“Boris ha asimilado la lección fatal aprendida en la campaña del Brexit: ya no hay castigo en las urnas para los políticos que mienten descaradamente y rompen las reglas de forma flagrante”, este es el diagnóstico publicado en la revista The Economist tras el apabullante triunfo electoral de Boris Johnson.
Los populistas actuales no se preocupan de ser descubiertos violando leyes, quebrantando instituciones, faltando sistemáticamente a la verdad o haciendo trampas. Antes, cualquiera de estas inmoralidades, de hacerse públicas, hubiesen significado el fin político de cualquiera. Ya no, e incluso algunas de ellas pasan por virtudes.
Lo único indispensable para ganar elecciones y consolidarse en el poder es saber manejar un discurso divisorio de retórica fácil, irreverente ante la corrección política, diseñado a culpar de los problemas nacionales a enemigos identificados, fuerzas oscuras, influencias externas y, en el caso europeo y norteamericano, a los inmigrantes.
Jamás se han distinguido las mayorías electorales, las de ningún país, por ser demasiado congruentes, sofisticadas o inmunes a la manipulación política, pero hoy como nunca prevalecen electorados irracionales y carentes de ideas o convicciones.
Las posiciones de los demagogos actuales son cada vez más contradictorias e insustanciales. Están dirigidas exclusivamente a las vísceras de sus posibles votantes. Buscan guiar a las masas por las sensaciones y el instinto.
Véase, como ejemplos, los casos británico y norteamericano. Tanto Trump como Boris son visto por la mayoría de los ciudadanos de sus países como pillos, mentirosos e hipócritas “uno jamás les compraría un coche usado”, dicen de este par. Pero el día de las elecciones votan por ellos con singular entusiasmo, y lo hacen porque estos personajes, así como son de deleznables, también son sus espejos, y están encantados con su discurso xenofóbico de culpar a los inmigrantes de todos los problemas del país.
En Gran Bretaña, cuna del parlamentarismo y otrora orgullosa portaestandarte del escepticismo y el sentido común, en un sondeo reciente más del 50% de los encuestados manifestó su eventual apoyo a un líder fuerte dispuesto a vulnerar normas democráticas. El Partido Conservador ha abandonado su vocación gradualista y liberal para convertirse en una formación populista, mientras el Partido Laborista presentó a un candidato insolvente y un discurso radical convincente solo para viejos socialistas nostálgicos y jóvenes demasiado idealistas.
Es la demagogia de quienes explotan irresponsablemente las identidades grupales (nacionales, religiosas, étnicas, de clase, lingüísticas) con el propósito de apuntalar regímenes personalistas y autoritarios. Como dice Paolo Flores d'Arcais "Se busca la identidad como antaño el alma gemela: para conjurar un vacío, un miedo, una soledad. Para sustituir la dotación de sentido prometido por una ciudadanía negada” Y nos advierte de los peligros de “la hipertrofia de las identidades disgregadoras”, las cuales terminan aniquilando derechos ciudadanos y sociales.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna "Hombres Fuertes"
26 de diciembre de 2019