¡¡Qué le corten la cabeza!!, me vino a la memoría la famosa orden de la reina de Alicia en el País de las Maravillas cuando me enteré de la renuncia del Speaker de la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico, Michael Martin, la primera en más de 300 años. Se fue porque cobró reembolsos ¡hasta por los taxis usados por su esposa! Y no es el único caso. En los últimos días han aflorado los abusos de los distinguidos representantes populares. Las dietas eran compensadas con rendiciones de gastos por conceptos tan diversos y extravagntes como la limpieza de piscinas, la construcción de una casa ¡para patos! (ese amor tan británico a las mascotas) arreglos de canchas de tenis, compra de televisores de plasma, muebles de diseño y otros lujos más o menos absurdos (¿Todo lujo es absurdo?).
Estos reembolsos parlamentariois, según las reglas, debían compensar "total, exclusiva y necesariamente" la labor de los diputados, no sus gastos personales en jaladas. El despilfarro, ventilado por goteo, asestó un formidable golpe a los políticos más allá de sus filiaciones partidarias: quedaron como viles aprovechadores de un sistema curiosamente lícito frente a una ciudadanía inquieta por el desempleo y la recesión. "Parecía, pues, que concedieran mucha importancia a los políticos y que todo en ellos fuera importante menos su política", hubiera podido decier el satírico Lewis Carroll, el autor de Alicia (me muero por ver la versión de Tim Burton).
Ningún diputado violó la ley. En 1695 hubo razones de mayor calado para destituir al entonces speaker: John Trevor: aceptó un soborno por la sanción de un proyecto de ley. Martin, el primer speaker católico desde el reinado de María Tudor, había terminado con la tradición de usar pantalones negros y zapatos con hebillas plateadas. Quiso que su cargo, concedido hasta el siglo XVII a delegados de la corona, no se limitara a pedir orden en el recinto, asignar la palabra a los diputados y representar al cuerpo ante la reina, los lores y otras autoridades y hasta último momento, quiso responder como otro de sus antecesores, William Lenthall, en 1642: "No tengo vista para ver ni lengua para hablar en este lugar".
No hubo corrupción, pero sí abuso, suficiente para provocar una reacción tan airada por parte de la opinión pública que los protagonistas se disculpan y se marchan uno a uno. Martin no mintió ni incurrió en actos de corrupción, pero echó mano en beneficio propio de fondos públicos. Veintitrés diputados firmaron una moción de "no confianza" en su persona por haber cobrado por la hipoteca saldada de su residencia en Escocia mientras vivía cerca del Big Ben, así como por comida de mascotas y fertilizantes orgánicos. En beneficio propio, también, convalidó un sistema que pudo haber considerado incorrecto desde el momento en que los diputados tenían la degradante obligación de presentar recibos de legitimidad dudosa para redondear dietas indecorosas. Todavía falta por ver la feroz reacción de los electores en las urnas en la próxima elección. Se espera una verdadera "purga ciudadana"
Como lo decíamos en un post anterior, para México este caso no debe ser ajeno. Aquí conocemos de los abusos de los legisladores de manera periódica, pero a diferencia del Reino Unido o de cualquier país medianamente civilizado aquí no pasa nada. Uno o dos días de revuelo en la prensa y ya. El año pasado, los diputados cometieron la arbirariedad de exentarse de impuestos sobre los jugosos aguinaldos que recibieron. El caso trascendió a los medios un par de semanas.....y ya. Eso sí, un grupo de ciudadanos, agrupados en una asociación llamada Dejémonos de Hacernos Pendejos presentaron una iniciativa legal para que esta irregularidad no procediese. Buen intento, pero no han hecho nada más .....ah, no es cierto, le están dando una carta-compromiso a firmar a los candidatos a diputado para que prometan que, ellos sí van a portase bien ¡Ñoños! Malo es hacerse el pendejo, pero se pendejo de una pieza es mucho peor y ser naif es la manera más lamentable de ser un pendejo. La dichosa cartita está al final de esta entrada. Léanla y muéranse de la risa.
A mis queridos amigos de DHP les sugerí hace tiempo que propugnaran por la promulgación en México de una ley de partidos que evitará los múltiples abusos que estas organizaciones -la mayor parte de ellas auténticamente criminales- perpetran en contra de la representación ciudadana y del erario público. Aquí va otra idea: iniciar en la Secretaría e la Función Pública una gestión para que esta intitución revise las cuentas de los partidos políticos bajo el argumento de que reciben dinero del erario público y que, por lo tanto, procede que sus dirigentes sean homologables a funcionarios públicos obligados ante la ley de responsabilidades respectiva. De rechazarse la petición ante de SFP habrá que ir al amparo y apelar a la opinión pública, concientizándola sobre este asunto. Otra idea: participar, como ciudadanos, de los fraudes que varios dirigentes partidistas han perpetrado y por las cuales sus partidos han sido multados por el IFE. Es tan fácil como esto (y cualquiera lo puede hacer, yo lo he hecho contra Convergencia):
Paso 1.- Solicitar al IFE toda la información de por qué se ha multado a los partidos (ahí están documentados los fraudes)
Paso 2: Participar como ciudadanos a la PGR y al Ministerio Público que se han cometido fraudes.
Paso 3- Iniciar un trámite en la Función Pública.
Son ideas concretas que buscan tener efectos concretos. En todo caso, lo más importante es sembrar conciencia en la dichosa ciudadanía, es decir, entrarle a la mentada "Construcción de Ciudadanía" por la que muchos por ahí se desgarran las vestiduras. ¿No es mejor eso esta cartita de buena conducta?