Muchos autócratas poseen una "lógica" mesiánico-apocalíptica fruto de una cosmovisión totalizadora y maniquea de los acontecimientos del mundo. Este tipo de gobernante no se conforma con ejecutar programas de gobierno quizá ambiciosos (pero siempre racionales) si los tiempos son buenos, o con desempeñarse como eficaces gestores de crisis, si la suerte es adversa, porque tiene la convicción de haber nacido para hacer “Historia”. Sus proyectos no son solo de buen gobierno y solvente administración, sino pretenden “la Transformación”, “la Regeneración” e incluso “La Purificación” de sus sociedades.
Sueñan con edificar una "nueva Jerusalén” sin corrupción, sin injusticias y con los “malos” para siempre desterrados. Y en ello hemos visto ha dictadores en tiempos recientes por todo el mundo tanto a populistas de derecha (Bolsonaro, Erdogan, Orban) como a los de izquierda (Chávez, Correa, Evo y etcétera).
El líder mesiánico sueña con una revolución no solo material sino también espiritual, por eso saludan incluso con entusiasmo cualquier convulsión o trastorno capaz de ayudarlos en la aceleración de sus “procesos”, ya sea agudas crisis económicas, cruentos enfrentamientos sociales o, sí, graves pandemias.
Para ellos lo mejor es una hecatombe capaz de fulminar de una vez y para siempre a las instituciones económicas y políticas tradicionales y, así, erigir desde los cimientos la "Arcadia Feliz".
Legitiman esta concepción radical del mundo en una supuesta “superioridad moral”. Alientan con ello una intransigencia política proporcional a la certeza de sus convicciones. Su narrativa esta siempre ligada a un pasado “mítico” como forma de legitimación del presente y de un futuro promisorio y virtuoso.
Para quienes se consideran portadores de más altas y más firmes convicciones morales los rejuegos característicos de la democracia (negociaciones, transacciones, consensos, pactos) son indignos porque ellos son los indiscutibles portadores de la verdad y los genuinos intérpretes del Pueblo.
Si se cuenta con superioridad moral las decisiones políticas no se discuten. Si se tienen certezas incontrastables lo importante es la voluntad. Tener dudas, estar dispuesto a transigir o ser proclives a acuerdos y consensos es traicionar al Pueblo
Y el Pueblo sabe más.
Pero la actual pandemia terminará por evidenciar a los liderazgos voluntaristas basados en una supuesta superioridad moral, porque como nunca se pone a prueba la pericia del gobernante para enfrentar situaciones excepcionales, y en este renglón los “profetas del apocalipsis” suelen fracasar.
El Coronavirus debe darnos lugar para capitalizar lecciones y aprendizajes. Muchos tendrán la tentación de pensar una presunta superioridad de los regímenes autoritarios, pero una visión más perspicaz será capaz de entender la oportunidad de revalorar la importancia del saber técnico-científico, de la planificación racional, de la construcción y consolidación de instituciones robustas y de asimilar la existencia de sociedades heterogéneas donde el “Estado de excepción” no puede instalarse a perpetuidad.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
8 de abril 2020
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