“La mayor parte de los males del mundo son propiciados
por quienes tienen las mejores intenciones.”
T.S. Elliot
Característica primordial de todo gobernante con
instintos mesiánicos es creer en la fuerza de la voluntad personal como el gran
motor transformador. El voluntarismo consiste en fabricar una imagen ideal de
las cosas e investirla de un aura ética. Se cae así en la ilusión de vivir en
un mundo “como creo debe ser” y no enfrentarlo como realmente es, con todas sus
complejidades.
Atractivos han sido siempre los esquemas maniqueos y
simplistas, sobre todo en épocas turbulentas.
La fantasía voluntarista anhela superar con su ímpetu
a la realidad, por tanto odia a la lógica, la racionalidad y las soluciones
técnicas. Las revoluciones sociales han de ser, ante todo, “espirituales”.
Mussolini fue uno de los grandes campeones del
voluntarismo. Las cosas se pueden “porque sí”. La voluntad lo es todo. El líder
representa la fuerza pura del bien. “La razón paraliza, la voluntad moviliza”,
era una de las frases favoritas del Duce, quien
alguna ve escribió: “Queremos creer. La fe mueve montañas porque nos da la
ilusión de que las montañas se mueven, y la ilusión es la única realidad de
esta vida.”
Casos de gobernantes entregados a la fantasía
voluntarista han abundado desde entonces. El populismo latinoamericano ofrece los más vehementes ejemplos de movimientos
fundamentados en la eterna ilusión popular de contemplar el arribo de un poder
personal y paternalista capaz de resolver todos los problemas a golpe de
voluntad.
Forja el voluntarismo la imagen del gobernante como un
hombre “infinitamente bueno y sabio”, pero sus resultados han sido,
invariablemente fracasos y catástrofes. Recuérdese, solo como algunos ejemplos,
los Planes Quinquenales del peronismo, la Zafra de los 10 Millones de Fidel o
el autarquismo económico de Franco. Mucho peores fueron la criminal colectivización
forzada de Stalin o el pavoroso Gran Salto Adelante de Mao.
Con la nueva generación de “hombres fuertes” resucita
el voluntarismo político.
Trump afirmó el día de toma de posesión ser el único
capaz de resolver, él solo, todos los problemas de Estados Unidos (I alone can fix it). Su vesánica idea del muro es buena muestra de
arrebatado voluntarismo, y de cómo inevitablemente éste fracasa.
Un presidente cuyo mito de “genial negociador” se
derrumba constantemente. Pocos ven en el muro una solución real a la
inmigración ilegal o al contrabando de drogas, pero Trump se encapricha, como
en tantos otros temas, y solo logra arrinconarse a sí mismo y exhibirse como un
gobernante pueril y narcisista.
Vanas son las promesas de los voluntaristas: soluciones
simples a problemas complejos, fin a las crisis y desigualdades, con beneficios
sociales amplios (equiparables, digamos, a los de Escandinavia), en algunos
casos sin inmigrantes y en otros “purificados” por la vía del buen ejemplo.