Las teorías conspirativas son esenciales en el
crecimiento y consolidación de los movimientos populistas y esto ha quedado nuevamente
constatado con la irresponsable respuesta de Donald Trump y algunos otros dirigentes
mundiales frente al brote global del coronavirus.
En realidad, creer en las conspiraciones es muy común
en todo el planeta y aunque las personas con menores ingresos y bajo nivel
educativo son más proclives a adoptarlas, la alta formación académica e
intelectual no exenta a nadie de caer en la tentación.
Esto es así porque se obtiene un “sentido de orden y
lógica” en el caos mundial. Es fácil someterse a una teoría de la
conspiración ante una realidad caótica, azarosa y difícil de asumir
La gente procura poco buscar la verdad, prefiere interpretar
la información para confirmar y reforzar creencias y prejuicios. Los hechos,
los datos y la información dura son muchas veces voluntariamente ignorados para
protegemos a nosotros mismos de la verdad.
Para muchos estudiosos del tema de la “conspiranoia”,
ésta es esencial en la identidad de sus creyentes. La fe en la existencia de planes
secretos y otros relatos afines son para millones de ciudadanos comunes y
corrientes una plausible elucidación de cómo funciona el mundo.
No existe la casualidad, todos los engranajes encajan,
en la sombra hay alguien manejando los hilos y “saberlo” nos hace destacar entre
la multitud porque “a mí no me engañan, yo sí comprendo cómo marchan realmente las
cosas”.
Pero es todo lo contrario. La difusión de estas
teorías son una de las formas más viejas de manipulación y los demagogos las utilizan
profusamente para mantener el entusiasmo entre sus bases. Les
permite ostentarse como alternativas radicales contra los políticos del “más de
lo mismo”.
A base de conspiraciones los demagogos ofrecen una explicación
de la realidad sencilla y comprensible. Además, invariablemente proporcionan un
culpable. Siempre hay “fuerzas malévolas” atentando contra la gente común y eso
tiene la ventaja de reducir la política a una lucha de los conspiradores contra
los demás. Se concreta el ideal populista: pueblo bueno contra élite corrupta.
Con el internet las teorías conspirativas viven una
auténtica edad de oro. Han encontrado un entorno natural para desarrollarse y
multiplicar su efecto.
Hoy se desempeñan al frente del gobierno de cada vez
más naciones quienes hicieron su carrera política enarbolando bizarras teorías
de conspiración. Evidentemente, cuando las cosas empiezan a salirles mal o sus
promesas fáciles enfrentan retos demasiado ingentes y complicados, las
conspiraciones son el pretexto ideal para encubrir su incompetencia.
Pero crisis como la del coronavirus en realidad exhiben
su rechazo sistemático a las opiniones expertas y a los hechos científicos, y evidencian
su desinterés en la planeación de largo plazo y su incapacidad de aprender de
los errores.
Pedro
Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
4 de marzo de 2020
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