Los nuevos autoritarismos
no suelen tener su origen en revoluciones, golpes de Estado o guerras civiles. Son producto de
un proceso paulatino de degradación de la democracia y sus instituciones. No
llegan dictadores actuales a apoderarse de un país mediante la súbita
aplicación de la ley marcial, el Estado de sitio y supresión inmediata de
instituciones de representación política. Caudillos como Hugo Chávez, Daniel
Ortega, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orban y varios más han
sido electos democráticamente en las urnas, pero con el paso del tiempo
concentran en sus manos una cantidad desmesurada de poder. Se suprimen
gradualmente la independencia del Poder Judicial, la relevancia del
Legislativo, la autonomía de las instituciones electorales y se pierde todo el
resto de los contrapesos sociales e institucionales. La deriva autoritaria
incluye el progresivo exterminio de la libertad de expresión.
Buen ejemplo
del proceso de cómo se aniquila una democracia de acuerdo a estos los cánones
lo ofrece Turquía. Con la democratización del país en los años noventa comenzó una
buena época para la libertad de expresión y los derechos humanos en este país
de arraigada tradición autoritaria. Pero con la llegada de Erdogan al poder las
cosas empezaron a cambiar, aunque no de inmediato. Al principio se verificaron avances
democráticos con el aliciente de un posible ingreso a la Unión Europea. Pero tal
cosa nunca se concretó y Erdogan optó por el nacionalismo exacerbado y tratar
de convertir a su país en una potencia regional.
Comenzó en
Turquía un paulatino proceso de supresión de la libertad de expresión. No se clausuraron
periódicos de un día para el otro, ni se encarcelaron periodistas, ni se decretó
una censura generalizada. Inició un proceso de estigmatización y acoso a veces
sutil, a veces declarado, contra los medios independientes y los opinadores críticos.
Se les acusó de ser cómplices de la vieja clase política y de la corrupción.
Asimismo, el Estado chantajeaba a los propietarios de los principales medios de
comunicación, empresarios con presencia en otros rubros económicos. También para
doblegar a algún medio incómodo se le iniciaban arbitrarias inspecciones
fiscales e imponían multas desproporcionadas.
Según Freedom
House el deterioro de la libertad de expresión en Turquía inició a partir
del 2007 y fue in crescendo los años siguientes. Para 2012 Turquía era
ya el país con más periodistas en prisión del mundo, y con el golpe de Estado
de 2016 la libre palabra fue definitivamente aniquilada.
Estrategias muy
similares han sido aplicadas en otras naciones gobernadas por hombres fuertes
como Hungría, Rusia, Nicaragua, Venezuela, etc. Por esto la ONU y la CIDH han
denunciado la estigmatización, las restricciones legales ilegítimas y los
medios indirectos de censura como violaciones
claras contra la libertad de expresión.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
23 de septiembre de 2020
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