En Estados Unidos (y en muchos países más) ser o parecer un intelectual es un gravísimo defecto para quienes se dedican a la política. Nadie ignora, por ejemplo, que la chabacanería mental de Bush Jr. de mucho le sirvió para derrotar a los "nerds" Gore y Kerry en las elecciones presidenciales de 2000 y 20004. La última expresión de esta derecha antiintelectual es el llamado "Tea Party" que aglutina a buena parte de la oposición más conservadora en contra del presidente Obama y cuya principal característica es un furibundo desprecio por la inteligencia. Basta escuchar las barbaridades que suelen propalar comentaristas de la talla de Limbaugh, Debbs, Hannity y otros muchos por el estilo (los conservative talk shows se cuentan por decenas en todo Estados Unidos) para entender que en el país más poderoso del mundo se desconfía de la inteligencia como atributo de los líderes.
El antiintelectualismo tiene una larga tradición en los Estados Unidos. En 1964 el politólogo Richard Hofstadter ganó el premio Pulitzer con un libro interesantísimo que se llama Anti-Intellectualism in American Life donde exploraba las profundas raíces del rechazo por todo aquel sabiondillo que sabe demasiado. Según Hofstadter, el antiintelectualismo tuvo sus orígenes en características estadounidenses anteriores a la fundación de la Nación: la desconfianza ante la modernización laica, la preferencia por soluciones prácticas a los problemas y, por sobre todas las cosas, la influencia devastadora del evangelismo protestante en la vida cotidiana. También llama mucho la atención la reflexión que hace Hofstadter ante la ironía de que un país que fue creado por intelectuales (la mayoría de los firmantes de la declaración de Independencia lo eran) se deprecie y desconfíe tanto del político que antepone la razón a los sentimientos o a la fe. También subraya algo que es cardinal para entender a todo aquellos que reaccionan en contra de la inteligencia en política. "La mente fundamentalista es esencialmente maniquea; piensa que el mundo es el escenario del conflicto entre el bien absoluto y el mal absoluto y, por lo tanto, desprecia los acuerdos (¿quién pactaría con Satanás?) y no puede tolerar ninguna ambigüedad. No puede dar ninguna importancia a lo que considera meros grados ínfimos de diferencia."
Evidentemente, estas verdades profundas sobre el carácter maniqueo del antiintelectualismo se aplican perfectamente al neoconservadurismo norteamericano pero también a todos los populismos y fundamentalismos de izquierda y de derecha que pululan por aquí y por allá. Ah, por que esto de desconfiar de la inteligencia en absoluto es privativo de la derecha cristiana del Partido Republicano, ¡Qué Bah! Está presente, y de qué forma, en las actitudes de los populistas de izquierda que dividen al mundo en buenos y malos y no admiten ningún tipo de matices que atemperen sus dogmas. Pero al cuestionarse a quienes piensan, al denunciar a aquellos que supuestamente profieren un discurso "para pocos" y que, por consiguiente (dicen) responde a las expectativas y preocupaciones de unos pocos e ignora "las preocupaciones e intereses de las mayorías y el lenguaje que permite hablarle al pueblo" se opta por desterrar a la razón de la tarea de gobernar y los resultados suelen ser absolutamente desastrosos.