Anhelo de los déspotas desde el inicio de los tiempos es permanecer en el poder al mayor tiempo posible, de preferencia hasta la muerte y, si se puede, hasta más allá.
Los mayoría de los grandes dictadores de antaño prescindían de celebrar elecciones y, simplemente, se eternizaban en el poder, como lo hicieron Stalin, Mao, Franco, Hitler y tantos más. Y lo de tratar de conservar el poder tras la muerte no es broma: Kim Il Sung sigue ejerciendo, oficialmente, como presidente de la República Popular de Corea pese al “detalle” de haber fallecido en 1994.
Pero vivimos en la época de las “democracias iliberales”: regímenes donde se respetan las prácticas formales de la democracia liberal, pero en los hechos se erosiona la división de poderes, la celebración de elecciones justas y los derechos ciudadanos básicos.
Los hombres fuertes de hoy necesitan de ingenierías políticas para darse un marco de legitimidad y continuar ejerciendo sus mandatos sin condenas internacionales ni estallidos sociales.
Buscan fórmulas para mantener en sus manos el control real del gobierno una vez concluidos sus mandatos en lugar de intentar reelegirse sin límite.
El caso reciente de Evo Morales ilustra muy bien los riesgos de pretender extender demasiado la liga reeleccionista.
También Turquía da un buen ejemplo de los peligros de probar persistir en el mando sin ensayar una estrategia de “disimulo”. Erdogan diseñó para sí mismo un sistema hiperpresidencial, pero para hacerlo fingió un golpe de Estado en su contra y desató una burda ola represiva. Su gobierno se ha debilitado.
La semana pasada, Vladimir Putin anunció cambios importantes en la Constitución para quitarle poder a la presidencia y darle más al primer ministro y al Consejo de Estado.
Desde luego, esto no se debe, precisamente, a una repentina “vocación democrática”.
Putin goza aun de gran popularidad, ¿por qué no ganar una tercera reelección consecutiva? Por el temor a eventuales protestas. Ya el verano pasado Rusia fue testigo de manifestaciones y reclamos callejeros.
En la propuesta de reforma se incrementa el poder del primer ministro. Quizá la idea de Putin sea ocupar ese cargo y dejar la presidencia un “hombre de paja”, como ya pasó en el período 2008-12.
O también podría desempeñar la presidencia del Consejo de Estado, órgano hasta ahora emblemático pero fortalecido con la reforma. Sucedió en Kazajistán, exrepública soviética de Asia Central, donde el dictador Nursultan Nazarbayev renunció a la presidencia de la República para ser proclamado “presidente vitalicio del Consejo de Seguridad”.
Pero no solo se trata de mantener el poder, sino de conservar inmunidad. Los dictadores suelen hacerse de muchos enemigos durante sus largos gobiernos. Temen a las venganzas. Asimismo, sus malas decisiones los hacen susceptibles a ser, eventualmente, llamados a cuentas por sus gobernados.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
22 de enero de 2020