Los Nuevos Cultos a la Personalidad
El secreto del demagogo exitoso es parecer tan estúpido
como lo sean sus partidarios para hacerles
creer a éstos que son tan inteligentes como él.
Karl Kraus
El culto al líder vuelve a la escena de la política internacional en pleno siglo XXI de la mano de una grotesca generación de “hombres fuertes” que ofrece liderar un “renacimiento nacional” en sus respectivos países a través de la fuerza de su personalidad y de su voluntad de ignorar las pretendidas “argucias” y “sofismas” de la democracia liberal. Estos personajes llegaron en una primera oleada desde finales de los años noventa con el auge del neopopulismo en América Latina. El populismo siempre ha precisado de “hombres fuertes” en su lógica de sempiterna confrontación política y aplicación de estilos autoritarios, por eso el culto a la personalidad es uno de sus elementos consustanciales. Líderes como Chávez, Morales y Correa han legitimado sus gobiernos por la vía de las urnas en reiteradas ocasiones, pero siempre con todos los recursos estatales a su favor y en detrimento de la equidad en las condiciones de una competencia genuinamente justa. Aceitadas e invencibles maquinarias electorales sustentadas en poderosas redes clientelares han estado detrás de sus constantes reelecciones, mientras que someten a múltiples ataques a las instituciones democráticas tradicionales, ejercen arbitrariamente el poder, abusan de un discurso autoritario contrario al pluralismo y personalizan la política. El líder está por encima de las reglas, por lo que no necesita preocuparse por el Estado de derecho ni por las instituciones.
Penetrante en el caso de los neopopulismos ha sido el culto a Hugo Chávez, el cual desde el principio de su régimen fue vigoroso, pero que se convirtió en adoración cuasi religiosa durante la enfermedad terminal del comandante y se intensificó tras su muerte. “Chávez nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros los delegados, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu legado para llevarlos a los pueblos, danos hoy tu luz para que nos guíe todos los días y no nos dejes caer en la tentación del capitalismo más líbranos de la maldad, oligarquía y el delito del contrabando, por los siglos de los siglos.", así ruega el irrisorio padrenuestro que rezan los miembros del partido oficial venezolano (el PSUV) antes de cada uno de sus congresos. El natalicio y su muerte del adalid bolivariano ya están incluidos en las efemérides escolares. El famoso “Libro Azul”, compendio de los más profundos pensamientos del líder, es oficialmente descrito como ““un legado hecho Patria”, y difundido entre la población para que los venezolanos aprendan de este “crisol de un pensamiento propio, surgido de una disyuntiva existencial auténtica en su venezolanidad, donde irrumpieron las ideas que llevaron adelante el Proyecto Bolivariano, ahora plasmadas en el eterno presente sobre las páginas de un texto vital para el futuro del proceso revolucionario”. Ya del famoso pajarito de Nicolás Maduro, ni hablamos.
El resto de los neopupulistas latinoamericanos han sido más recatados, pero no dejan de tener bien puesto su corazoncito megalómano. Evo Morales inauguró a principios de 2017 en su remota aldea natal de Orinoca un museo dedicado a glorificar la historia de su vida que le costó al erario público 7.1 millones de dólares. Se trata de un edificio de estilo muy avant garde que se llama Museo de la Revolución Democrática y Cultural y entre otras bellezas exhibe una estatua de tamaño natural de Morales, retratos del presidente con líderes mundiales, doctorados honoris causa con los que el caudillo ha sido distinguido por varias universidades, y bonitos recuerdos de su niñez como camisetitas de futbol, trompos y trompetas. No solo eso, el Ministerio de Comunicaciones de Bolivia publicó un libro de poemas dedicados al presidente escrito por estudiantes y sus maestros de las escuelas públicas que lleva por título “El Proceso de Cambio en Verso”. Otra publicación gubernamental es un libro ilustrado para niños titulado “Las Aventuras de Evito” que incluye bellos cuentos como “Evito va a la Escuela” y “Evito Juega al Fútbol”. En Argentina, Cristina Kirchner rebautizó con el nombre de su difunto esposo, Néstor, numerosas calles, escuelas, hospitales, clubes, gasoductos, represas, un aeródromo y hasta un campeonato de fútbol. También inauguró en Buenos Aires, poco antes de terminar su catastrófica presidencia, el monumental, costoso y polémico Centro Cultural Kirchner. Presupuestado originalmente en 900 millones de pesos argentinos, costó a fin de cuentas la friolerita de 2,300 millones, más otros 1,500 millones en partidas presupuestarias adicionales. Todo un arquetipo de corrupción y culto a la personalidad.
