martes, 5 de mayo de 2009

Una Burocracia sin Corbata


Por disposición oficial provocada por la actual crisis sanitaria los burócratas dejarán de usar corbatas por algunos días. Pobres, porque sufrirán una especie de “castración”. Sí los burócratas con corbata son una nada, o un casi nada pero con corbata, ahora serán, netamente, nada o casi nada. Para ellos en esta telita reside su seguridad, identidad y confianza. Un burócrata sin corbata es como un ruiseñor sin su canto, un tigre sin rugido o, más precisamente, un taco de trompa pero sin trompa, es decir, pura tortilla, y sin sal.

Para el burócrata la corbata representa toda la elegancia, respeto y glamour al que pueden aspirar en esta la vida. Creen que hasta el más feo de entre ellos se ve guapísimo e interesante por el solo hecho de portar este inútil accesorio.

Un muy querido amigo, Jesús Venegas (a) "El Furby" o "El Bubu", quien tiene marcado en su destino ser burócrata, aunque él se niega a asumirlo, me explicó alguna vez durante el tiempo que trabajamos juntos en el Infonavit (una de las pocas experiencias burocráticas que he “vivido”): “te equivocas en juzgar mal a la corbata (yo siempre las he odiado). Es como ponerle un acento a una palabra que lo necesita. Piensa que su influencia va más allá de lo que uno puede sospechar a simple vista. Por ejemplo, un político que escoge una corbata de tonos chillones puede llegar a perder por su mal gusto una elección. Ese detalle les resta autoridad”. Más recientemente, Jesús me hizo notar: “Ya ves que yo tenía razón en lo de las corbatas. Mientras tu andas de capa caída en la política por no querer usar corbata, ¡Ve lo bonitas que son las que usa tu ex jefe Dante, o las que lucen los cuellos de tus amigos Alberto Begné, Jorge Carlos Díaz Cuervo o Miguel González Compeán. Te aseguro que cuando Beto va a ver a Camilo Mouriño a Gober se han de halagar mutuamente las corbatas”. E imitando a los aludidos con unas vocecillas aflautadas, continuó: “Hay que bonita corbata tienes Alberto, que buen gusto!”. “Lo miso te digo yo, Juan Camilo”.

“Pero Jesús”, comencé a argumentar yo en la ocasión del Infonavit, asaz escéptico de la beneficio que aporten estas cosas, “¿No crees que las corbatas uniforman y despersonalizan? ¿Qué son, por lo tanto, símbolo inequívoco de mediocridad? ¿Qué son como una baba de colores que cae desde nuestro cuello? ¿Qué es una especie de barrera diseñada a impedir un diálogo más franco, directo y sincero? Con corbata de por medio todo es tan formal que a mí, por lo menos, no me salen igual de fluidas las palabras”, decía yo esto a mi cuate mientras me acomodaba el nudo en mi colorida corbata Hugo Boss.

“No mi Pedro, déjate de esas cosas y piensa”, y con un tono menos elegante al que había utilizado hasta ese momento para explicarme las grandezas de la corbata, mi cuate me dijo “A las viejas les encanta la corbata. ¿No ves que son el símbolo fálico por antonomasia?. ¿Hacia donde crees que apunta la punta de la corbata? ¡Pos a la mera punta de la Chirula!

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