jueves, 19 de marzo de 2020

La “infantilización” del lenguaje político




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Donald Trump utiliza en sus tuits y discursos el lenguaje y la gramática correspondientes a la forma habitual de expresarse de niños de once años o menos, según un estudio reciente publicado en la revista Newsweek. De hecho, se trata del presidente cuya forma de comunicarse es la más elemental en toda la historia de Estados Unidos. 


Entre las palabras más utilizadas por el ocupante de la Casa Blanca están: “yo”, “ganador”, “perdedor”, “perdedor total” “estúpido”, “fuerte”, “idiotas”, “tontos”, “malo”, “increíble”, “tremendo” y “terrífico”.


Trump es prototipo de una de las características fundamentales del político populista: la “infantilización” del lenguaje político. 


Casi todos los autócratas de hoy y aspirantes a serlo apelan a este recurso, a veces como estrategia de un político hábil, pero las más de las ocasiones como resultado lógico de la pobre formación intelectual del líder. Putin es famoso por sus chistes y expresiones soeces. Salvini se maneja sus redes sociales con el espíritu y el idioma de un adolescente malcriado. Duterte es un monumento a la vulgaridad. Kaczynski hila con mucha dificultad más de dos ideas y Maduro, Evo, Erdogan y Orban (entre otros) compiten fuerte en este campeonato por saber cuál es el caudillo más pedestre.  


La utilización de un lenguaje político elemental ayuda al buen demagogo a marcar distancia con las odiadas élites, aficionadas a los razonamientos rebuscados, y los acerca al “hombre común”, al sagrado “pueblo”. Así se proyectan como líderes auténticos y sinceros. Por eso recurren a insultos y descalificaciones pueriles, exhiben y promueven un desusado interés por asuntos irrelevantes e incluso llegan a sentirse orgullosos de sus incoherencias y “gaffes”. 


Son capaces de imponer sus cutres conceptos y valores al debate. Simplificaciones, vulgaridades y desahogos utilizados más tarde como munición por sus troles en las redes sociales.


Ante ello, los críticos pueden caer en la tentación de considerar a los populistas simplemente como “niños”, sin entender la importancia de hacer una autocrítica al discurso elitista o, peor aún, caer en la provocación de las fútiles descalificaciones. Como escribió la periodista turca Ece Temelkuran: “El lenguaje del debate político se reduce a una especie de lucha libre donde todo está permitido, hasta que incluso los intelectuales más prominentes terminan bailando al son de los populistas.”


El populismo, como una de las formas de manipulación política (desde luego, no es la única), tiene el interés de mantener a los ciudadanos “eternos niños”. Utiliza el lenguaje de la calle para, pretendidamente, “acercar el poder al pueblo”, pero en realidad promueve la renuncia al raciocinio y a la capacidad crítica y hace realidad las palabras de Paul Valéry, quien definió a la política como “el arte de mantener a la gente apartada de los asuntos que verdaderamente le conciernen”.


Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
19 de febrero de 2020

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