Dentro del paquete de reformas políticas que acaba de presentar Calderón se incluye la posibilidad de instituir la elección presidencial a dos vueltas. No debe sorprendernos. A final de cuentas, la mayoría de los regímenes presidenciales y semi presidenciales utilizan en la actualidad este mecanismo para la designación del jefe de Estado. Es por ello importante que los actores políticos realicen un análisis exhaustivo sobre las virtudes y defectos del sistema de dos vueltas para la elección presidencial, sobre todo a la luz de la experiencia internacional, que es bastante elocuente al respecto. Asimismo, vale la pena reflexionar acerca de la conveniencia de adoptar las dos vueltas no sólo a nivel presidencial, sino también para la conformación de los órganos legislativos.
La idea fundamental de la elección a dos vueltas reside en evitar que un presidente llegue al poder con un porcentaje minoritario o relativamente reducido de la votación, lo cual, para muchos analistas, lo deslegitimaría frente al electorado. Según esta lógica, cuando un candidato llega a ganar una elección presidencial con, digamos, un 35 o 40% del a votación esto querrá decir que un porcentaje mayoritario habría votado por alguno de los adversarios y, por lo tanto, indirectamente están en contra de que el ganador gobierne al país. La celebración de una segunda vuelta con los candidatos mejor ubicados daría la seguridad de que el elegido tendría la su favor a mayoría absoluta de los votos y, por lo tanto, mayor legitimidad.
El primer país importante en adoptar la elección presidencial a dos vueltas fue Alemania durante el período de entreguerras. Los redactores de la Constitución de Weimar diseñaron un sistema político que funcionaría en un esquema multipartidista con la presencia de un presidente directamente electo por el pueblo, que serviría, teóricamente, de contrapeso efectivo ante un parlamento (Reichstag) demasiado fragmentado. Como ninguno de los partidos que prevalecieron en la Alemania weimeriana tenía la fuerza suficiente como para conseguir por si mismo un porcentaje demasiado grande de la votación en una primera vuelta, se diseño la realización de una segunda ronda con los dos candidatos mejor ubicados en la preliminar para garantizar que el jefe de Estado llegaría con un máximo de apoyo popular. Sin embargo, el presidente de la República, el general Von Hindenburg, jamás sirvió como una “balanza efectiva” frente al atomizado y anárquico Reichstag, en virtud, entre otras poderosas razones, a que no se identificaba prácticamente con ninguno de los partidos que lo habían postulado en la segunda vuelta como el “mal menor” y, de hecho, ni siquiera era afecto a la República misma.
Décadas más tarde, al establecerse en Francia la V República, se instaura el sistema de dos vueltas para elección presidencial y también para la conformación de la Asamblea Nacional. Como sucedió en la República de Weimar, la segunda vuelta empieza a funcionar en Francia en un escenario multipartidista exacerbado. A partir de entonces, las dos vueltas funcionan con gran éxito: han coadyuvado a simplificar el sistema de partidos y a propiciar en Francia un muy largo período de estabilidad que ha prevalecido incluso en las épocas de “cohabitación”. Vale decir, sin embargo, que el caso francés es único y de cierta manera irrepetible, a pesar de lo que digan algunos adoradores de los mecanismos de V República. Recuérdese que el éxito del sistema en mucho dependió de la presencia al principio de un “hombre fuete”, el general De Gaulle, y no se pierda de viste la enorme madurez que presenta el sistema de partidos francés.
También es importante destacar que el sistema a dos vueltas contribuyó a la simplificación del sistema de partidos francés no tanto por estar vigente para la elección presidencial, sino por que es el método para la integración del parlamento. Al ser electos los diputados en distritos uninominales a dos rondas, los partidos tienen un poderoso incentivo para la formación de coaliciones eficientes y duraderas. Asimismo, no debemos olvidar que el régimen semipresidencial francés implica la presencia de un primer ministro responsable ante el parlamento, lo cual obliga a los partidos a mantener sus coaliciones después de las elecciones.
