Hay un problema en la Unión Europea y se llama "déficit democrático". Desde hace ya tiempo que tanto los organismos supranacionales europeos como los gobiernos nacionales de los países miembros han perdido contacto con los ciudadanos comunes europeos. Con las experiencias en Francia y Holanda de hace tres años (que, vía referéndum, condenaron a muerte a la Constitución Europa) y el rechazo de los irlandeses a la ratificación del Tratado de Lisboa queda claro que la idea europea ha perdido fuelle en las sociedades que la forman. Los partidarios del proyecto comunitario se han quedado en una incómoda posición defensiva y, en estas circunstancias, ya no es posible volver a someter ninguna propuesta europea al voto popular de los países por separado, porque la negativa de uno significaría otra vez el fracaso para el conjunto de la Unión.
Desde el punto de vista de sus relaciones con los ciudadanos, éste es sin duda del peor revés que ha recibido el proyecto europeo en cincuenta años, puesto que no se trata -como sucedió en otros casos- de que el Gobierno de un país suspenda individualmente su participación en las instituciones comunitarias, sino que significa la confirmación de que Europa está en un callejón sin salida y que los partidarios del rechazo a las propuestas de Bruselas han conseguido hacerse con el control real de una mayoría electoral.
Lo que ha pasado en Irlanda es la expresión más acertada de la dificultad en la que se encuentra la propia UE para tomar decisiones, y de la necesidad imperiosa de que se produzca una reforma institucional para hacerla más eficaz antes de que haya que constatar su colapso. Pero la clave a resolver es como acercar la idea ciudadana a los ciudadanos. Como rescatar la idea, que alguna vez postuló Duverger, de construir una "Europa de las ciudadanos" más que una "Europa de los Estados". Por su parte, el semanario alemán Der Spiegel advierte a los países grandes miembros de la UE de los riegos de desoir las advertencias de Eire montados, otra vez, en el indomable potro de la soberbia.
Es muy probable que -como ha pasado otras veces- a partir de ahora los mecanismos de defensa de las instituciones europeas empezarán a preparar una alternativa para sortear este escollo utilizando algún imaginativo atajo jurídico-político, lo que no dejará de acentuar la perniciosa impresión de que en Europa las mejores cosas siempre acaban haciéndose de espaldas o -peor aún- en contra de la voluntad de sus ciudadanos; ¿cuál es la razón principal de que se produzca ese desencuentro? La primera y más importante es el tendencia general de las instituciones europeas a tratar los asuntos que afectan a los ciudadanos desde una especie de atalaya ilustrada e intocable. La Comisión y el Parlamento europeos se afanan en gestos que creen que son informativos, pero la mayor parte de las veces no se trata más que de simple propaganda plagada de lemas triunfalistas pero vacíos.
Acercar Europa a sus ciudadanos exige mayor responsabilidad a los gobiernos nacionales los cuales no pierden ocasión para cargar sobre los hombros de las instituciones europeas las responsabilidades más incómodas por sus propios fracasos, con la misma fuerza con la que la Comisión y el Parlamento Europeo se dedican a definir casi clandestinamente las maneras de seguir trabajando sin prestar atención a lo que puedan suponer sus decisiones para los gobiernos que luego tendrán que aplicarlas. Esa cerrazón hace tambien que la Unión sea el blanco más fácil de populistas y demagogos, que la señalan como responsable invariable de todos los males a la "Oscura Burocracia de Bruselas". Asimismo, ha llegado la hora de que Europa comprenda que las vías de la profundización de la unión política deben ser atenuadas. El complejo y a veces ininteligible texto de Lisboa debe ser simplificado y las ansias de profundización de los nexos políticos debe enfrentar con más realismo la realidad de una Europa aún demasiado compleja .