Está de moda imaginarse “nuevos paradigmas” para la humanidad una vez superada la pandemia, pero muchos indicios apuntan, más bien, a una aceleración de fenómenos precedentes como el ocaso del multilateralismo, el endurecimiento de los nacionalismos, la crisis de gobernabilidad global, el malestar con la democracia y la desglobalización.
Resulta irónico: si una lección deberíamos aprender de toda esta experiencia debería ser la necesidad de contar con instituciones internacionales fuertes capaces de organizar la cooperación de todos los países para enfrentar un drama común.
Al tratarse de una crisis global, las respuestas también deberían serlo. En un mundo interdependiente, las acciones unilaterales tienden a ser ineficaces y hasta contraproducentes. Como nunca nos debió haber quedado claro cuan vinculado está el destino de los más de siete mil millones de habitantes del planeta.
Pero, al parecer, no es así. Siguen rampantes las pulsiones nacionalistas, los reflejos autoritarios, el discurso de odio. El mundo se encaminaba en una dirección equívoca y el virus lo aceleró. En Europa se acentúan xenofobia y racismo. Grupos de extrema derecha se manifiestan cada vez con mayor virulencia contra el multilateralismo, la democracia liberal y “en denuncia” de absurdas teorías de conspiración. Y exactamente lo mismo sucede en Estados Unidos, donde los intransigentes son azuzados por Trump.
La incapacidad para convenir una solución consensada ante la amenaza del Covid 19 confirmó el eclipse del orden internacional tradicional y, desde luego, lo más lamentable es la desaparición del liderazgo de Estados Unidos. En ocasiones anteriores Washington no dudo en movilizar recursos y unir a las naciones para coordinar esfuerzos. Así ocurrió tras el tsunami en el sureste asiático de 2004, en la crisis de 2008 y con el brote del ébola en 2014.
Ahora es China la protagónica. Enfoca la potencia asiática sus afanes diplomáticos en ofrecer amplia solidaridad al mundo y se muestra lista para ayudar a todo país necesitado de combatir al virus. Pretende así, no olvidarlo, borrar el estigma de ser el país origen del problema y de haber ocultado información vital sobre el tema durante semanas.
Nuevas rivalidades y pugnas globales acechan el futuro. La desconfianza y hostilidad entre Estados Unidos y China se intensifica. Ambas potencias despliegan una guerra de narrativas culpándose sobre quién ha sido el mayor responsable de la pandemia, nutriendo teorías conspirativas y versiones insidiosas. Y los ardores nacionalistas no se limitan a esta pugna.
Los hombres fuertes exhibieron incompetencia, negación de la realidad y desidia en el tratamiento de la pandemia, pero sus recursos demagógicos y su capacidad de explotar el espectro nacionalista son poderosos, más en situaciones como la actual donde impera el miedo y la palabra del líder, el pensamiento mágico y el voluntarismo irracional se vuelven artículos de fe.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres fuertes
20 de mayo 2020