Siguiendo el ejemplo francés, la segunda vuelta ha sido instituida por el resto de las naciones semipresidenciales europeas (excepto Finlandia) y por la mayor parte de los estados latinoamericanos. Actualmente, México, República Dominicana, Panamá, Paraguay, Venezuela, Honduras y Nicaragua son las naciones latinoamericanas donde aún se resuelve la elección del presidente con mayoría relativa en una sola jornada, mientras que en Brasil, Colombia, Ecuador El Salvador, Guatemala, Haití, Perú y Uruguay se requiere de una segunda vuelta en caso de que ningún candidato alcance la mayoría absoluta. En Argentina, un candidato se declara vencedor si gana por lo menos el 45 por ciento de los votos en la primera vuelta, y en Costa Rica basta con que rebase el 40 por ciento, de lo contrario, en ambos casos se procede a una segunda ronda. Por último, Bolivia presenta un caso único en el subcontinente, aquí es el Congreso quien decide el nombre del ganador cuando ningún candidato consiga mayoría absoluta en las urnas.
Los defensores del sistema de mayoría relativa aseguran que las dos vueltas en América Latina, lejos de ayudar a consolidar un sistema de partidos fuerte, contribuye a la fragmentación política. El problema fundamental de nuestros países reside consiste en que al no adoptarse las dos vueltas para conformación de la parlamento (ningún país latinoamericano lo hace) y al tampoco funcionar con sistemas semipresidenciales, con un primer ministro responsable ante el parlamento, se pierden los incentivos para mantener coaliciones permanentes, es por ello que la alianzas suelen ser efímeras y construidas al calor del oportunismo electoral. Coaliciones armadas únicamente alrededor de una coyuntura específica y cimentadas tan sólo por el carisma de un candidato popular están condenadas a desaparecer al mudar las fortunas políticas y la popularidad del jefe de Estado.
Se afirma, además, que la mayoría relativa permite a los electores elegir una opción política coherente sobre alternativas claras de gobierno, lo cual permite, a la larga, la consolidación del sistema de partidos. En base a la realización de un exhaustivo estudio empírico, los politólogos Matthew Shugart y John Carey llegaron a la conclusión de que las elecciones de mayoría relativa, contra lo que pudiera pensarse “tienden a inducir la formación de dos bloques en la elección presidencial, mientras que los comicios a dos vueltas, por lo general, son considerablemente más fragmentadas.…Irónicamente, mediante la mayoría relativa es más probable obtener a un ganador por una mayoría electoral genuina que con el método de dos vueltas El candidato que eventualmente emerge ganador de una segunda vuelta por lo general queda muy lejos de obtener una mayoría clara en la primera ronda y, de hecho, casi siempre queda cerca de obtener sólo un tercio de los votos o menos” .
Obtener una cifra relativamente baja de votación en la primera ronda hace a los candidatos que califican a la segunda demasiado dependientes del apoyo de los partidos medianos y pequeños que fueron eliminados. Asimismo, otro problema que emerge con las dos vueltas es que se agudiza el problema de la personalización de la política, al darse, como de hecho se da, mucha más importancia a la persona del candidato que a los programas y propuestas de gobierno. Si bien es cierto este fenómeno esta presente en casi todos los regímenes políticos actuales, por su naturaleza es lógico que en las dos vueltas se acentúa aún más la importancia del candidato sobre los programas.
La experiencia latinoamericana con las dos vueltas a partir de la democratización de los años ochentas y noventa da claros ejemplos de la inestabilidad que puede generar la elección de un presidente que ha ganado únicamente en base a su carisma pero que no cuenta con una base partidista sólida. Los casos de Collor de Mello en Brasil, Fujimori en Perú, Bucaram en Ecuador, Aristide en Haití y Serrano Elías en Guatemala son pruebas más que convincentes de que las dos vueltas de ninguna manera constituyen un remedio infalible contra la inestabilidad. Por el contrario, las naciones que conservan la mayoría relativa han logrado mantener, en mayor o menor grado, una estabilidad política aceptable, incluso en los casos en los que el presidente no cuenta con mayoría en las cámaras legislativas. Hasta la fecha, todos los casos graves de enfrentamiento entre los Poderes en países de América Latina suscitados a raíz de la última democratización, se han dado en naciones con elección presidencial a dos vueltas.
