A los dictadores les encanta la guerra porque con ella
atizan el nacionalismo y entretienen a la gente de sus malas decisiones en la
gestión gubernamental. Este es el caso del eterno presidente de Azerbaiyán
Ilham Aliyev (tirano azerí desde la muerte de su no menos déspota padre, Heydar
Aliyev, en 2003) y de su amigo cercano, el presidente turco -convertido en “guerrero
permanente”- Recep Tayyip Erdogan. Azerbaiyán
inició un ataque militar a gran escala contra el enclave armenio de Nagorno
Karabaj. Aliyev aprovecha así la crisis del Covid-19 (la cual tiene ocupado al
mundo), un panorama internacional poco propicio al diálogo civilizado y el
aliento recibido por parte del belicoso Erdogan, quien ha enviado a su aliado
drones, aviones e incluso grupos de mercenarios sirios.
Armenia padeció bajo un régimen autoritario y oligárquico
de larga duración hasta su “Revolución de Terciopelo” de 2018 encabezada por el
actual Primer Ministro Nikol Pashinyán, quien ese año inició solitario una
marcha de protesta contra la dictadura a través de todo el país, a la cual se
fue sumando gente de pueblo en pueblo hasta involucrar a centenares de miles. La
marcha le valió el apodo al actual premier de el “Forest Gump armenio”. Desde entonces en el país se ha instaurado un
gobierno democrático y ello molesta sobremanera a los tiranuelos vecinos.
Hasta cierto punto, el fin de la dictadura en Armenia redujo
las tendencias militaristas de este país, alentadas en su momento por el
derrocado dictador Serzh Sargsyan. Pero en Azerbaiyán el jingoísmo sigue siendo
promovido por Aliyev como receta de supervivencia. Por su parte, a Erdogan no
le han bastado con sus insensatas aventuras militares en el Mediterráneo Oriental,
Libia y Siria. Su delirante neo-otomanismo le exige extender su presencia al Cáucaso,
una región militar y económicamente estratégica. Por eso convenció a Aliyev de
iniciar una guerra de incierto desenlace. ¿Y Putin? Pues es el tercer dictador
en la discordia. Aunque aliada tradicional de Armenia, Rusia ha mantenido una
actitud muy ambigua ante el actual conflicto. Por un lado, Putin detesta la
idea de una mayor influencia turca en la zona, pero como sus homólogos azerí y
turco también recela del posible florecimiento de una democracia en Armenia.
Además, Pashinyán se ha acercado a la Unión Europea. Recuérdese como Rusia
invadió la península de Crimea cuando Ucrania se hizo “demasiado amigable” con
Bruselas.
Guerras brutales como la de Nagorno-Karabaj son
consecuencia de la crisis del multilateralismo, el auge del nacionalismo y la
crisis global de las democracias. La incipiente pero muy motivada Armenia
democrática puede desempeñar un papel constructivo en la cooperación
internacional y la paz, modificando la conflictiva situación regional, y eso a
los déspotas eso no les gusta pero para nada.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
14 de octubre de 2020
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