Los vientos de cambio se consolidan en Suecia, país otrora considerado bastión inexpugnable de la socialdemocracia e incluso por muchos catalogada como la sociedad más exitosa de la historia. La consecuencia de tanto Estado bienestar ha sido una sociedad adormecida por una excesiva protección. Las recurrentes crisis financieras empezaron a demoler las bases del obeso Estado sueco hasta obligar a sus "derecho habientes" a encarar la realidad: el´paraíso estaba en quiebra y la subsidiación de la felicidad era ya inviable. En 2003, la derecha moderada eligió al pragmático Fredik Reinfeldt como líder del partido y tres años más tarde logró romper la hegemonía socialdemócrata sobre la base de un programa eminentemente centrista. Su plataforma prometía no tocar los pilares de la protección social, pero sí redimensionarlo para que respondiera a las acuciantes realidades de la crisis económica actual. El programa moderado incluye reducción de presiones fiscales (abrumadoras en la Suecia socialdemócrata), restricción de algunas de las prestaciones sociales más generosas, mayor control contra los abusos y una prudente política de privatizaciones. Reinfeldt ha sido un gobernante eficaz. Impidió que la crisis económica mundial perjudicara en demasía a Suecia.Las finanzas suecas son unas de las más sanas del atribulado viejo continente y la economía crece a un ritmo envidiable para muchos de sus vecinos.
Brasil se encamina a reelegir (en esta ocasión, de forma embozada) a Lula Da Silva. La candidata oficialista Dilma Rousseff se encamina a un fácil triunfo en las elecciones presidenciales de octubre. Grandes éxitos tuvo Lula en su gobierno, sobre todo en el terreno, social, pero algunos síntomas de su hubrys empiezan a nublar un tanto el horizonte. La prudencia fiscal, que caracterizo los dos gobierno de Fernando Henrique Cardoso y heredó Lula casi hasta el final de su segundo mandato está en entredicho. El gasto público ha aumentado drásticamente este año . Asimismo, la deuda gubernamental crece a ritmos que podrían poner pronto en peligro el asombroso paso brasileño hacia el estatus de potencia mundial.
La reducción de la deuda deberá ser un objetivo económico crucial, pero alcanzarlo requerirá una moderación considerable en el sector público, algo muy lejano al modus operandi que ha adquirido el jactansioso Lula de ¿final? de mandato .
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Japón es ya un sol poniente. Su ocaso se confirmó hace algunas semanas, cuando se hizo oficial que ha dejado de ser la segunda economía más grande del mundo, rebasada por la incontenible China. Pero no no es tanto este hecho (China acabará rebasando a incluso Estados Unidos en unos 20 años, ceteis paribus) sino el estancamiento real de una nación que amenazaba comerse el mundo a mediados de los ochenta. Japón ha visto decaer su posición de ágil potencia industrial, temida hasta la obsesión por sus competidores, a una sociedad paralizada, aparentemente incapaz de emprender las reformas que necesita de forma tan desesperada. La década perdida de los años noventa ha terminado por convertirse en las dos décadas pedidas, y contando.
Una enorme ironía histórica ha ocurrido en Turquía, país en el que los otrora reformadores pasan ahora a ser los conservadores, y viceversa. El 58 por ciento de los turcos votaron la semana pasado "sí" al paquete de reforma de la Constitución promovido por el Gobierno musulmán moderado del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan. Esta Carta Magna fue redactada en la década de 1980 tras un golpe militar que inició un violento período represivo. En particular, concedía a las fuerzas armadas el papel de "vigilante" del Estado laico, con el derecho a intervenir al régimen democrático cada vez que considerara al laicismo heredado del gran Ataturk en peligro. Pero a realidad es que este estatus de guardían del sistema político fue objeto de grandes abusos por parte de los militares. Una reforma se hizo urgente para fortalecer la democracia y acercar más a Turquía a la legislación europea. Los cambios aprobados eliminan la situación de excepcionalidad que gozaba el ejército, no solo retirándole la función de "policía del laicismo", sino también abriendo la posibilidad (hasta ahora inédita) de que los militares respondan por sus actos arbitrarios ante la justicia civil.
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