Desde luego, esto no quiere decir que todas las naciones que utilizan la segunda vuelta están condenadas a experimentar enfrentamientos graves entre los Poderes y que los países con mayoría relativa sean irremediablemente estables. Brasil es un buen ejemplo de una nación multipartidista con elección presidencial a dos vueltas donde el sistema político funciona bien, aunque esto mucho debe al talento político que ha demostrado el presidente. Lo importante es entender que no hay nada escrito en cuanto a la eficacia de las fórmulas electorales, y que sostener empecinadamente que el sistema de dos vueltas son mejores per se es producto de un prejuicio.
En el caso particular de México, pienso que el sistema de partidos no está maduro aún para plantearse la instauración del sistema de dos vueltas, ni para la elección presidencial, ni para la conformación del Congreso de la Unión. Piénsese que, por lo menos hasta el momento, vivimos un régimen tripartidista protagonizado por tres grandes formaciones nacionales sumamente disímbolas ideológicamente entre sí. Imaginar una segunda vuelta en el actual escenario mexicano nos lleva a pensar en un presidente electo necesariamente con el apoyo de dos de los tres actores principales, el cual obtendría un triunfo pírrico muy probablemente condenado a enfrentar una grave situación de inestabilidad una vez que la alianza que lo llevó al poder quiebre ante los primeros intentos de llevar a cabo un programa común de gobierno.
Trabajar por un sistema presidencial estable pasa primero por diseñar mecanismos constitucionales que hagan más viable la relación entre Ejecutivo y Legislativo, más que en insistir en el experimento de las dos vueltas. En el proceso de reforma del Estado que esta por comenzar debemos evitar caer en extrapolaciones y en imitaciones insensatas. Hay que anteponer la necesidad que tenemos de garantizar la gobernabilidad democrática mediante en el establecimiento de un sistema de partidos fuerte y representativo y en la construcción de una clase política capaz y responsable.
La idea fundamental de la elección a dos vueltas reside en evitar que un presidente llegue al poder con un porcentaje minoritario o relativamente reducido de la votación, lo cual, para muchos analistas, lo deslegitimaría frente al electorado. Según esta lógica, cuando un candidato llega a ganar una elección presidencial con, digamos, un 35 o 40% del a votación esto querrá decir que un porcentaje mayoritario habría votado por alguno de los adversarios y, por lo tanto, indirectamente están en contra de que el ganador gobierne al país. La celebración de una segunda vuelta con los candidatos mejor ubicados daría la seguridad de que el elegido tendría la su favor a mayoría absoluta de los votos y, por lo tanto, mayor legitimidad.
El primer país importante en adoptar la elección presidencial a dos vueltas fue Alemania durante el período de entreguerras. Los redactores de la Constitución de Weimar diseñaron un sistema político que funcionaría en un esquema multipartidista con la presencia de un presidente directamente electo por el pueblo, que serviría, teóricamente, de contrapeso efectivo ante un parlamento (Reichstag) demasiado fragmentado. Como ninguno de los partidos que prevalecieron en la Alemania weimeriana tenía la fuerza suficiente como para conseguir por si mismo un porcentaje demasiado grande de la votación en una primera vuelta, se diseño la realización de una segunda ronda con los dos candidatos mejor ubicados en la preliminar para garantizar que el jefe de Estado llegaría con un máximo de apoyo popular. Sin embargo, el presidente de la República, el general Von Hindenburg, jamás sirvió como una “balanza efectiva” frente al atomizado y anárquico Reichstag, en virtud, entre otras poderosas razones, a que no se identificaba prácticamente con ninguno de los partidos que lo habían postulado en la segunda vuelta como el “mal menor” y, de hecho, ni siquiera era afecto a la República misma.