Hoy el populismo en América del Sur parece declinar, pero nuevos cultos a la personalidad van al alza en múltiples naciones alrededor del orbe, incluidos países con una supuestamente enraizada tradición democrática como lo es, quien lo dijera, Estados Unidos. Las nuevas tecnologías y conceptos mercadotécnicos propios del siglo XXI sirven a los propósitos de los gobernantes megalómanos en sus afanes de autoelogio permanente. El auge de Donald Trump debe mucho al internet. Otros métodos de la cultura trendy del siglo XXI, combinados desde luego, con las farsas habituales, están presentes en el ascenso de hombres fuertes en lugares como Rusia, Turquía, Polonia, China, Egipto, Filipinas, Hungría y los que vayan, tristemente, acumulándose en el futuro cercano. Políticos con instintos y propuestas claramente autoritarias, discriminatorias, xenófobas y ultranacionalistas llegan al poder por la vía electoral en cada vez más países. Los medios de comunicación mucho ayudan a construir un culto a la personalidad basado en la difusión de la supuesta fortaleza, patriotismo y determinación de los nuevos liderazgos. Como siempre, se urde la necesidad de tener un “hombre fuerte” en el gobierno alrededor de las inseguridades, miedos y frustraciones de los ciudadanos.
Con la promesa de frenar el declive nacional y adoptar una mano dura contra los delincuentes e inmigrantes se han consolidado en el poder personajes como Vladimir Putin, en Rusia; Recep Tayyip Erdogan, en Turquía, Rodrigo Duterte en Filipinas y Viktor Orban, en Hungría. Algunos de estas tesis coadyuvan también en el ascenso electoral de Donald Trump en Estados Unidos, de Geert Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia y el italiano Movimiento Cinco Estrellas en Italia. Tienen en común denominador ser sumamente astutos y abiertamente descarados en métodos que desafían todos los principios del pluralismo y la tolerancia. Los nuevos “hombres fuertes” dejaron de ser tiranos implacables. No precisan de hacer fraude en las urnas, no necesariamente se deshacen de todos los críticos molestos, no inauguran Gulags o campos de concentración. Los autócratas actuales son mucho más pulcros y, salvo los populistas latinoamericanos, careen de una genuina agenda ideológica. Además, suelen mantener altos sus niveles de popularidad por mucho tiempo, por difícil que parezca aceptarlo.
A lo que si recurren es al culto a la personalidad, pero con nuevas fórmulas combinadas a las tradicionales. Ya no se erigen estatuas del líder por doquier, ni se endiosa al jefe a la manera de Mao, Stalin o Kim il Sung. Tampoco ala reverencia constante a un pretendido “adalid providencial” dueño de cualidades sobrehumanas (salvo en el caso del culto a Chávez o Kim Jong Un). En Rusia, por ejemplo, Putin proyecta la imagen viril de alguien que a diario se ejercita intensamente levantando pesas, corriendo a campo traviesa y montado a caballo con el torso desnudo. Igual acaricia tigres siberianos que viaja en una Harley Davidson, nada en las frías aguas del río Obi que bucea en el Mar Negro. Ostenta cinturón negro en judo e incluso circula por toda Rusia un DVD en el que el dinámico presidente explica los movimientos y trucos más importantes de este deporte. También ama el hockey hielo. Todos los años participa en algún partido benéfico en los que siempre gana su equipo y él, invariablemente, termina como máximo anotador.
Abunda el merchandising con la imagen del jefazo del Kremlin. Las camisetas son, quizá, el producto estrella. Hay algunas verdaderamente adorables: Putin piloteando un avión supersónico, Putin otro cabalgando un oso en Siberia a pecho descubierto, Putin judoka pateando al ex presidente Obama, Putin cazando tigres. Además, hay tazas, fundas para celular, tazas, fragancias para hombre, llaveros, etc. También hay un libro con la recopilación de frases célebres del nuevo Zar. “Putin es un profeta. Todo lo que ha dicho se ha cumplido. Si todos los países le hubieran hecho caso, nos habríamos evitado muchas tragedias, como varias guerras y la llegada de cientos de miles de refugiados a Europa”, asegura su autor, Antón Volodin. “Palabras que cambian el mundo” se llama la magna obra, la cual fue entregada como regalo a todos los altos cargos de la administración y la política junto con una carta que explica la importancia de conocer tan profundo pensamiento “indispensable para entender los principios que rigen la defensa de los intereses nacionales.
El sitio web Sputnik, uno de los más cercanos al gobierno ruso, dice que el presidente de Rusia “es conocido por emplear un lenguaje elocuente, cargado de giros idiomáticos y comparaciones agudas, así como con un toque humorístico cuando resulta oportuno”, pero la verdad es que el ex agente de la KGB más bien es famoso por ocurrencias soeces, bromas burdas, y frases malsonantes. Cosas como "Se lo sacaron todo de la nariz y lo untaron en sus periódicos" [tras ser interrogado por la prensa británica sobre su supuesta corrupción], "Transmitan mis saludos a su presidente. ¡Vaya macho! Violar a una decena de mujeres.” [sobre el presidente de Israel, Moshe Katsav, que fue acusado de violación y acoso]. "Perseguiremos a los terroristas por todas partes. Si los encontramos en el baño, los aniquilaremos en el escusado" [declarado 1999 durante las cruentas operaciones militares en Chechenia]. Cosas de este tenor son las comunes en boca de Putin. La última, famosa, fue el halago que hizo a las prostitutas rusas cuando se rumoró de que los servicios secretos rusos tenían grabado a Trump durante alguna orgia. Pero esto del lenguaje soez es toda una novedad, sirve a los “hombres fuertes” para humanizarlos y hacerlos más cercanos a sus electores. Los tiranos de antaño se endiosaban, los autoritarios de hoy-respetuosos, aún, de los rituales electorales- se fusionan con “Juan Pueblo”.
