Los pretendidos “socialdemócratas” mexicanos deberían dedicarse menos a la grilla antropofágica absurda esa en la que están inmersos y más a prestar atención y tratar de entender lo que sucede en el panorama político mundial con la susodicha socialdemocracia. Esto sería exigible, por lo menos, para sus pretendidos “intelectuales” y “jóvenes turcos”, ya que los “operadores políticos”, en cuyas manos han dejado el destino del partido, con trabajos conocen las letras del alfabeto. En Alemania, el partido padre de la socialdemocracia mundial, el de mayor tradición y más larga historia, el legendario SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands), ha entrado en barrena. Su presidente, el soso Kurt Beck, y parte del aparato partidista parece creer que la mejor forma de combatir la crisis de identidad que la socialdemocracia padece desde hace más de dos décadas es aliarse al llamado partido “La Izquierda”, de reciente creación tras la fusión de los ex comunistas que gobernaron con mano férrea la RDA y el partido acaudillado dirigido por ese demagogo megalómano de Oskar Lafontaine (auténticamente, el Porfirio Muñoz Ledo alemán). La izquierda, ha conseguido ciertos éxitos electorales -en Hesse y Hamburgo- lo que para el sector más radical del SPD es clara señal de que ha llegado la hora de cargarse a la izquierda y “reencontrarse con sus raices socialdemócratas”.
El problema fundamental de la socialdmocracia europea (no solo la alemana) y que ha generado su irresoluble cisis de identidad, es que descubrieron en los años ochenta que la única manera de mantener sus posibilidades de salir electos era renunciando a la esencia de la propuestas socialdemócratas originales, esto es, a un estado excesivamente intervencionista en lo económico que aplicaba políticas keynesianas, fomentaba un enorme aparato de bienestar a base de irresponsabilidad fiscal y altos impuestos y creaba una enorme burocracia. El esquema socialdemócrata entró en definitiva quiebra en los años ochentas y sólo la reinvención del la socialdemocracia en una opción de centro comprometida con la economía de libre mercado, la empresa privada y la responsabilidad fiscal fue capaz de volver al poder, Así sucedió con la célebre “tercera vía” de Blair, die neuemitte de Schroeder e incluso con los casos de González y Jospin. Todos estos socialdemócratas gobernaron, en lo económico, bajo los estrictos cánones neoliberales pero matizados por la lucha a favor de la ampliación de las libertades individuales, como son la legalización del aborto y de las drogas blandas, la lucha contra la discriminación, el feminismo, la defensa del medio ambiente, el matrimonio homosexual, etc. Todas ellas, hay que repetirlo hasta que se entienda, de reciente adopción en las plataformas socialdemócratas, ya que casi ninguna de ellas figuraba en los programas del socialismo democrático original. Evidentemente, hay que dar la enhorabuena a que la denominada nueva socialdemocracia se haya unido a la lucha liberal por ampliar los espacios de nuestras libertades.
Pero en lo económico, los gobiernos socialdemócratas se ajustaban al esquema neoliberal. Así sucedió con el gobierno de Schroder (1998-2005), que heredó de Kohl una economía al borde de la banca rota. Fue este socialdemócrata, con suj famosa Agenda 2010, quien pudo corregir el rumbo recortando al súper Estado bienestar, incentivando a las empresas privadas vía recortes fiscales, reformando el sistema de y pensiones y prefigurando una reforma laboral.
Desde luego, todas estas iniciativas de cambio hicieron impopular a Schroeder, pero lo cierto es que sus efectos positivos se han dejado sentir ya bajo la administración democristiana de Angela Merkel. Para Alemania no hay otro camino que la liberalización económica si quiere sobrevivir en un mundo hipercompetitivo.
Para decirlo pronto y sin ambages: para que la socialdemocracia no perdiera vigencia, tuvo que dejar de ser socialdemócratas. Esa es la verdad, la verdad que nuestros amigos de Alternativa se rehúsan a ver. Claro, dejar de ser socialdemócratas acarreó un grave problema de identidad a los socialdemócratas que pretendían seguir siéndolo. Para resolverlo, no basto adoptar las ideas progresistas de liberación personal, en virtud a que la esencia de su origen era el establecimiento de un estado muy interventor en lo económico que se encargara del bienestar de toda la población en los términos más extendidos posibles, cosa que ha demostrado su inviabilidad.
El SPD está ante un dilema: si mantiene la Agenda 2010 de Schroeder, como quisieran sus socios de coalición democristianos, profundizarían su crisis de identidad; pero dar un vuelco a la izquierda, renegar de la herencia schroederiana y aliarse con los ex comunistas y con el populista Lafontaine haría que el partido retrocediera casi a los años sesentas y perdería, en definitiva, viabilidad electoral.
En los últimos días, ante las dificultades de formar Gobierno en el estado de Hesse, aumenta la tentación de acabar con el veto de colaborar con quienes nunca se han distanciado del terror comunista que dominó gran parte de Alemania durante casi medio siglo y que bendicen la incautación y los métodos forzados de experimentación social. Y hablo de un retroceso a los años sesentas por que el SPD está a punto de revisar las conclusiones de su histórico congreso de Bad Godesberg, donde los socialdemócratas alemanes fueron los primeros socialistas europeos en proclamar su liberación de los dogmas del marxismo y de la lucha de clases, así como su voluntad de ser un partido popular y su aceptación de la validez permanente del mercado y la libertad en la democracia plural frente al utopismo socializante y redentor.
Ahora, en su angustia por encontrar salida a su irresoluble crisis de identidad, los socialdemócratas parecen querer salirse del corsé que suponía la decidida e irrenunciable defensa de las libertades individuales y la pluralidad. En Bad Godesberg todos los delegados socialdemócratas, con la memoria del nazismo y la presencia permanente del comunismo en la RDA, sabían lo que había supuesto la cooperación, voluntaria o forzosa, con el totalitarismo comunista. Ahora, por desgracia, comienza a dar la impresión de que el digno rechazo a la cooperación con el totalitarismo va cediendo ante la presión de prendidas (más bien, falsas) ventajas políticas inmediatas, cargos, poder al fin y al cabo.
Puede que en un tiempo, facciones izquierdistas, competidores neocomunistas y radicales antisistema se disputen los restos de siglas y patrimonio de un partido que ha marcado como muy pocos el proceso del avance de la combinación de libertad, solidaridad y piedad en la evolución político social europea de los últimos 150 años.
Los socialdemócratas auténticos están alarmados ante las ligerezas con las que algunos dirigentes coquetean con un frentepopulismo marcado por el anticapitalismo y utopismos diversos..
Lo que hay detrás de la crisis de la socialdemocracia alemana y europea es la incapacidad de esta opción política, tan dependiente de un estatismo galopante, de hacer frente a la globalización, la cual demanda plena libertad a la acción individual. Los nuevos tiempos han condenado al estatismo excesivo en la economía. Grande fue la herencia que ha dejado la socialdemocracia en el mundo. ¡Loor a Kurt Schumacher, Willy Brandt y Helmut Schmidt! ¡Loor a Olof Palme y Bruno Kreisky! Pero la vertiginosa marcha del mundo debe seguir su camino. En Europa, una nueva generación de socialdemócratas no-socialdemócratas había aprendido la lección. ¿Será necesario volver a aprender?