jueves, 8 de noviembre de 2007
Los Políticos, ¿Son Idiotas o Están Locos?
Cada vez son más las quejas que los sufridos ciudadanos tienen sobre sus políticos. Y es que además de considerarlos ineptos, ahora se ha puesto de moda etiquetarlos como dementes. Claro, ello es perfectamente comprensible con los antecedentes como los que nos han dado varios de nuestros insignes gobernadores, como el de Morelos y su “Helicóptero del Amor”, o aquel gobernante de Querétaro que quería una guerra de exterminio en Chiapas, y que decir del prestigiadísimo “gober precioso”, por citar sólo algunos de los casos más notables. En efecto, en los últimos años se ha empezado a abandonar la práctica de evaluar a nuestros políticos en función de las metas que se han propuesto y de los métodos que emplean para alcanzarlas, lo que supone prestar atención solamente a su lado racional, como si fueran circunspectos de jugadores de ajedrez, y se ha desarrollado una segunda visión de los políticos, como seres en los que imperan el “lado oscuro”, las pasiones y complejos, el flanco irracional. Así ha crecido una suerte de “disciplina” que explora el inconsciente de los políticos. A esta “disciplina” se ha dado por llamarla “psicobiografía”. Desde esta perspectiva, ya no importan tanto los planes que tienen un Bush, un Fox o un Peje, sino cómo fueron de niños, cuál fue su vida familiar, cuáles son las huellas que les dejaron sus traumas personales, etc.
Según esta disciplina en ascenso, para evaluar las acciones de los políticos ya no basta el análisis de los politólogos; hace falta además el aporte de los psicólogos y hasta de los psiquiatras. En 2003, el psiquiatra Jerrold Post publicó un libro titulado La evaluación psicológica de los líderes políticos, donde convocó a encumbrados especialistas para estudiar la psiquis de los políticos. Después de leer este libro, hay que preguntar no sólo por la estrategia y la táctica de los líderes políticos, sino también por su carácter personal.
En México, la perspectiva psicobiográfica no ingresó en la reciente campaña electoral que padecimos a través de un análisis científico como el de Post, sino con los ataques frontales dirigidos contra el perfil psicológico del candidato de la Coalición por el Bien de Todos, a quien en reiteradas ocasiones se acuso de ser “un peligro para México” y, en un caso extremo, de “estar loco”. Incluso, muchos de sus malquerientes afirman que el tabasqueño es un “mesiánico enfermo de poder", teoría cuyo principal exponente fue Enrique Krauze, quien se aventó a hacer toda una psicobiografía del Peje en las páginas de la inefable revista Letras Libres.
Así ingresó en nuestra campaña electoral la "psicobiografía", planteándose además la posibilidad de que el método de indagar en la psiquis de nuestros políticos pueda extenderse más allá del Peje.
El "personalismo"
Post y sus colaboradores ofrecen en el libro mencionado una larga serie de esquemas o tipos psicológicos de los políticos. En cuanto a su relación con los demás, los políticos pueden ser, por ejemplo, integradores, conciliadores o personalistas. El político "integrador" es el que se dedica a defender la integridad de su propio partido en tiempos difíciles. He de confesar que este es el raro donde más difícil resulta encontrar ejemplos, cobre todo en nuestra sobrepersonalizada América Latina, ya que se trata de personajes que prefieren renunciar a los reflectores en aras del bien institucional. Por ello al lector, quizá, le resultarán poco familiares los nombres del laborista Neil Kinnock, del socialista francés Guy Mollet, del Democristiano italiano Aldo Moro o del socialdemócrata alemán Ollenhauer, todos ellos políticos que encabezaron a sus partidos en sus peores momentos de crisis, y que lograron sacarlos adelante gracias a su tesón, su capacidad de consenso y su capacidad de abandonar toda pretensión protagónica. En México, se me ocurre que el panista don Luis H. Álvarez podría dar un ejemplo.
El político "conciliador" es, en cambio, aquel que, yendo más allá de su partido, procura tejer con otros un acuerdo nacional. Cuando precipitó la convergencia entre su partido y los demás en dirección de los famosos Pactos de la Moncloa de 1977, el español Adolfo Suárez fue un ejemplo de político conciliador. De tener éxito en el reto de sacar adelante a su “Gran Coalición”, la Alemana Merkel podría unirse a la lista de políticos eminentemente conciliadores. Aquí, bueno, en México no sobran los ejemplos. Me atrevería a dar uno muy discutible: Diego Fernández de Ceballos, que ha pasado a la historia como creador de concerta-cesiones.
