lunes, 4 de abril de 2011

Perú y su caudillismo electoral



Dentro de menos de una semana los peruanos irán a las urnas a elegir al sucesor en la presidencia de Alan García y todo puede pasar. Perú es el caso de un pais con una estructura de partidos políticos sumamente débil, a pesar de lo cual ha logrado estabilidad política y crecimiento económico en la última década.  Los  partidos políticos peruanos no tienen vida más allá de las elecciones y, aún así, son poco exitosos en términos electorales y/o su apoyo electoral no es regular. La debilidad de los partidos políticos se traduce en su completo fracaso en ser adecuados canales de expresión de la sociedad . En el nivel sub-nacional, los movimientos regionales suelen triunfar sobre ellos y, sin embargo, existen escasos movimientos regionales que sobrevivan más allá de una elección.  De este modo, con partidos políticos débiles y con movimientos regionales de escasa supervivencia, el lugar de organizaciones políticas que sirvan de intermediación ha sido ocupado por la importancia de personalidades individuales. Desde luego, este fenómeno para nada es privativo del Perú. Una buena cantidad de países latinoamericanos carecen de partidos que, por lo menos, sirvan como un mínimo de referencia ideológica o programática. Incluso en las naciones donde existen partidos presuntamente más arraigados y con mayor peso estructural (como México) la situación partidista es cada vez más precaria. Sin embargo, en Perú la insignificacia de los partidos es aun más extrema


Hoy prevalece un insólito empate técnico entre los principales cuatro candidatos que deja todos los escenarios posibles abiertos. En medio de este clima de creciente incertidumbre sobre lo que ocurrirá el próximo domingo, pareciera que hay sólo dos certezas: que los comicios serán unos de los más reñidos de la historia del país y que los electores deberán acudir dos veces a las urnas para elegir al sucesor del presidente Alan García, ya que ninguno de los candidatos superaría el 50 por ciento de los votos. Los cuatro aspirantes llegar a la final son el ex militar nacionalista Ollanta Humala,  el ex mandatario Alejandro Toledo, el ex ministro de Economía Pedro Pablo Kuczynski, y la legisladora Keiko (sí, como la ballena) Fujimori, hija del ex presidente Alberto Fujimori, que cumple en prisión una condena de 25 años por las violaciones a los derechos humanos cometidas durante su mandato. Ninguno de los partidos que postulan a estos personajes tiene la más mínima trascendencia. Son organizaciones de usar y tirar. Otro dato destacable es la renuncia de la aspirante oficialista Mercedes Aráoz por diferencias irreconciliables con su partido, el gobernante Partido Aprista Peruano, uno de los más "importantes", del país que al menos cuenta con cierta historia y tradición, pero que ahora ni siquiera cuenta con candidato propio para los comicios. Ello habla de la verdadera precariedad del esquema partidista en la nación andina.


Precariedad que, como decíamos, no ha impedido que el país haya conocido un período de de bonanza económica. En los últimos diez años, Perú creció a un promedio anual del 5%, incluso por encima de Brasil y de Chile. Casi un 35% de la población, no obstante, aún vive en la pobreza, y la inclusión social promete ser el gran desafío del próximo gobierno.


Estos datos de desarrollo peruano, aunado a las que presentan algunas naciones de la región invitarían a pensar que, des pués de todo, contar con un marco de partidos fuerte y representativo en absoluto es condición sine qua non para que una democracia sea funcional y alcance metas sustantivas de progreso social y económico. Esto es falso. Pese a sus defectos, los partidos siguen siendo males necesarios. La personalización excesiva representa el fracaso de la política. Sin partidos políticos la democracia es rehén de los poderes fácticos y de los vaivenes caprichosos de los caudillos. Con organizaciones políticas pulverizadas quedan únicamente la fuerza de líderes individuales, la cual por definición es inestable y aleatoria.  En el Perú, los comicios nacionales destruyen colectividades y consolidan a caudillos, y el cadillismo lleva, inevitablemente, a la insetabilidad política y al autoritarismo.

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