Décadas más tarde, al establecerse en Francia la V República, se instaura el sistema de dos vueltas para elección presidencial y también para la conformación de la Asamblea Nacional. Como sucedió en la República de Weimar, la segunda vuelta empieza a funcionar en Francia en un escenario multipartidista exacerbado. A partir de entonces, las dos vueltas funcionan con gran éxito: han coadyuvado a simplificar el sistema de partidos y a propiciar en Francia un muy largo período de estabilidad que ha prevalecido incluso en las épocas de “cohabitación”. Vale decir, sin embargo, que el caso francés es único y de cierta manera irrepetible, a pesar de lo que digan algunos adoradores de los mecanismos de V República. Recuérdese que el éxito del sistema en mucho dependió de la presencia al principio de un “hombre fuete”, el general De Gaulle, y no se pierda de viste la enorme madurez que presenta el sistema de partidos francés.
También es importante destacar que el sistema a dos vueltas contribuyó a la simplificación del sistema de partidos francés no tanto por estar vigente para la elección presidencial, sino por que es el método para la integración del parlamento. Al ser electos los diputados en distritos uninominales a dos rondas, los partidos tienen un poderoso incentivo para la formación de coaliciones eficientes y duraderas. Asimismo, no debemos olvidar que el régimen semipresidencial francés implica la presencia de un primer ministro responsable ante el parlamento, lo cual obliga a los partidos a mantener sus coaliciones después de las elecciones.
Siguiendo el ejemplo francés, la segunda vuelta ha sido instituida por el resto de las naciones semipresidenciales europeas (excepto Finlandia) y por la mayor parte de los estados latinoamericanos. Actualmente, México, República Dominicana, Panamá, Paraguay, Venezuela, Honduras y Nicaragua son las naciones latinoamericanas donde aún se resuelve la elección del presidente con mayoría relativa en una sola jornada, mientras que en Brasil, Colombia, Ecuador El Salvador, Guatemala, Haití, Perú y Uruguay se requiere de una segunda vuelta en caso de que ningún candidato alcance la mayoría absoluta. En Argentina, un candidato se declara vencedor si gana por lo menos el 45 por ciento de los votos en la primera vuelta, y en Costa Rica basta con que rebase el 40 por ciento, de lo contrario, en ambos casos se procede a una segunda ronda. Por último, Bolivia presenta un caso único en el subcontinente, aquí es el Congreso quien decide el nombre del ganador cuando ningún candidato consiga mayoría absoluta en las urnas.
Los defensores del sistema de mayoría relativa aseguran que las dos vueltas en América Latina, lejos de ayudar a consolidar un sistema de partidos fuerte, contribuye a la fragmentación política. El problema fundamental de nuestros países reside consiste en que al no adoptarse las dos vueltas para conformación de la parlamento (ningún país latinoamericano lo hace) y al tampoco funcionar con sistemas semipresidenciales, con un primer ministro responsable ante el parlamento, se pierden los incentivos para mantener coaliciones permanentes, es por ello que la alianzas suelen ser efímeras y construidas al calor del oportunismo electoral. Coaliciones armadas únicamente alrededor de una coyuntura específica y cimentadas tan sólo por el carisma de un candidato popular están condenadas a desaparecer al mudar las fortunas políticas y la popularidad del jefe de Estado.
