1988). El reciente triunfo del No en el referéndum venezolano que puso un coto a las pretensiones totalitarias de Chávez podría ser considerado dentro de este grupo. Asimismo, y volviendo al caso francés, el referéndum como "instrumento de fortaleza presidencial" quedó en entredicho en 1969, cuando el general De Gaulle se vio obligado a presentar su dimisión tras ser derrotado en un referéndum. De hecho, tanto han cambiado las cosas en Francia que en la actualidad la mayoría de los partidos conciben al referéndum dentro de sus respectivas plataformas electorales como una manera de atemperar al presidencialismo.
Ante la actual coyuntura política mexicana, resulta pertinente preguntarnos que tan útil y conveniente resultaría acoger al referéndum como complemento de un sistema democrático tan incipiente. Si bien es cierto que la utilidad del referéndum ha sido comprobado casi en los cinco continentes, ¿no sería mejor primero fortalecer en México los instrumentos de la democracia representativa tradicional, en particular a los partidos, y después pensar en adoptar elementos de la democracia directa? Yo pensaba así antes, pero después de años de militar en las miasmas de partidos que tenemos, en darme cuenta lo mal que funcionan y en considerar las injustas trabas que impone la ley electoral para impedir el surgimiento de partidos ciudadanos, llegué a la conclusión de que el referéndum es necesario para legitimar decisiones demasiado controversiales. Debemos adoptar el referéndum como un mecanismo extraordinario que deberá exigir para su realización con el mayor acuerdo político posible. Una propuesta sería que la Constitución prescriba que para la celebración de un referéndum que éste sea exclusivamente convocado por el presidente y se precise de la aprobación en ambas cámaras Congreso de la Unión por mayoría absoluta.
Muchos dudan de que en México, un país de tan incipiente cultura democrática, funciones la figura del referéndum. Quienes critican este mecanismo sostienen que éste ha sido, muchas veces, instrumento de gobiernos autoritarios útil sólo para dar un barniz de legitimidad a decisiones cupulares. Pero, por otro lado, es innegable que los referéndums han sido muy útiles en el perfeccionamiento de la vida política de muchas naciones democráticas, y que en América Latina han coadyuvado, a veces decisivamente, en los procesos de transición hacia la democracia.
Los partidarios del referéndum sostienen que éste es un instrumento eficaz para fomentar la participación de los ciudadanos en el proceso de toma de decisiones políticas de un país, si se le concibe como un complemento de la democracia representativa. Y, ciertamente, si repasamos el papel que ha desempeñado el referéndum en la mayor pare de las democracias del mundo occidental nos damos cuenta que éste ha contribuido, incuestionablemente, a encontrar salidas a problemas políticos demasiado importantes como para ser considerados únicamente a nivel parlamentario. En México una de esas cuestiones axiales, lo queramos o no, es el petróleo.
Debemos reconocer, además, que la dinámica de las sociedades contemporáneas se ha acelerado, provocando que los partidos políticos, los parlamentos, las corporaciones y otros métodos de representación tradicionales aparezcan, muchas veces, obsoletos y limitados. Evidentemente, aún no se ha logrado (y se está todavía lejos de hacerlo) encontrar los nuevos mecanismos que logren sustituir a los partidos, razón que hace de éstos instituciones aún imprescindibles para la buena marcha de un régimen democrático. Sin embargo, conscientes de las limitaciones que padecen los mecanismos tradicionales de representación política, métodos de democracia directa deben ser consideradas para complementar el desarrollo político de una sociedad.
En la actualidad, se observa a escala internacional un aumento en el uso de los referéndums en prácticamente todo el mundo. En Europa, donde ha sido una práctica común (en algunas naciones, desde el siglo pasado), la celebración de referéndums se ha multiplicado, e incluso se considera su introducción en sistemas políticos sumamente tradicionales, hasta la fecha reacios en reconocer cualquier forma de democracia directa, como es el caso del británico. Por su parte, en Estados Unidos, país en el que nunca en la historia se ha celebrado un referéndum a nivel nacional, las consultas directas a los electores se han vuelto moneda corriente en casi la totalidad de los estados de la unión para definir asuntos locales. En América Latina y en otras regiones de democratización reciente también se recurre cada vez más al referéndum, a pesar de que fue esta una costumbre poco extendida en nuestros países (con la excepción de Uruguay) hasta principios de los años ochenta. Por ahí el lector podrá consultar en este mismo blog un cuadro comparado donde se explican los diversos métodos de referénum adoptados en América Latina.
