Siempre sí: Cristina Kirchner ha vuelto a ser la mujer
fuerte de Argentina. La influencia política e ideológica de la vicepresidenta
sobre el presidente Alberto Fernández es apabullante y está arruinando a su gobierno.
Cristina es una de las más deplorables representantes del neopopulismo
latinoamericano. Su gobierno concluyó en el más absoluto desastre económico y
social, y es considerado como uno de los más corruptos en la historia
argentina, récord asaz difícil de obtener. Ahora, en un fenómeno bautizado por
los argentinos como el “hipervicepresidencialismo”, la señora controla a la
mayor parte de los diputados y senadores peronistas, varios gobernadores responden
solo a sus directrices, aliados suyos tienen mayoría en el Consejo de la
Magistratura Judicial e incluso su autoridad dentro del Poder Ejecutivo crece
constantemente con Santiago Cafiero -el jefe de Gabinete- como su incondicional
servidor.
Cristina ha sido capaz de imponer una agenda gubernamental
casi exclusivamente dedicada a garantizar su impunidad respecto a los graves
casos de corrupción donde se le imputa, a ejecutar sus deseos de venganza en
contra del expresidente Macri y de sus allegados y a perfilar a su hijo Máximo
Kirchner, jefe del peronista bloque de diputados del Frente de Todos, como
próximo candidato a la presidencia. Todo esto en plena pandemia y con una
situación económica y social extremadamente grave. La acometida de Cristina se
hizo aún más evidente con un reciente intento de desplazamiento de tres
magistrados judiciales involucrados en la investigación de causas judiciales sobre
corrupción de la era kirchnerista. También consiguió la liberación de la gran
mayoría de exfuncionarios y empresarios ligados a ella condenados por
corrupción. Sin embargo, hace unos días el Tribunal Supremo de Argentina, por
decisión unánime, decidió paralizar el traslado de los tres jueces. Señaló la
máxima institución judicial al respecto “la inmensa e inusitada gravedad
institucional" implícita en este movimiento.
Alberto Fernández consiguió una imagen positiva con la
decisión de decretar una cuarentena temprana ante la pandemia, pero también
porque parecía responder a las expectativas creadas en torno a él y a su capacidad de actuar con independencia
frente a su voraz vicepresidenta. Pero ello duró poco. El presidente empezó a
enfrentarse con las autoridades sanitarias y con todos quienes habían sido
buenos aliados en la batalla contra el Covid. Ahora Argentina es uno de los
países con peores resultados frente a la pandemia. En las encuestas el
presidente ronda apenas el 41 por ciento de aprobación ciudadana.
La nueva crisis institucional argentina, con un
presidente desdibujado y la vicepresidenta como chivo en cristalería, es nueva
prueba de la importancia de mantener vigente y sana la separación de poderes. Está
en tela de juicio la forma como limitamos al poder y garantizamos nuestras
libertades frente al quienes mandan.
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