Ahora bien, políticos personalistas son los grandes figurones que crecen de manera desproporcionada a las instituciones, Desde luego, la presencia de estos personajes no siempre es deleznable. De hecho, es bienvenida en sociedades que han sufrido crisis graves de gobernabilidad, guerras devastadoras, trastornos sociales o intensas crisis económicas. Grandes líderes de la historia democrática reciente han sido personalistas: De Gaulle, Adenauer, Thatcher, FDR y un largo etcétera.
Los políticos integradores y, más aún, los conciliadores, son coherentes con la república democrática en cuanto ésta promueve el diálogo y la negociación entre los dirigentes. El político personalista, sin que necesariamente (como hemos visto) sea contrario per se al sistema democrático, alberga, en cambio, una dimensión dictatorial que debe ser contenida, limitada, por las instituciones democráticas. Cada uno con su estilo, varios herederos de la tradición caudillista han prolongado la orientación personalista de nuestra política. Los ejemplos sobran en todo el mundo, sin ser México desde luego la excepción.
El político personalista no podría prosperar sin la adulación y hasta la obsecuencia de quienes lo rodean. A veces uno no sabe de qué asombrarse más, de las vocaciones personalistas que siguen floreciendo en contradicción con nuestro sistema democrático o de las amplias reservas de obsecuencia que contiene nuestro escenario político.
El "narcisismo"
Con la excepción del personalismo, que encierra una inflación del ego, las categorías que hasta aquí hemos revisado son compatibles con personalidades psicológicamente equilibradas. No ocurre lo mismo con las que vienen a continuación.
La primera de ellas es el narcisismo. Como el lector, seguramente, lo sabe, Narciso es un personaje de la mitología griega que, al descubrir su imagen en la superficie de un lago, se fascinó de tal modo con ella que al fin se ahogó. Aquejado de una baja autoestima inicial, el político narcisista necesita que aquellos que lo rodean le confirmen de continuo que es digno de ilimitada admiración.
Ligado a esta distorsión está también el político cuasi paranoico, que al mismo tiempo que acepta la adulación de sus cortesanos cree ver en aquellos que no se pliegan a ella el signo de una enconada enemistad. Por eso, afuera del círculo de sus incondicionales, cree entrever la oscura trama de alguna conspiración.
Fuera de estos tipos psicológicos, Post ubica a un tercero: el político obsesivo-compulsivo . Es aquel que, en lugar de fascinarse consigo mismo como el narcisista, se apega en tal forma a su obra que rechaza todo compromiso cuando es aconsejable revisarla.
Evidentemente, hay obvios rasgos obsesivos y narcisistas entre buena parte de nuestros políticos. Y no solo el, al parecer, bien documentado caso del Peje. Por ejemplo, no son pocos los priístas que responsabilizan al narcisismo y obsesión de Madrazo de la debacle que tuvieron los tricolores el 2 de julio. También al presidente Fox y, en particular, a su distinguidilla esposa, se les han señalado estas características
Debe reconocerse que todos los políticos albergan alguna forma de exceso psicológico, ya que sin él carecerían del poderoso motor de la ambición que necesitan para lanzarse a la arena de los leones. Debe admitirse asimismo que, más allá de los síntomas preocupantes de toda subjetividad enamorada de sí misma, los políticos también son capaces de reflexionar.
Cuando el ateniense Temístocles, en plena guerra de los griegos contra los persas, propuso una nueva estrategia, un general espartano se enojó tanto que le pegó. Temístocles le dijo entonces: "Pega, pero escucha". El general lo escuchó y los griegos ganaron la guerra. Crispados por la campaña electoral, los políticos sienten la tentación de pegar. La república democrática quedará a salvo si, aun después de pegar, los políticos también demuestran que no han perdido la capacidad de escuchar.
Porque, de lo contrario, si el narcisismo de los políticos es inmoderado, entonces empieza a equipararse con la idiotez.
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1 comentario:
He aquí reflejada en esta página el espiritu del nonato OSo Bruno en Revista, no retrocedas ante las conciencias aldeanas que te critican, yo saludo tu sátira literaria.
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