Culto a la personalidad y vuelta al autoritarismo también en un país estratégicamente clave, puente entre Europa y Asia: Turquía, que hace apenas poco más de un lustro parecía enfilarse resuelta al camino de la apertura política para convertirse, pronto, en la primera nación de mayoría musulmana plenamente democrática. Ya no es así. El Recep Tayyip Erdogan ha abandonado la democracia y erige un culto a la personalidad, práctica de la que en existe en Turquía una firme tradición desde el Imperio Otomano hasta Ataturk. La imagen del presidente abunda cada vez más en retratos, carteles, cintas sobre la cabeza y camisetas. El presidente se presenta como un nuevo padre de la patria, un nuevo Ataturk, pero no laico como éste, sino cercano a las tradiciones musulmanas. El culto a Erdogan se basa no solo en la exaltación de su persona, sino en la glorificación del Imperio Otomano, del cual había abjurado Ataturk. Su pasión por el otomanismo de quien ya es apodado como “El Sultán” va de la mano de su afán autocrático. Así se percibió, por ejemplo, con los magalomaniacos fastos que conmemoraron en mayo de 2016 el 563º aniversario de la conquista otomana de Constantinopla. La propaganda anunciando el acto fue intensamente difundida e ilustrada con una fotografía de Erdogan. Fue una conmemoración con evocaciones norcoreanas: un millón de asistentes, multitudinario espectáculo de luz y sonido sobre el escenario, aviones de caza pintando el cielo de los colores nacionales, canto de himnos y cientos de actores representando a jenizaros.
Se ha puesto de moda entre los simpatizantes de Erdogan dejarse el bigotito a medio rasurar y contar en el armario con alguna chamarra gris a cuadros, al estilo de la que el presidente luce en sus momentos triunfales. Otro ejemplo de una forma de culto al líder que en el fondo “es como uno”. En la calle le gritan “Adam Izindeyiz” (seguimos al hombre), en contraposición de la consigna “Atam Izindeyiz” (seguimos a nuestro padre) que se utilizaba para adular a Ataturk. Este dirigente nació en un barrio humilde y de niño fue vendedor callejero, por eso explota de forma tan eficaz la imagen de “hombre del pueblo” hecho a sí mismo que tanto fascina a la gente sencilla.
Y elementos de este nuevo estilo de culto a la personalidad que explota la imagen de “hombre del pueblo” los tenemos, por supuesto, presentes en México con Andrés Manuel López Obrador, líder de un muy personalizado partido político (Morena), quien siempre ha apelado a un discurso abiertamente voluntarista y mesiánico.
Andrés Manuel tiene la característica de proyectar la imagen de ser un hombre de pueblo, pero también el de un predicador tenaz. Esto de poseer cualidades de predicador mucho ha estado presente en el culto a la personalidad de caudillos que protagonizaron la independencia de naciones del llamado Tercer Mundo durante el proceso de descolonización: Nkrumah, Touré, Sukarno, Nasser. Todos estos dirigentes estaban obsesionados con su paso a la “Historia” (todo buen político megalómano padece esta manía), pero también con la educación del pueblo y con guiar a la gente en los terrenos no solo políticos, sino también en los morales y personales. En México, AMLO se autodenomina “líder del movimiento más grande del mundo” y en varios textos hace iluminadas aseveraciones como que su papel es el de “construir una fraternidad universal, más humana y espiritual con todos los pueblos del mundo”, y que de lo que se trata es de edificar “aquí en la tierra, el reino de la justicia y de la fraternidad universal”, para poder vivir sin “pobreza, miedos, temores, discriminación y racismo en todo el mundo.” En su prédica no duda pontificar cosas como “nada ni nadie podrán impedir que triunfe la causa de la justicia y de la fraternidad universal.”
La idolatría al líder es quientaescencial para que la fórmula populista “funcione.” Como el pueblo y su líder son la misma cosa para el populismo y sus derivaciones, el líder hace lo que el pueblo quiere y el pueblo se lo cree a pies juntillas. No hay más ley que la del pueblo y, por lo tanto, puede cambiarla o violarla cuantas veces se le ocurra, porque lo hace por deseo o pedido del pueblo. Únicamente el pueblo es dueño de la verdad, por eso el líder es estridente, monopoliza la palabra y anula toda posibilidad de disidencia. De esta manera el líder se transforma en el pueblo, de ahí que deba sacralizársele, ya que nada es más sagrado que El Pueblo.
En esto consiste el liderazgo de quien muy probablemente sea presidente a partir de diciembre de 2018: un líder de culto al que le obstaculiza los mecanismos de democracia representativa, vilifica a los medios críticos, insulta a sus oponentes, carece de una plataforma realista y sustentable pero, eso sí devolverá el poder al pueblo, entelequia que el quiere personificar, como el buen populista que es, gracias a la inmarcesible integridad moral que le atribuyen sus fieles y a pesar de su indigencia intelectual.
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