lunes, 12 de abril de 2010

Dignidad Gitana



Todo chauvinismo es detestable, pero el húngaro es uno de los más insoportables. Ayer se celebraron elecciones en Húngría y la extrema derecha obtuvo el tercer lugar. Lástima por Húngría, un país tan merecedor de estima pero a la vez rehén de un nacionalismo radical despreciable. Muchos agumentarán que Hungría, como Polonia, ha sido vícitima de las viscisitudes de la historia, vecino de potencias ambiciosas y sanguinarias, esclava de imperios durante siglos, pero eso a estas alturas del siglo XXI me dice poco. Estos dementes del partido Jobbik (en húngaro "los mejores") sencillamente me sacan ronchas: antisemitas, antigitanos, anti eslovacos, anti euopeos, antiliberales y anti cualquier cosa que suene o huela a racionalidad. Sus feudos son los empobrecidos pueblos del nordeste rural del país. Su guardia de hierro la Magiar Garda, ridícula caricatura de las camisas pardas hitlerianas, integrada por ancianos y desempleaqdos famélicos que lucen, eso sí, boinas y camisas negras adornadas con el dibujo de un león y esgrimen porras de madera. Sus líderes repiten hasta la nausea el discurso facilillo que los demagogos de todas partes no se cansan de repetir: contra empresas multinacionales, banqueros, inmobiliarias judías que "expolian nuestra tierra" y políticos corruptos, tanto los socialistas gobernantes que salieron claramente drrotados como la centro derecha victoriosa.

Pero este repugnante club de imbéciles que es Jobbik dirige con especial ahínco sus baterías en contra de un blanco vulnerable y visible: los 600,000 gitanos de Hungría –el 6% de la población– que, con tasas de desempleo de hasta el 80% jamás han logrado adaptarse a la economía de mercado y al colapso de la demanda de mano de obra manual que abundaba con el comunismo. "Hay gente en este país que quiere tenerlo todo gratis; se excluyen del trabajo y se excluyen de la ley y el orden", dijo un tal Vona, máximo dirigente de este adefesio, "Y no me da miedo decir que son gitanos", alñadió con singular "gallardía" este sujeto en el cierre de su infame campaña.
Pero en ese momento sucedió algo histórico, dramático, que deberá pasar a los anales de la historia de la dignidad humana. Se puso de pie Radics Hajnalka, una madre gitana de 47 años, jornalera de la recogida de la uva y la única rom entre unos 200 asistentes al mitin. "¿Qué te pasa? preguntó ella al enardecido demagogo, "Yo nací aquí y trabajo tan duro o más que el resto de los húngaros, y te puedo asegurar que trabajo más por Hungría que un politiquete vividor y cínico como tú". Fue una intervención de extraordinaria valentía, en virtud al ambiente de intimidación y el odio sembrado por Jobbik en pueblos agrícolas. La mujer estaba rodeada de los fantoches de la dizque guardia húngara que han producido cobardemente una decena de ataques racistas contra gitanos en el último año y medio.
Acabado el mitin, algunos periodistas interrogaron a la gitana "Tuve que decir algo porque nadie en Hungría tiene la sangre pura; somos una mezcla". Y eso es, todos somos una mezcla, una implacable verdad que la estupidez racista de todos lados se niega a ver.

Lamentable el avance de estos sujetos en Hungría. Mal augurio para el este de Europa.

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