jueves, 8 de noviembre de 2012

La Gran Lección del 6 de Noviembre


Perdieron los republicanos, y perdieron en una elección en la que enfrentaban a un presidente que tuvo un mediocre primer mandato, cuyo legado era un casi 8% de desempleo, un crecimiento raquítico e indicadores económicos preocupantes. ¿Cómo es que lograron hacerlo? ¿Fue de verdad Romney un tal mal candidato? Ciertamente los gaffes y patinazos del candidato poco ayudaron a su causa, pero el factor clave en esta inopinada derrota fue el extremismo creciente del Partido Republicano. La estrategia debió haber sido desde siempre y sin variaciones hacer de la elección de un referéndum sobre el manejo económico del presidente, pero se colaron de forma irremediable en la campaña los “valores” republicanos de su muy activa ala más conservadora. 

 

El problema empezó desde las primarias, con una estrambótica colección de candidatos fundamentalistas, como el santurrón Santorum, fustigador del Estado laico; Bachman, quien afirmaba que el gobierno estaba infiltrado por islamistas radicales; Perry, que proponía eliminar más programas  del gobierno federal de lo que él mismo podía nombrar con éxito en un debate; Trump, cuya pieza ideológica central fue exigir ver el acta de nacimiento de Obama, y así un largo y grotesco  desfile de candidatos e ideas extremistas, tales como imponer draconianas políticas antinmigración, negar el calentamiento global, postular iniciativas demenciales en política exterior,  y mantener en el centro del debate la defensa a ultranza de pretendidos “valores” que afectaban directamente los derechos individuales de las mujeres y de las minorías al mismo tiempo que se usaba un discurso pretendidamente favorable a la iniciativa individual frente al Estado.  


Este es, si se me permite, la principal discordancia que afecta al actual partido republicano: pretendidamente pugnar a favor del individualismo y contra el Estado en el renglón económico y al mismo tiempo pretender reforzar los poderes de coerción estatales en lo que se refiere a los derechos y libertades individuales. En sus primarias, el Republicano se mostró como uno de esos partidos extremistas y exóticos (fringe party, les dicen en inglés) que no son capaces de asumir la responsabilidad de gobierno  porque se dedican a reforzarse constantemente en la radicalidad de sus posturas.  Al final ganó la primaria Romney, el menos extremista de los aspirantes pero quien debió pasar el examen con base derechista del partido en temas como los recortes a los impuestos de los ricos, la inmigración, el cambio climático, el aborto y los derechos homosexuales. Cierto que ya en la campaña hacia la elección constitucional Romney trató de volver al centro y mantenerse alejado del radicalismo, pero la inercia del partido le acabó ganando. La elección de Paul Ryan, tan popular con el Tea Party, acabó siendo contraproducente. Mucho peor fueron los gravísimos gaffes, casi punibles en términos del derecho penal bajo la figura de “apología del delito”,  que perpetraron los candidatos al senado Todd Akin en Missouri y Richard Mourdock en Indiana en relación al crimen de violación, lo que le permitió a muchos candidatos demócratas (sobre todo femeninos) acusar a los republicanos de estar haciendo una “guerra contra las mujeres” Así se fue dando un traspié tras otro, mismos que eran recordatorios desagradables de los retrógrados puntos de vista del Partido Republicano en temas sociales y personales. Para las mujeres, los latinos y los votantes jóvenes tentados a abandonar Obama por el incumplimiento de sus promesas electorales el  Romney que fue un moderado y exitoso gobernador centrista de Massachussets pudo haber representado una opción, pero el Romney comprometido con la vesanía mojigata del Tea Party y compañeros de viaje era una alternativa demasiado arriesgada. Las encuestas a boca de urna son claras: Romney ganó entre los hombres blancos, pero perdío claramente (cuando no abrumadoramente) entre las mujeres, las minorías (destacando los latinos) y los jóvenes en una elección en la que, por cierto, la sociedad norteamericana dio claras muestras de ir avanzando en un sentido contrario al de los republicanos más mojigatos: el 6 de noviembre varios estados votaron en sendos referéndums a favor de legalizar el matrimonio gay, el uso recreativo de la marihuana, etc.


 Si el partido republicano no entiende que las tendencias sociales y los cambios demográficos están determinando con cada vez más fuerza los resultados electorales, pues es una organización que tendrá serias dificultades para volver al poder. Lo mismo pasará si no aprende a equiparar su pretendida lucha a favor del individualismo y el antiestatismo en lo económico a los renglones de los derechos sociales y personales. El partido tiene que presentar un rostro más conciliador y razonable para venderse a votantes indecisos. Para ello, debe recuperar a sus exponentes más moderados (los republicanos “Eisenhower”, o RINO´s, como les dicen), controlar a sus “teócratas” de la derecha cristiana y librarse a sí mismo del dominio en el que lo tiene atosigado el zafio Tea Party.

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