Decía recientemente José Saramago que estamos inmersos en la “Era de la Mentira”, usada principalmente como instrumento por cualquier tipo de poder, especialmente el político y económico. Hay otros poderes pero suelen servir de correa de transmisión a los anteriores. En los momentos que vivimos, la mentira camina bien con el poder, con la autoridad. Todos sabemos que la mentira es consustancial al hombre y está enraizada en su lenguaje y en la argumentación de sus pensamientos. La mentira no es un error, es la voluntad clara de engañar, de no decir la verdad, evidentemente para sacar alguna ventaja personal o colectiva.
Si miramos a nuestro alrededor, tanto a nivel nacional como internacional, vemos que la mentira impregna una parte cada vez más importante de la acción política. Hace poco subimos un post de como Bush Jr. ha usado la mentira como su principal argumento político,. También, no hace mucho, lamentabamos el carácter cada vez más falaz de las campañas electorales Miente, miente, miente, esa la única fórmula para triunfar en las urnas, mientras que la verdad condena infaliblemente a la derrota.
Como decía Maquiavelo, la política es un espacio para los embaucadores donde “el Príncipe vence por fuerza o por fraude”. Algunas decisiones o estrategias políticas nacen con el signo claro de la mentira, en otras se comprueba que allí anidaba al cabo de un tiempo. En muchos casos, los mentirosos pagan sus mentiras con la pérdida o debilidad de su poder, algunos pueden llegar hasta la cárcel, otros, al contrario, siguen inmunes y, en este acontecer, parte de los ciudadanos acaban cayendo en la conodiima máxima Goebbeliana de "Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad". La verdad se castiga las más de las veces en política. A algunos políticos (muy pocos) se les castiga por mentir pero las consecuencias de sus mentiras siempre las sufren los ciudadanos, ya sea a nivel mundial como a nivel del país.
El grado de tolerancia con respecto a la mentira política debía ser un indicador barométrico de la calidad de la democracia, que para que funcione correctamente necesita que sus decisiones sean informadas correctamente a los ciudadanos. Y la mentira no siempre es total, a veces se viste de matices que la hacen más velada: se cambias las cifras, se comparan contextos diferentes que invalidan las conclusiones, se hace una interpretación estadística parcial y extrapolada y lo más importante, se envuelve en grandes declaraciones ya sea de patriotismo, de identidad, de creencias y de catastrofismo.
Lo paradójico es que en la actual era de información la mentira sigue entronizada como la gran arma política. Parecería que en una sociedad plural como la existente, con múltiples medios y canales de comunicación, debería facilitar la información veraz al ciudadano pero parece demostrado que la multiplicación de los medios, con su ruido, ha incrementado la incomunicación. Por otro lado se sabe que el noventa por ciento de los contenidos de un medio, incluida la política internacional, se dedica al espectáculo; el nueve por ciento sería para la información pura y el uno por ciento para el análisis. Como es evidente, a ese uno por ciento no llega casi nadie.
Para usar la mentira como arma política se necesitan colaboradores y los medios de comunicación suelen ser, en muchos casos, sus aliados. Comentabamos hace poco que muchos analistas piensan que en la gran mentira que originó la guerra de Irak, el gobierno de Bush no engañó a los órganos de prensa; más bien funcionaron como cómplices conscientes para engañar deliberadamente al pueblo estadounidense. La propaganda del gobierno no fue nada sofisticada. Gran parte de los argumentos del gobierno fueron refutados por los hechos o entraron en contradicción con la lógica más elemental. Aún cuando se probó que la acusación hecha por el gobierno de que Irak había tratado de obtener material nuclear se basaba en documentos burdamente falsificados, la prensa optó por no convertir este descubrimiento tan devastador en tema principal.
México es un país enzarzado hasta el cuello en mentiras políticas e históricas. Nos hemos creado toda una maniquea mitología para explicar nuestra historia. Los "buenos" contra los "malos" no hay matices, no existen los hombres de carne y hueso, sólo ídolos inamovibles y villanos de opereta.
Una de las mentiras más grandes que nos hemos inventado los mexicanos es eso de que EL PETRÖLEO ES DE TODOS LOS MEXICANOS. Falso. México es una de las sociedades más desigiales del mundo precisamente por que la riqueza petrolera ha sido explotada con parámetros de enorme ineficiencia y grosera corrupción para beneficio de una minoría. La gran mayoría de los ciudadanos de este desigual país se ha bneficiado muy poco de los ingresos petroleros, acaso con algunas limosnas asistencialistas o favorcillos clientelares. Es un crimen la forma en que los gobiernos de este país han despilfarrado las posibilidades que le han brindado a México ser un país productor de petroleo Las cifras reales, la verdad, están ahí ,obstinadas como siempre para quien las quiera encarar. Pero preferimos escuchar al patrioterismo pueril, a la demogogia mesiánica, al maniqueísmo es lo que queremos escuchar.
Despilfarrando recursos públicos (de esos que nos ofrece la bonanza petrolera), el PRD organizó una "consulta popular" (con la fama de "honestos" administradores electorales que tienen, ¡Por Favor!). Sólo ellos mismo se engañan con esta nueva mentira. Lo cierto es que a México, con un obsoleto sistema burocratizado que encuentra su símill no en la Venezuela de Chávez, ni siquiera en la Cuba Comunista (países, ambos, donde la inversión privada en el renglón energético es posible) sino en ¡Corea del Norte! se le agotan vertiginosamente las reservas petroleras. Cada día exportamos menos petróleo e importamos más. La venda nacionalista cubre nuestros ojos.
¿Cuando aprenderemos en este país a vivir de cara a la verdad?