Algunos adictos radicales al referéndum lo describen como una de las formas más puras de democracia, ya que permite que las decisiones sean tomadas directamente por los ciudadanos. La idea sería, por lo tanto, alcanzar una "democracia total", sin intermediarios que "siempre distorsionan a su conveniencia" la voluntad de los representados, ni partidos caducos que "nada son capaces de ofrecer a los buenos ciudadanos". Para este sector de la opinión pública, a más referéndums mejor. Bajo esta óptica, el referéndum debería tender no a ser un "complemento útil" de la democracia representativa, sino que debe procurar sustituir completamente a las formas corrientes de representación a la brevedad posible. De hecho, algunos "futurólogos" prevén que con el vertiginoso desarrollo de la computación y de nuevas tecnologías de comunicación, la democracia representativa podría, eventualmente, desaparecer para dar lugar a una nueva forma de democracia directa, la cual funcionaría a base de "referéndums permanentes" en la que cada elector contaría en su casa con una terminal donde cotidianamente se manifestaría a favor o en contra de las propuestas puestas a su consideración. Obviamente, esta ¿aterradora? posibilidad esta aún muy lejana.
Por otra parte, y como decíamos, los críticos del referéndum lo señalan como una práctica llena de trampas, la cual ha sido utilizado por innumerables dictadores para, como ya se ha apuntado, dar un barniz de legitimidad a decisiones cupulares. Disfrazados bajo el argumento de que los partidos sólo sirven para dividir a los "buenos ciudadanos" y para corromperlo todo, tanto la derecha como la izquierda radical han apelado a la celebración de referéndums para que sean los ciudadanos quienes directamente se pronuncien a favor de las iniciativas que les presenta el gobierno. Esta costumbre, conocida por algunos como "democracia plebiscitaria", fue inaugurada por Napoleón Bonaparte en 1800, año en el que fue aprobado en Francia su nombramiento como primer cónsul. Desde entonces, los referéndums celebrados bajo la férula de gobiernos autoritarios y totalitarios arrojan casi siempre resultados contundentes en favor de las propuestas presentadas por las autoridades, aunque existen notables excepciones a esta regla.
Los enemigos del referéndum afirman que al sustituirse los mecanismos de representación política, los gobiernos autoritarios desarticulan toda posibilidad de oposición organizada. Asimismo, alegan que las campañas rumbo a un referéndum se prestan mucho más para la demagogia y la manipulación que en el caso de las elecciones normales, ya que en muchos casos ciudadanos ordinarios no tienen la capacidad (por una razón o por otra) para decidir apropiadamente o de forma responsable sobre los temas que están a discusión. También se afirma que los plebiscitos dan lugar a una "tiranía de la mayoría" que margina de toda posibilidad de representación política a los grupos minoritarios.
Incluso en varias naciones de inobjetable tradición democrática, la práctica eventual del referéndum ha sido impugnada por quienes la conciben como una forma de la que se vale un Poder Ejecutivo poderoso para relegar a un segundo plano la importancia del parlamento. El ejemplo típico es Francia, donde con el advenimiento de la V República, tras el ascenso al poder de Charles de Gaulle, se instituyó a nivel constitucional el referéndum como una forma de reforzar los poderes del presidente frente al parlamento, ya que en determinadas cuestiones clave al jefe de Estado siempre le queda el recurso de convocar a un referéndum ante un Poder Legislativo demasiado obstinado. Cabe aclarar que a la sazón a Francia le urgía salir de la caótica situación a la que la había orillado el parlamentarismo exacerbado de la IV República, y para ello nuevas fórmulas constitucionales (entre ellas el referéndum) cumplieron a cabalidad la tarea de garantizar la gobernabilidad del sistema político en momentos críticos para el país.
