En la pasada
elección presidencial peruana se impuso por un suspiro Pedro Pablo Kuckzynski, un
tecnócrata muy poco carismático que logró el triunfo principalmente a que supo
aglutinar el voto antifujimorista. Como pasa cada vez con más frecuencia en
todo el mundo, las elecciones son un ejercicio de votar por quien uno siente
que es el menos malo. En caso peruano es el de un sistema de partidos políticos
sumamente débil, a pesar de lo cual ha conocido una inusitada estabilidad
política y un destacado crecimiento económico en la última década. Los partidos peruanos no tienen vida más allá
de las elecciones y su apoyo electoral no es regular. Esta debilidad se traduce
en su completo fracaso en ser adecuados canales de expresión de la sociedad. Con
partidos políticos débiles, el lugar de organizaciones políticas que sirvan de
intermediación ha sido ocupado por la importancia de personalidades
individuales. Desde luego, este fenómeno para nada es privativo del Perú. Una
buena cantidad de países latinoamericanos carecen de partidos que, por lo
menos, sirvan como un mínimo de referencia ideológica o programática. Incluso
en las naciones donde existen partidos presuntamente más arraigados y con mayor
peso estructural (como México) la situación partidista es cada vez más
precaria. Sin embargo, en Perú la insignificancia de los partidos es aún más
extrema
En los
últimos diez años Perú creció a un promedio anual del 5%, incluso por encima de
Brasil y de Chile. No obstante, un 35% de la población aún vive en la pobreza.
La inclusión social es un permanente gran desafío. También es un país que
padece de corrupción política generalizada. Los tres últimos presidentes (los que
han ejercido después de la caída de Fujimori) Alejandro Toledo, Alan García y
Ollanta Humala, terminaron siendo repudiados por los ciudadanos ya que pese a
haber logrado un relativo despegue económico sus administraciones fueron
percibidas como corruptas. Por eso es que el fujimorismo ha resurgido con
fuerza pese a las históricas tropelías perpetradas por Alberto Fujimori en los
noventas. El desgaste de los sucesores jugó a favor del fujimorismo con Keiko
aportándole un perfil más democrático y un sesgo populista de rechazo a las “reformas
neoliberales” que mucho gustó en los sectores populares.
Pero a pesar
de esto, sectores amplios de la sociedad peruana siguen desconfiando del
fujimorismo y de su tendencia a aliarse con el crimen organizado. A Keiko se le
cayó de las manos un triunfo que, de acuerdo a las encuestas, parecía seguro
sobre todo a causa de la investigación periodística que reveló que Joaquín
Ramírez, secretario general del partido fujimorista, estaba involucrado en una
investigación de la DEA. Acto seguido apareció en televisión de un audio que,
como no tardó en descubrirse, estaba manipulado para desacreditar al informante
de la DEA. En esta torpeza estuvo involucrado el candidato a la vicepresidencia
de Keiko, José Chlimper. Este audio y el intento de tergiversación trajo a la
memoria de los peruanos las malas prácticas de Vladimiro Montesinos, la “eminencia
gris” de Alberto Fujimori. Keiko pierde la elección por no establecer de forma
convincente distancia con la ingente amenaza que representa parea Perú el
narcotráfico. No supo desterrar de su entorno a todo aquel sospechoso por
lavado de dinero y otras prácticas ilegales. Si aprende la lección, tiene
futuro. Además, debe reconocérsele su impecable conducta democrática al reconocer
una derrota que en otras latitudes (¡ejem!) habría generado protestas y
acusaciones de fraude.
Pedro Pablo Kuckzynski
será presidente a los 77 años sin contar, su partido, con mayoría en el Congreso,
situación nada extraña en la mayoría de las democracias actuales. Veremos si es
capaz de establecer canales de diálogo para relanzar un acuerdo nacional. Deberá,
por necesidad, ser receptivo con la izquierda, que le dio un apoyo fundamental
hacia la segunda ronda, e incluyente con el fujimorismo, mayoritario en el
Congreso. Lo desgastante
de estas elecciones hace necesario un estadista que imprima esperanza, espíritu
de unidad y talante incluyente. No será fácil.