“No me cabe duda de que el hombre más antipático de Europa es Vaclav Klaus”. Tal es la opinión de Tim Garton Ash, destacado analista internacional británico. Y es que Klaus es un viejo amargoso, pedante y mal educado que detesta la idea de la Unión Europea, cree que el calentamiento global es una patraña y considera estúpido a todo aquel que no tenga el tino de pensar como él. Ahora que su país ha asumido la presidencia europea (justo a partir de hoy), Klaus ha anunciado que no habrá banderas azules ondeando en su castillo durante la presidencia checa de la Unión Europea (UE). Y es que el señor argumenta que la bandera de las estrellas amarillas y fondo azul le recuerda a la bandera de la URSS (¡!!???¡¡¡¿¿¿) .
Hace unos días, Klaus vulneró la tradición diplomática al publicar en internet, en vísperas de la presidencia checa, un roce con parlamentarios europeos. Preguntado en su oficina por la inminente presidencia, sólo exhibió desprecio: “Mire, la República Checa no va a presidir la UE, la Unión la presiden los burócratas”. Agregó, sin ser preguntado ni viniera al caso, que España “es seguramente un país bonito, y respetable, no diría yo que rico, no lo conozco. ¿Qué me puede unir a ustedes si sólo he estado allí tres veces?”.
Los checos, que desde hace un siglo se buscan los amigos muy lejos y los enemigos muy cerca, son de los pocos los únicos que no han ratificado el Tratado de Lisboa. Trampeando a su insoportable presidente, el primer ministro deslizó recientemente que vinculará la ratificación, en el Parlamento, en febrero, a la de los radares americanos antimisiles: «quid pro quo» entre europeístas y americanistas. Pero como las ayudas europeas siembran un incipiente europeísmo entre sus descreídas gentes y diputados, el presidente Klaus ha abandonado a su “traidor” partido en el gobierno (ODS), intenta por todos los medios echar a su primer ministro y promueve la formación de un nuevo “partido liberal” anti-UE (más ¡¡¡¿¿¿!!!!’’’).
Su crítica a ésta no es más calmada e intelectual que en otros nacionalistas, con un recurso a la libertad (como si fuera incompatible con la UE), sobre todo a la de mercado. “Soy un liberal clásico”, repite, aunque no lo refrendan ni su tono personal, ni muchas de las medidas que tomó cuando fue primer ministro (el primero tras la caída del bloque soviético) ni sus reformas. Habla contra el “peligro de la estandarización” que impondría la UE, y resulta más un patriotero enfrentado a los tiempos; pero en nombre de la gente, o sea, un populista. No es raro que en este patriotismo anti-Bruselas, el asumido “thatcherista” se vea jaleado por socialistas y comunistas: la UE da estos compañeros de cama. El otro más reciente amigo ha sido el dudoso multimillonario irlandés Declan Ganley, que pagó el No de la isla al Tratado de Lisboa.
Padre de la división de Checoslovaquia y de unas reformas lentas pero seguras, y menos liberales que las polacas, húngaras y eslovacas, a sus 67 años Klaus es una figura divisiva, cuya actitud provocadora frente a las “nuevas religiones” -europeísta, ecologista- cosecha disparmente. Pues la provocación es muy occidental, pero suele resultar indignante si viene de un recién llegado con humos como el checo. Klaus tiene sus frases preparadas: no sería euroescéptico sino “eurorrealista”, no aboga por el deterioro del ecosistema sino contra la “religión del clima”. La voz ciudadana dio una “lección de democracia” en Irlanda al votar contra el Tratado; es, en cambio, «ingenua» cuando en otros países vota a favor. De este calado es este fulano.
Pero, en realidad, lo más thatcherista del presidente Vaclav Klaus es mal tono que emplea para canalizar sus argumentos; y el modo de hacer callar con un exabrupto. Movió a risa oírle repetidamente argüir hace días, ante representantes del Parlamento Europeo, un: “¡Nadie me ha hablado nunca así!” ante un grupo de eurodiputados que lo cuestionaban.
Por cierto, en la foto el tal Klaus sale con su sombrero de texano. Y es que es lo único que al enfadoso este le falta para ser el antipático perfecto ¡Texano!
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