Comantábamos en pasadas entradas la forma en que México ha renunciado a cualquier pretensión de cobrar algún peso o protagonismo en política exterior. Pues bien, lo mismo sucede con Argentina, lo que deja el camino libre a Brasil para que reclame, con toda la legitimidad que se deriva del default, el liderazgo indiscutido de América Latina. Lamentable presenciamos, otra vez, el drama argentino: la tragedia de un gran país condenado al ostracismo y al subdesarollo, qué desde que padece el desgobierno kirchnerista ha extraviado la brújula y se ha visto imposibilitado de presentar una estrategia coherente de política exterior.
Argentina está aislada. Su única relación sólida parece ser la que mantiene con el gorila Chávez y eso le ayuda muy poco en su necesidad de recuperar el interés de los grandes centros de decisión internacional de incluirla como un interlocutor de privilegio. Muchos opinan que la actitud internacional de los K responde fielmente a la miope y anquilosada concepción scmitteriana que tiene la pareja presidencial de la política como una constante lucha de todos contra todos, cada día, todo el tiempo y sin descanso. El resultado es una nación importante aislada y sin voz en el mundo, que ha descuidado el fortalecimiento del Mercosur, debilitado sus lazos con la Unión Europa, mantiene un inexplicable distanciamiento de Washington, pierde constantemente peso en los foros internacionales, se ha embarcado en absurdas disputas con países fronterizos, (como fue el caso de Uruguay en torno a la famosa papelera) y al que muy pocos estadistas internacionales están interesados en visitar.
Así, pese a estar incluida en la ensalada esa que es el G 20, el otrora gigante del Sur da a trompicones de improvisación una falsa sensación de actividad, pero nada que sea suficiente como para definir una política exterior genuinamente plausible.
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