Inició así una revolución no inspirada por religiones, ideologías o anhelos nacionalistas, sino por el cansancio de una población empobrecida y hastiada. Y debe decirse que con toda esta vorágine se pone punto final a los espejismos heredados por las grandes ideas de la independencia nacional o del socialismo árabe, esto último particularmente cierto en Egipto, donde se prohijó la formación de un Estado nacional laico, pero absolutamente ineficaz en el terreno del desarrollo económico. Llega a su fin la era instaurada por Gamal Abdel Nasser, hipercarismático gran dirigente de destemplado discurso antiimperialista, amigo de los pueblos que forjó alianza armamentista con los rusos al mismo tiempo que impulsaba junto a Nehru, Nkruma, Tito y Sukarno el movimiento de los No Alineados, para mayor lustre de su adorada persona. Recuperó el Canal de Suez para Egipto, pero se derrumbo cuando fue apaleado por Israel en la guerra de los seis días. Del Nasserismo y su gloria antiimperialista solo quedó el estatismo exacerbado, causa original de la parálisis y la estagnación que perduran hasta nuestros días. Cierto es que sus sucesores intentaron algunas tímidas e incompletas aperturas, pero se quedaron en intentos, siempre diseñados principalmente a beneficiar a la cúpula en el poder. Hoy los pueblos árabes despiertan y están listos para pedir cuentas.
lunes, 14 de febrero de 2011
El primer "gran hombre" del siglo XXI
Mucha razón tienen quienes señalan que estas admirables e inusitadas revoluciones que han estallado en el mundo árabe tienen la característica de carecer de grandes líderes o de adalides carismáticos como sucedió, por ejemplo, en el principal ejemplo de revuelta popular que hasta hoy ha dado el mundo musulmán: la revolución fundamentalista dirigida por el carismático Ayatollah Jomeini. El héroe principal de este drama, quien puede ser considerado desde ya el primer gran hombre del siglo XXI, es un anónimo vendedor de frutas, Mohamed Buazizi, que con 26 años se suicidó inmolándose. Cómo escribió Vargas Llosa, la traviesa historia nos vuelve a dar sorpresas y desmiente a Carlyle. Una parte del mundo que parecía irremediablemente pétrea e inamovible se estremece hasta las entrañas por el gesto individual de un personaje anónimo, sí, pero fiel reflejo de la desesperación de millones de jóvenes que, como él, han sido víctimas del estancamiento económico y social del mundo árabe (emiratos del Golfo Pérsico excluidos). Buazizi desencadenó un movimiento social sin precedentes que derrumbó todos los estereotipos que teníamos sobre la supuesta incompatibilidad del islam con la democracia y ha iniciado un proceso cuyas repercusiones nadie es todavía capaz de prever.
Mucho de habla, con algo de razón, de la importancia del internet y de las comunicaciones modernas como protagonistas centrales de estas revoluciones, pero no debe perderse de vista que el factor principal ha sido la estructural ineficacia económica de estos sistemas dictatoriales, autárquicos, corrompidos, centralizados, ineficaces y todavía altamente estatizados. Los países árabes no crecen, la generación de empleos no existe, no se capacita ni educa a la población su población. A este marasmo habrá que aunar el aumento de la inflación, particularmente grave en el caso del incremento en los precios de los alimentos. Las consecuencias las estamos viendo ahora: revolución. Tras décadas de aguante, la gente grito ¡Basta! Tras haber sido humillado por la policía, Mohamed Buazizi se subió encima de su puesto en el mercado, se roció con gasolina, y se prendió fuego. Durante su agonía comenzó a crecer como símbolo a la par que su tragedia fue conociéndose. Lo llevaron a un hospital de la capital, donde el presidente y su despreciada y despreciable esposa pasaron a visitarlo. Esta hipocresía sólo atizó más el fuego del descontento. Con un muchacho desafortunado se moría por culpa de un podrido sistema político y económico la presencia frente a su lecho de muerte de de la parejita presidencia solamente podía ser considerada como obscena.
Inició así una revolución no inspirada por religiones, ideologías o anhelos nacionalistas, sino por el cansancio de una población empobrecida y hastiada. Y debe decirse que con toda esta vorágine se pone punto final a los espejismos heredados por las grandes ideas de la independencia nacional o del socialismo árabe, esto último particularmente cierto en Egipto, donde se prohijó la formación de un Estado nacional laico, pero absolutamente ineficaz en el terreno del desarrollo económico. Llega a su fin la era instaurada por Gamal Abdel Nasser, hipercarismático gran dirigente de destemplado discurso antiimperialista, amigo de los pueblos que forjó alianza armamentista con los rusos al mismo tiempo que impulsaba junto a Nehru, Nkruma, Tito y Sukarno el movimiento de los No Alineados, para mayor lustre de su adorada persona. Recuperó el Canal de Suez para Egipto, pero se derrumbo cuando fue apaleado por Israel en la guerra de los seis días. Del Nasserismo y su gloria antiimperialista solo quedó el estatismo exacerbado, causa original de la parálisis y la estagnación que perduran hasta nuestros días. Cierto es que sus sucesores intentaron algunas tímidas e incompletas aperturas, pero se quedaron en intentos, siempre diseñados principalmente a beneficiar a la cúpula en el poder. Hoy los pueblos árabes despiertan y están listos para pedir cuentas.
Inició así una revolución no inspirada por religiones, ideologías o anhelos nacionalistas, sino por el cansancio de una población empobrecida y hastiada. Y debe decirse que con toda esta vorágine se pone punto final a los espejismos heredados por las grandes ideas de la independencia nacional o del socialismo árabe, esto último particularmente cierto en Egipto, donde se prohijó la formación de un Estado nacional laico, pero absolutamente ineficaz en el terreno del desarrollo económico. Llega a su fin la era instaurada por Gamal Abdel Nasser, hipercarismático gran dirigente de destemplado discurso antiimperialista, amigo de los pueblos que forjó alianza armamentista con los rusos al mismo tiempo que impulsaba junto a Nehru, Nkruma, Tito y Sukarno el movimiento de los No Alineados, para mayor lustre de su adorada persona. Recuperó el Canal de Suez para Egipto, pero se derrumbo cuando fue apaleado por Israel en la guerra de los seis días. Del Nasserismo y su gloria antiimperialista solo quedó el estatismo exacerbado, causa original de la parálisis y la estagnación que perduran hasta nuestros días. Cierto es que sus sucesores intentaron algunas tímidas e incompletas aperturas, pero se quedaron en intentos, siempre diseñados principalmente a beneficiar a la cúpula en el poder. Hoy los pueblos árabes despiertan y están listos para pedir cuentas.
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