jueves, 4 de julio de 2013

¿Llegó el Invierno para la Primavera Árabe?


 
Quienes amamos la libertad saludamos entusiastas hace dos años el advenimiento de las revueltas civiles que estallaron en varias naciones del Medio Oriente, fenómeno que se ha dado a conocer como la Primavera Árabe. Llegaban a su fin o iniciaban un irreversible ocaso regímenes dictatoriales nacidos con la descolonización, los cuales habían arribado al poder con una generación de líderes cuyo principal objetivo era consolidar el nacionalismo, separar la religión del Estado y modernizar sus naciones utilizando una suerte de “socialismo árabe”. Los más destacados de estos dirigentes serían Gamal Abdul Nasser, el iraquí Karim Kassem, el sirio Hasem El-Atassi, el yemenita Abdala Al-Salal, el tunecino Habib Bourguiba, el argelino Ahmed Ben Bella y el mauritano Mouktar Ould Daddah. Se sumarían poco después a este espíritu socialista y nacionalista Hafez el Assad en Siria, un tal Saddam Hussein en Iraq y otro “tal”: el libio Muammar Khadafi.

Nacionalismo laico, socialismo a la árabe y odio a Israel fueron los códigos que identificaron a estos dirigentes, pero también un desbocado autoritarismo, una corrupción galopante, un catastrófico desgobierno económico y, en ocasiones, demenciales cultos a la personalidad. Las rebeliones surgidas en 2011 y qué aún continúan en su faceta más cruenta en la guerra civil en Siria, despertaron la esperanza de que algún tipo de democracia reconciliada con el Islam surgiera en las naciones que valientemente se habían deshecho de sus tiranos, e incluso muchos propusieron el ejemplo de Turquía, un país aceptablemente democrático gobernado por un partido islamista moderado respetuoso del sistema democrático y de los derechos humanos. Sin embargo, desde el principio muchos pesimistas advirtieron que la destitución de los dictadores laicos solo daría lugar a la asunción al poder de fundamentalistas musulmanes que lejos de liberalizar a las sociedades árabes impondrían la sharia y la intolerancia religiosa. Hoy, en vista de lo que sucede actualmente en Egipto tras el golpe de estado que derrocó al presidente Mursi, los cruentos enfrentamientos entre sunitas y chiítas en Iraq y las preocupantes tendencias salifistas que exhiben algunas de las facciones anti Assad en Siria, e incluso la violenta represión ordenada por Erdogan en Turquía cabría pensar que los pesimistas tenían razón y que la llamada primavera árabe era un experimento de origen destinado al fracaso y que la democracia es un tipo de gobierno completamente incompatible con el islam.

Pero la realidad, como siempre, es más compleja. Nadie dijo que la democratización de los países árabes fuera una tarea fácil.   El mundo islámico no logra absorber la naturaleza de la democracia como está concebida en los países del mundo occidental, puesto que las naciones árabes tienen como fuente principal de sus instituciones políticas al Corán, que además de ser la guía de la religión islámica, dicta orientaciones sobre la organización y funcionamiento de las instituciones de los poderes públicos, y valores morales. Los líderes de las naciones que vivieron la primavera árabe deben aprender a congeniar con esta realidad y abocarse antes que nada a alcanzar paz interna, estabilidad política y un grado aceptable de desarrollo económico, tareas de suyo difícil que llevará años completar.

La polarización ideológica que tiene su origen en factores religiosos en estas naciones, tómese en cuenta que en el mundo árabe el poder religioso sigue intrínsecamente vinculado al poder político. Estos elementos harán que las transiciones árabes sean muy sui generis, muy distintas unas de otras y el resultado no será necesariamente un sistema político idéntico al de las democracias liberales occidentales, pero quizá sí sea capaz de, por lo menos, garantizar un mínimo de libertades públicas para sus habitantes y eviten la entronización tanto de fanáticos religiosos como de sátrapas megalómanos. Al tiempo.

No hay comentarios: