miércoles, 22 de junio de 2016

La Ruleta Rusa de David Cameron




“Bueno, primero iba a votar por salir, como castigo a David Cameron, pero después vino Boris Johnson* a hacer campaña por el Brexit y, bueno, entiéndeme, no soporto su corte de pelo. Es por eso que voy a votar por que el Reino Unido se quede en la UE”.
La anécdota la cuenta Richard Dawkins en el último número de la revista Prospect e ilustra perfectamente bien la frivolidad con la que mucha gente toma el tema de la permanencia o abandono del Reino Unido en la Unión Europea, el cual tiene repercusiones para la humanidad entera. La salida del Reino Unido sería desastrosa para la economía mundial y no solo para los británicos. Según informa el desesperado gobierno de Cameron, entre otras calamidades el Brexit costaría unos 130,000 millones en los próximos cuatro años, se registrarían recortes del gasto público social hasta por 3,000 millones de euros y el otrora gran imperio se vería aislado en la escena internacional. Ahora bien, si tal hecatombe supone para el Reino Unido abandonar la UE, ¿Para qué diablos el referéndum? Se trata de una de las decisiones electoreras más irresponsables de la historia. David Cameron decidió incluirlo en la plataforma electoral del Partido Conservador en la última campaña electoral supuestamente para frenar el auge del partido antieuropeo UKIP, una camarilla de malandrines xenófobos que aparecía demasiado alto en las encuestas, y Cameron no quiso arriesgar. A final de cuentas el actual primer ministro ganó en las urnas, pero la ligera promesita del referéndum hace hoy de ese triunfo una victoria pírrica.
Los referéndums son muy peligrosos. Las campañas rumbo a ellos se prestan mucho más para la demagogia y la manipulación que en el caso de las elecciones normales (y ya es mucho decir). También que dan lugar a una "tiranía de la mayoría", la cual margina de toda posibilidad de representación política a los grupos minoritarios (el famoso “juego de suma cero”).  Los referéndums fuerzan una elección binaria y excluyente entre dos opciones, lo que simplifica el debate de forma considerable. Por eso De Gaulle tenía razón cuando dio que en un referéndum los electores rara vez contestan lo que se les preguntan. En el caso del Brexit, es obvio que mucha gente votará por salir de la UE como protesta contra Cameron, rechazo a la globalización y sus injusticias o bufa nostalgia de la Inglaterra imperial. ¡Queremos que nos devuelvan nuestro país! Claman los demagogos del Brexit, quienes han esgrimido como principal arma el odio a los inmigrantes.  Porque en referéndum hay un ingente componente de frustración y furia, tal como sucede en Estados Unidos con Trump, en Francia con Le Pen, en España con Podemos y un muy largo etcétera. Millones de electores desesperados que siguen cualquier cosa que les ofrezca esperanza, la promesa de que las cosas “van a volver ser como antes”. La eterna convocatoria a los instintos, la futilidad del voluntarismo mágico que pretende lograr lo imposible: un país de nuevo poderoso, sin crisis, con beneficios sociales amplios para todos los nacionales, plenamente soberano y limpio de inmigrantes. Eso sí, la campaña del Brexit omite datos como que, por ejemplo, la fuerza laboral de los trabajadores inmigrantes contribuyó con más de 25,000 millones de euros (más del 6% del total) a la economía del Reino Unido en la última década, según un estudio del University College London.
Y no solo es la ultraderecha. El líder laborista Jeremy Corbyn, oficialmente favorable de la permanencia del Reino Unido en la UE, ha realizado una campaña timorata y ambivalente. Se trata de un izquierdista de la vieja escuela (las viejas ideas de la “nueva” izquierda) que en su oportunidad votó en contra de la integración de su país a la entonces Comunidad Económica Europea. De corazón, Corbyn sigue pensando que la Unión Europea es una “gran conjura del capitalismo”. Además de que apuesta a una dimisión inminente de Cameron si triunfa el Brexit, lo que obligaría a elecciones generales anticipadas. Otro gran irresponsable este Corbyn, como Cameron. ¡Vaya con la frivolidad y pequeñez de miras de los actuales líderes en la nación de Disraelí, Palmerston, Churchill y Gladstone!
La campaña se ha visto sacudida de último momento por el cobarde asesinato de la diputada europeísta Jo Cox a manos de un extremista de ultraderecha que al comparecer ante el juez exclamó: “Muerte a los traidores, Gran Bretaña primero”. Quizá este aberrante acto cambie la tendencia en favor de la permanencia, aunque previamente parecía el Brexit contar con una apreciable ventaja. Como sea, habrá ganado, como en tantas otras partes, el discurso pueril del odio, del nacionalismo ramplón y del echarle la culpa a los demás. La racionalidad en política va a la deriva en pleno siglo XXI.


*Boris Johnson, el oportunista ex alcalde de Londres, uno de los jefes de la campaña del Brexit.

sábado, 18 de junio de 2016

El Error de Keiko



En la pasada elección presidencial peruana se impuso por un suspiro Pedro Pablo Kuckzynski, un tecnócrata muy poco carismático que logró el triunfo principalmente a que supo aglutinar el voto antifujimorista. Como pasa cada vez con más frecuencia en todo el mundo, las elecciones son un ejercicio de votar por quien uno siente que es el menos malo. En caso peruano es el de un sistema de partidos políticos sumamente débil, a pesar de lo cual ha conocido una inusitada estabilidad política y un destacado crecimiento económico en la última década.  Los partidos peruanos no tienen vida más allá de las elecciones y su apoyo electoral no es regular. Esta debilidad se traduce en su completo fracaso en ser adecuados canales de expresión de la sociedad. Con partidos políticos débiles, el lugar de organizaciones políticas que sirvan de intermediación ha sido ocupado por la importancia de personalidades individuales. Desde luego, este fenómeno para nada es privativo del Perú. Una buena cantidad de países latinoamericanos carecen de partidos que, por lo menos, sirvan como un mínimo de referencia ideológica o programática. Incluso en las naciones donde existen partidos presuntamente más arraigados y con mayor peso estructural (como México) la situación partidista es cada vez más precaria. Sin embargo, en Perú la insignificancia de los partidos es aún más extrema

En los últimos diez años Perú creció a un promedio anual del 5%, incluso por encima de Brasil y de Chile. No obstante, un 35% de la población aún vive en la pobreza. La inclusión social es un permanente gran desafío. También es un país que padece de corrupción política generalizada. Los tres últimos presidentes (los que han ejercido después de la caída de Fujimori) Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala, terminaron siendo repudiados por los ciudadanos ya que pese a haber logrado un relativo despegue económico sus administraciones fueron percibidas como corruptas. Por eso es que el fujimorismo ha resurgido con fuerza pese a las históricas tropelías perpetradas por Alberto Fujimori en los noventas. El desgaste de los sucesores jugó a favor del fujimorismo con Keiko aportándole un perfil más democrático y un sesgo populista de rechazo a las “reformas neoliberales” que mucho gustó en los sectores populares.

Pero a pesar de esto, sectores amplios de la sociedad peruana siguen desconfiando del fujimorismo y de su tendencia a aliarse con el crimen organizado. A Keiko se le cayó de las manos un triunfo que, de acuerdo a las encuestas, parecía seguro sobre todo a causa de la investigación periodística que reveló que Joaquín Ramírez, secretario general del partido fujimorista, estaba involucrado en una investigación de la DEA. Acto seguido apareció en televisión de un audio que, como no tardó en descubrirse, estaba manipulado para desacreditar al informante de la DEA. En esta torpeza estuvo involucrado el candidato a la vicepresidencia de Keiko, José Chlimper. Este audio y el intento de tergiversación trajo a la memoria de los peruanos las malas prácticas de Vladimiro Montesinos, la “eminencia gris” de Alberto Fujimori. Keiko pierde la elección por no establecer de forma convincente distancia con la ingente amenaza que representa parea Perú el narcotráfico. No supo desterrar de su entorno a todo aquel sospechoso por lavado de dinero y otras prácticas ilegales. Si aprende la lección, tiene futuro. Además, debe reconocérsele su impecable conducta democrática al reconocer una derrota que en otras latitudes (¡ejem!) habría generado protestas y acusaciones de fraude.


Pedro Pablo Kuckzynski será presidente a los 77 años sin contar, su partido, con mayoría en el Congreso, situación nada extraña en la mayoría de las democracias actuales. Veremos si es capaz de establecer canales de diálogo para relanzar un acuerdo nacional. Deberá, por necesidad, ser receptivo con la izquierda, que le dio un apoyo fundamental hacia la segunda ronda, e incluyente con el fujimorismo, mayoritario en el Congreso. Lo desgastante de estas elecciones hace necesario un estadista que imprima esperanza, espíritu de unidad y talante incluyente. No será fácil.