jueves, 15 de abril de 2010

México cuenta cada vez menos en el mundo gracias a Calderón y su raquítica cancillería.


Una de las muy escasas conquistas que los gobiernos panistas habían logrado en materia de política exterior está a punto de caducar. En el año 2005, México fue incluido en el G5 junto con China, Brasil, Sudáfrica y la India. El propósito del G5 era consolidar un bloque de países emergentes que fuera capaz de hablarle al tú por tú a las naciones ricas del G8. Ahora que el G8 está a punto de desaparecer para dar lugar de manera definitiva al G20 como el foro internacional privilegiado para el intercambio de posiciones y puntos de vista entre naciones desarrolladas y países emergentes México esta siendo marginado de cualquier posibilidad de tener una presencia efectiva en la nueva organización. Hoy, cuando faltan sólo ocho meses para el fin de su mandato, el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, redobla sus esfuerzos por crear un nuevo polo de poder mundial conformado por países emergentes. Se reunirán hoy y mañana en Brasilia los gobernantes de India, Sudáfrica, Rusia y China para exigir un mayor peso en las instituciones financieras internacionales, discutir acciones de cooperación para el desarrollo y dar opiniones sobre los temas de la paz y seguridad internacionales. México está excluido de estas reuniones y bien valdría la pena que nustra enclenque cancillería nos explicara por qué.

Primero se efectuará una cumbre de jefes de gobierno y de Estado del grupo IBSA (compuesto por Brasil, la India y Sudáfrica) y mañana de una del BRIC (Brasil, Rusia, la India y China), en la que más allá de los temas de cooperación dentro de cada bloque, habrá también una intensa agenda política centrada en Medio Oriente y el controvertido programa nuclear de Irán, entre otros puntos relativos a la paz y seguridad internacionales. La importancia de impulsar y pertenecer a este subgrupo dentro del G 20 es obvia. Veinte naciones representanun grupo demasiado grande y heterogéneo como para poder constituir una institución eficaz para la toma de decisiones globales. Es por o que los especialistas preven la formación de bloques al interior, y uno de los más impirtantes será el que conformen los países emergenstes Hasta hoy el G5, al cual pertenece México, cuamplia esas funciones, pero las cumbres que se efectúan hoy y mañana demuestran que eso pronto será historia. Apúntese este nuevo dislate a la larguísima lista de fracasos calderonianos

Por otra parte, no deja de ser lamentable la política exterior de Lula. Aunque el presidente brasileño se ha desempeñado bien en lo concerniente a los temas económicos y de política interior (siguiendo, debe decirse y reiterarse, los pasos marcados por su antecesor, Fernando Henrique Cardoso) en política exterior al presidente brasileño le han traicionado sus instintos de izquirdista sesentero. Aunque hizo buen en denunciar el golpe de Estado en Honduras, sus credenciales como defensor de la democracia global quedaron en entredicho con su apoyo irrestricto al régimen chavista, su infame visita a los hermanos Castro (poco después de la ominosa muerte de Orlando Zapata) y su cuestionable relación con Ahmedineyad, a quien Lula recibió en Brasilia con toda pompa y circunstancia poco tiempo después de que el dictador iraní se reeligiera mediante un sonado fraude electoral. ¿Pos en qué quedamos, Lula?

De ninguna manera se puede censurar al presidente brasileño por pretender marcar diferencias con Washington y convertir a Brasil en un interlocutor importante en el escenario internacional, con derecho incluso a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en caso de que sea ampliado. Pero un mayor protagonismo exigirá a Brasil y al resto de las potencias emergentes mayores compromisos reales y no solo parciales y/o retóricos con el prevalecimiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos en todo el mundo. Ahí es donde Lula ha fallado. Pr otra parte, es obvio que aunque el presidente brasileño no se reeligirá, sí que está interesado en promover la candidatura de su protegida Dilma Rouseff (una especie de reelección embozada) y para ello Lula hace uso de su estridente y equivoca política exterior.

Por el bien de Brasil y de su cada vez más importante posición internacional, ojalá el próximo presidente sea el socialdemócrata Serra

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