Empieza 2019 y con el año se suma en Brasil Jair
Bolsonaro a la creciente lista de “hombres fuertes”.
Muchos analistas ideologizados opinan que poner en el
mismo saco a gobernantes de “derecha” como Bolsonaro, Erdogan, Duterte, Orban o
Trump con los populistas latinoamericanos considerados “de izquierda” es una insensatez.
Consideran a los gobernantes de izquierda -autoritarios
o no- invariablemente proclives a procurar una mejor redistribución de la
riqueza, promover beneficios sociales, ser laicos, respetuosos con las minorías
y defensores del medio ambiente; mientras
la derecha perpetuamente beneficia económicamente a las oligarquías y es
religiosa, intolerante y poco interesada en el medio ambiente.
Sin embargo, la historia reciente desmiente esta
dicotomía. Ni el populismo de izquierda es siempre laico, tolerante con las
minorías y defensora del medio ambiente, ni el derecha renuncia a desarrollar
políticas asistencialistas, que son eso -y no otra cosa- los programas de
supuesta “distribución del ingreso” diseñados, en realidad, para la creación de
clientelas electorales.
Las estrategias y políticas de los autoritarios actuales
de izquierda y derecha son gemelas. Invariablemente hacen sentir al electorado
como una perpetua víctima de las elites y de las clases políticas tradicionales.
Fomentan intensamente un voluntarismo irracional al renunciar
a entender de manera objetiva las complicaciones de la vida, con todas sus
enrevesadas contradicciones, para facilitar
el encumbramiento de promesas simplistas. El carisma, el maniqueísmo y
el victimismo sustituyen así la incómoda necesidad de pensar.
El caudillo de izquierda o derecha siempre dice: “Ha
llegado la salvación, soy yo”. Es el mesías, el esperado, quien no puede llevar
a cabo su misión redentora dentro de los lentos y controlados cauces de la
institucionalidad democrática.
Caracteriza a los hombres fuertes de izquierda y
derecha la promesa de volver a un “mítico pasado”, a una época perdida cuando,
supuestamente, todo era mejor y más feliz.
También los asemeja su desinterés por la defensa
global de los derechos humanos.
El populismo no es "ni de izquierda ni de
derecha", es una doctrina sustentada por el lenguaje del agravio, centrada
en identificar al enemigo, anti institucional, mesiánica e hipernacionalista. Impera
siempre el discurso del odio, el rechazo frontal al “enemigo identificado”.
No entiende la política como un diálogo, sino como una
lucha entre “leales” y “traidores”.
A final de cuentas terminan los populistas por renunciar
al progreso social para favorecer a nuevos grupos dominantes y en apelar, sin
escrúpulo ideológico alguno, a cualquier tipo de recurso para mantener el
poder.
América Latina da de ello testimonio fehaciente. En
años recientes hemos visto en el subcontinente casos inauditos de populistas de
“izquierda” enfrentados con comunidades indígenas, supresores de derechos
humanos y laborales, descuidados del Medio Ambiente, corruptos hasta la médula y
recurrentes constantes de expresiones y actitudes religiosas e incluso chamanistas.
*Publicado en el diario ContraRéplica el 9 de enero de 2019