Sin embargo, a pesar de todos los argumentos en su contra, el referéndum mucho ha aportado a los regímenes democráticos en los que funciona y, de hecho, para algunas dictaduras ha resultado ser una arma de dos filos. Por ejemplo, fueron sendos referéndums organizados por las autoridades los que determinaron el fin de las dictaduras militares en Uruguay (1980) y en Chile (1988). El reciente triunfo del No en el referéndum venezolano que puso un coto a las pretensiones totalitarias de Chávez podría ser considerado dentro de este grupo. Asimismo, y volviendo al caso francés, el referéndum como "instrumento de fortaleza presidencial" quedó en entredicho en 1969, cuando el general De Gaulle se vio obligado a presentar su dimisión tras ser derrotado en un referéndum. De hecho, tanto han cambiado las cosas en Francia que en la actualidad la mayoría de los partidos conciben al referéndum dentro de sus respectivas plataformas electorales como una manera de atemperar al presidencialismo.
Ante la actual coyuntura política mexicana, resulta pertinente preguntarnos que tan útil y conveniente resultaría acoger al referéndum como complemento de un sistema democrático tan incipiente. Si bien es cierto que la utilidad del referéndum ha sido comprobado casi en los cinco continentes, ¿no sería mejor primero fortalecer en México los instrumentos de la democracia representativa tradicional, en particular a los partidos, y después pensar en adoptar elementos de la democracia directa? Yo pensaba así antes, pero después de años de militar en las miasmas de partidos que tenemos, en darme cuenta lo mal que funcionan y en considerar las injustas trabas que impone la ley electoral para impedir el surgimiento de partidos ciudadanos, llegué a la conclusión de que el referéndum es necesario para legitimar decisiones demasiado controversiales. Debemos adoptar el referéndum como un mecanismo extraordinario que deberá exigir para su realización con el mayor acuerdo político posible. Una propuesta sería que la Constitución prescriba que para la celebración de un referéndum que éste sea exclusivamente convocado por el presidente y se precise de la aprobación en ambas cámaras Congreso de la Unión por mayoría absoluta.
3 comentarios:
Nada más para molestarte. ¿Ya leíste lo propuesto al respecto por Enrique Krauze el domingo en el Reforma?
Creo que es una inocentada. No está mal concientizar a los ciudadanos sobre la posibilidad que tienen de presionar a sus legisladores para que voten en tal o cual sentido. A fin de cuentas se supone que son nustros reprersentantes. Pero hay temas que por su trascendencia creo que vale la pena someter a la consulta directa. En México, el caso del petróleo es fundamental. No debería de ser, pero así es. Se trata de un asunto con ribetes casi religiosos.
Por otro lado, seamos sinceros, ¿Quién conoce el nombre de su diputado al Congreso de la Unión? La mía es una perredista del grupo de bejarano a la que, estoy seguro, le vale madre mi opinión y todas las opiniones que no esten en sintonía con lo que piensa o con lo que le ordenan pensar en su patido y grupúsculo. ¿Cuál es tu caso?
En México los diputados obedecen más a las consignas de sus grupos o partidos que a los desoes de los cidadanos por la sencilla razón que es de aquellos de quienes depende su futuro político, no de los electores. En USA o en Gran Bretaña es diferente, por eso tiene más sentido dirigirse a los diputados para que conozcan nuestras opiniones. Pero para que eso suceda en México me temo que tendrán que pasar muchos años y muchas cosas.
Ojala esto que plantea Krauze tenga viabilidad algún día, pero hoy por hoy es una inocentada, desgraciadamente.
La verdad, no sé ni quien es el diputado de mi distrito, lo busque en la Internet pero no lo encontré, se esconde bien.
Sobre el referéndum todavía no tengo una opinión, me preocupa pensar en la cantidad de recursos destinados a tal ejercicio, si estos terminan como a pasado en las diferentes consultas en el D.F. organizadas por los Perderistas, llevando agua a su molino. Por otro lado, lo que señalas de la dictadura de las mayorías me parece cierto. Pongamos que se hace un referéndum en torno al aborto, lo más seguro es que la reciente Ley aprobada sobre esto, tenga que ser modificada y sin embargo creo, que mas allá de votos, las mujeres tienen derecho a decidir en este asunto; en fin es un tema complejo. También creo que los espacios que tiene la ciudadanía para influir en las decisiones de la cúspide del poder son escasos y estos lo saben y por ello son abusivos y cínicos
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