lunes, 23 de junio de 2008

¡Al Diablo con las Olimpiadas!


Las olimpiadas se han convertido desde los odiosos años ochenta en una irremediable porquería. Una serie de calamidades han degradado al máximo este evento que pretende alzar idealistas intenciones: política, dinero, gigantismo y doping. Y ahora han caído aún más bajo al aceptar que las organice uno de los regímenes más represivos y arbitrarios del mundo: China (im) Popular.

Desde su reinvención por el racista y fascistoide barón Pierre de Coubertin este negocio de las olimpiadas (que no son otra cosa) siempre han estado hiperpolitizadas. No haremos un recuento de las memorables incidencias debidas a la política que han infestado la realización de estos juegos: boicots (Montreal, Moscú, Los Ángeles), terrorismo (Múnich, Atlanta) glorificación de regímenes totalitarios (Moscú, Berlín). Más bien, y de cara a la realización de los juegos en Pekín, vale la pena hacer con Guy Sorman la reflexión de si las inminentes olimpiadas chinas servirán para democratizar al país (como sucedió en Corea del Sur y, muchos argumentan, en México) o simplemente serán la apoteosis de un régimen autoritario.

El gigantismo ha sido otro factor coadyuvante en la declinación de los juegos. Un cada vez más tedioso e interminable desfile de las naciones participantes inaugura la fiesta. Casi doscientas delegaciones encuentra cabida en la mega fiesta de la que nadie quiere quedar excluido, pero en la que muy pocos tienen la verdadera calidad para competir con algún de decoro (¡y ahora, la poderosa delegación de Djibuti!). El gigantismo también se manifiesta en la lista cada vez más larga de deportes que han alcanzado el rango de olímpicos, algunos de ellos tan absurdos como el pingpong y el badmington. Actualmente me entreno para ver si consigo el oro olímpico en Canicas y Rayuela en las olimpiadas de 2020 (serán en Kuala Lumpur, según el deseo de Mohamed Mahatir).

Pero lo más podrido de las olimpiadas es con mucho el grotesco comercialismo el cual arribó a las olimpiadas de la mano de la profesionalización y como respuesta al desmedido encarecimiento de los juegos el cual fue consecuencia –en buena medida- del terrorismo de Munich y de los excesos arquitectónicos de Montreal. El verdadero olimpismo es la gran víctima no reconocida de los fedayines del 72. Las de los Ángeles fueron la primera olimpiada privatizada. A partir de entonces se ha impuesto el concepto de la olimpiada como negocio. El patrocinio deportivo ha vilificado a los Juegos Olímpicos. Se ha llegado al ridículo de que sean las empresas las que dictan al Comité Olímpico Internacional qué ropas deben usar, qué deben comer y beber y que artículos deben usar los espectadores de los juegos. Una situación que, amén de ser escandalosa, obviamente se opone al dizque “ideal olímpico”.
Desde las olimpiadas de Atlanta -de infausta memoria por la mala organización y el “sobre encocalamiento” que padecieron- se advierte a los espectadores que asisten a los estadios que no se les permitiría ingresar con bebidas que no sean de la empresa Coca-Cola. En Atenas se amplió la exclusividad al agua embotellada (no fue admitida ninguna que no fuera “Avron”). Tampoco podían entrar a los escenarios olímpicos hamburguesas que no pertenecieran a McDonald’s, ni vestimentas o zapatos con logos de fabricantes que no patrocinan los juegos. Conocida como “política de campo limpio”–por cierto nada limpia– estas reglamentaciones han sido redactadas por los comités organizadores con la aprobación del COI, para proteger a los patrocinadores del intento de otras firmas de publicitar sus artículos durante los juegos sin pagar las altas tarifas respectivas. En los juegos de la China “Comunista” los patrocinadores decidirán aún más. Los deportes ya son un tema secundario.

Todos quieren hacer dinero fácil con los Juegos Olímpicos. Cuando una ciudad es la sede, los precios de los hoteles, de las comidas y de otros rubros se elevan tremendamente. El resultado es están llegando cada vez menos visitantes que lo esperado. Graves fueron los déficits que arrojaron Atenas y Turín en materia de espectadores.

No se me pasa advertir que la grotesca sobre comercialización ha convertido a los atletas en carteleras publicitarias vivientes. Lo vemos claramente en el futbol profesional, aunque en Europa esta tendencia es un poco más comedida. En México da risa ver a nuestros ratones futbolistas como si fueran árboles de navidad con tantos y tan chabacanos anuncios de Soriana, Tecate, Banamex, etc.


El doping es otro cáncer de las olimpiadas. Miles de atletas que sueñan con la gloria olímpica (pero más aún más con los contratos millonarios que ella supones) e influidos por inescrupulosos entrenadores toman drogas sin pensar en las graves consecuencias que tiene para la salud. A pesar de las medidas antidoping aún es difícil determinar qué atletas están haciendo trampa con drogas, lo que convierte los Juegos Olímpicos en una farsa. También la corrupción hace acto de presencia. Un famoso reportaje reciente de la BBC mostró a un delegado búlgaro del COI dispuesto a aceptar un soborno para votar en favor de una determinada sede para los Juegos 2012, lo cual tuvo un fuerte impacto. Se dijo que entre veinte y treinta votos podrían ser dados en favor de una determinada ciudad que paga. Fueron célebres los escándalos que propició la compra de votos para hacer de Salt Lake City la sede de los olímpicos de invierno en 2002.
Estas son las pavorosas realidades de los Juegos Olímpicos

2 comentarios:

Gonzalo Del Rosario dijo...

esto demuestra una vez más que el mundo se está yendo por el desagüe.

Pascual Gaviria dijo...

Que oso tan amargado. Quién le dijo que los ciclistas corren para salvar al Tibet, no menso, corren para ganar una medalla y un dinero. Y sí, puede que vayan muchos deportistas, pero eso se resuelve con el sencillo método de los cuadros clasificatorios y al final están los mejores, esos son los que vemos. Espero que haya pasado un mes de olímpicos dedicado a sorber bilis.