El hombre fuerte de Marruecos es su rey, Mohammed VI,
y no solo porque ostenta lo corona. La Constitución del país le reconoce “su misión
divina y personalidad inviolable y sagrada” y le otorga tanto la suprema
autoridad religiosa como extensas prerrogativas políticas, muy superiores a las
de los monarcas parlamentarios europeos, y aunque una reforma efectuada a la Carta
Magna durante la Primavera Árabe significó una reducción en los poderes de la
Casa Real en beneficio del primer ministro, en los últimos años Su Majestad ha
sabido recuperar e incluso incrementar su tradicional autoridad.
Con Mohamed VI (rey desde 1999) inició un proceso de
modernización. En dos décadas el país registró un considerable crecimiento económico,
las infraestructuras se modernizaron, la deuda externa se redujo y se verificó
una exitosa liberalización de las telecomunicaciones. Pero el progreso se ha
ralentizado desde 2011y sectores importantes de la población siguen rezagados. El
Índice de Desarrollo Humano es bajo, muchas regiones del país siguen
desamparadas, un tercio de los marroquíes es analfabeto y poco se ha hecho para
reformar las administraciones pública y de justicia.
En lo concerniente a los derechos humanos la situación
es precaria. Cierto, se ha liberado a algunos presos políticos, hay menos
desapariciones forzadas, Marruecos firmó la convención internacional contra la
tortura y se adoptó un nuevo código familiar con nuevos derechos para las
mujeres, restringiendo la poligamia y facilitando el divorcio. Pero en la
práctica las violaciones siguen siendo constantes y se aún ve remota una
genuina equidad de género.
El tema de la violación a los derechos humanos es
particularmente grave en el Sahara Occidental, ocupado militarmente por
Marruecos desde 1975. La ONU ha declarado ilegal esa ocupación y considera a esta región un "territorio no
autónomo", en proceso de descolonización y en espera de un referéndum de
autonomía, el cual nunca llega. La situación saharaui es desesperada, sobre
todo la de los más de 170 mil refugiados asentados en la zona de Tindouf, en
territorio de Argelia. Estados Unidos había apoyado desde el inicio del
conflicto la postura de la ONU. Ya no. A Donald Trump su inmenso (y herido) ego
le exige acrecentar en la mayor medida posible su “legado” presidencial. Por
eso a pocas semanas de abandonar la Casa Blanca ha decidido dar un “coletazo”
internacional. La semana anunció su apoyo a las ilegales ambiciones
territoriales de Marruecos a cambio de su reanudación relaciones diplomáticas con
Israel.
La actitud representa un severo golpe para las
aspiraciones del pueblo saharaui y al derecho internacional. Tocará a Biden
decidir si mantiene esta actitud, la revierte a riesgo de descarrilar la
normalización de relaciones entre Marruecos e Israel, o mantener el compromiso
pero imponiendo condiciones a los países implicados.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en Hombres Fuertes 16/XII/20
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