Se afirma, además, que la mayoría relativa permite a los electores elegir una opción política coherente sobre alternativas claras de gobierno, lo cual permite, a la larga, la consolidación del sistema de partidos. En base a la realización de un exhaustivo estudio empírico, los politólogos Matthew Shugart y John Carey llegaron a la conclusión de que las elecciones de mayoría relativa, contra lo que pudiera pensarse “tienden a inducir la formación de dos bloques en la elección presidencial, mientras que los comicios a dos vueltas, por lo general, son considerablemente más fragmentadas.…Irónicamente, mediante la mayoría relativa es más probable obtener a un ganador por una mayoría electoral genuina que con el método de dos vueltas El candidato que eventualmente emerge ganador de una segunda vuelta por lo general queda muy lejos de obtener una mayoría clara en la primera ronda y, de hecho, casi siempre queda cerca de obtener sólo un tercio de los votos o menos” .
Obtener una cifra relativamente baja de votación en la primera ronda hace a los candidatos que califican a la segunda demasiado dependientes del apoyo de los partidos medianos y pequeños que fueron eliminados. Asimismo, otro problema que emerge con las dos vueltas es que se agudiza el problema de la personalización de la política, al darse, como de hecho se da, mucha más importancia a la persona del candidato que a los programas y propuestas de gobierno. Si bien es cierto este fenómeno esta presente en casi todos los regímenes políticos actuales, por su naturaleza es lógico que en las dos vueltas se acentúa aún más la importancia del candidato sobre los programas.
La experiencia latinoamericana con las dos vueltas a partir de la democratización de los años ochentas y noventa da claros ejemplos de la inestabilidad que puede generar la elección de un presidente que ha ganado únicamente en base a su carisma pero que no cuenta con una base partidista sólida. Los casos de Collor de Mello en Brasil, Fujimori en Perú, Bucaram en Ecuador, Aristide en Haití y Serrano Elías en Guatemala son pruebas más que convincentes de que las dos vueltas de ninguna manera constituyen un remedio infalible contra la inestabilidad. Por el contrario, las naciones que conservan la mayoría relativa han logrado mantener, en mayor o menor grado, una estabilidad política aceptable, incluso en los casos en los que el presidente no cuenta con mayoría en las cámaras legislativas. Hasta la fecha, todos los casos graves de enfrentamiento entre los Poderes en países de América Latina suscitados a raíz de la última democratización, se han dado en naciones con elección presidencial a dos vueltas.
Desde luego, esto no quiere decir que todas las naciones que utilizan la segunda vuelta están condenadas a experimentar enfrentamientos graves entre los Poderes y que los países con mayoría relativa sean irremediablemente estables. Brasil es un buen ejemplo de una nación multipartidista con elección presidencial a dos vueltas donde el sistema político funciona bien, aunque esto mucho debe al talento político que ha demostrado el presidente. Lo importante es entender que no hay nada escrito en cuanto a la eficacia de las fórmulas electorales, y que sostener empecinadamente que el sistema de dos vueltas son mejores per se es producto de un prejuicio.
En el caso particular de México, pienso que el sistema de partidos no está maduro aún para plantearse la instauración del sistema de dos vueltas, ni para la elección presidencial, ni para la conformación del Congreso de la Unión. Piénsese que, por lo menos hasta el momento, vivimos un régimen tripartidista protagonizado por tres grandes formaciones nacionales sumamente disímbolas ideológicamente entre sí. Imaginar una segunda vuelta en el actual escenario mexicano nos lleva a pensar en un presidente electo necesariamente con el apoyo de dos de los tres actores principales, el cual obtendría un triunfo pírrico muy probablemente condenado a enfrentar una grave situación de inestabilidad una vez que la alianza que lo llevó al poder quiebre ante los primeros intentos de llevar a cabo un programa común de gobierno.
Trabajar por un sistema presidencial estable pasa primero por diseñar mecanismos constitucionales que hagan más viable la relación entre Ejecutivo y Legislativo, más que en insistir en el experimento de las dos vueltas. En el proceso de reforma del Estado que esta por comenzar debemos evitar caer en extrapolaciones y en imitaciones insensatas. Hay que anteponer la necesidad que tenemos de garantizar la gobernabilidad democrática mediante en el establecimiento de un sistema de partidos fuerte y representativo y en la construcción de una clase política capaz y responsable.